Al parecer, Trump acertó en comprender que quien elegía al presidente de Estados Unidos eran los votantes estadounidenses y no el resto del mundo. Y de aquéllos, quienes se sienten amenazados por terceros, han visto descender su nivel y expectativas de vida y comparten una serie de valores y principios determinados. Esa población silenciosa para el observador foráneo que no se manifiesta en público, ni es objetivo directo de los encuestadores demoscópicos, que comparte determinadas ideas con líderes emergentes que llegan a sus preocupaciones básicas reales y que, ante todo, rechaza a un establishment (cada uno marca el perímetro en función de sus vivencias: dirigentes históricos de sus sindicatos de tiempos en que tenía un determinado empleo, aparatos de la política representativa e institucional en quienes ha confiado y que cree que no resuelven sus problemas y demandas concretas, lo que le hace estar o percibirse marginado o de los que simplemente se considera distante). Los 50 millones de votos recibidos pueden responder a la pregunta que me hacía hace meses en un artículo publicado aquí mismo en relación “al camino hacia la Casa Blanca? y otras Casas”: ¿Por qué elegirían los estadounidenses a Trump? Respondía con consideraciones y datos que hoy bien pueden resumir lo que, al parecer, vemos reflejado en múltiples análisis tras el triunfo del ya presidente electo.

Decía entonces: “Resulta evidente que una lógica a distancia, desde nuestro entorno, nos llevaría a simplificar el análisis y dar por buena la diferencia cultural, socioeconómica e incluso de origen racial, étnico y temporal de las poblaciones asentadas en las costas (Este y Oeste de los Estados Unidos, sus capitales) y el amplio espacio central entre ellas conformando no solo el medio rural, local americano, sino una frontera inseparable de valores, cultura y actitudes ante la vida y de percepción de la identidad estadounidense; o la desigualdad creciente provocadora de una reacción antisistema; o la desafección a las clases dirigentes de los últimos años; o las poblaciones marginadas o a Wall Street y su influencia asfixiante sobre un Washington lobista dominante, o incluso a una cierta antipatía sobre la candidata opuesta. Podríamos añadir que la sensación de pérdida de protagonismo líder de los Estados Unidos en el escenario mundial llevaría a abandonar el respaldo al mundo dirigente clásico. Nos seguirían faltando votos. Metamos en el puchero electoral la influencia de los medios de comunicación afines, e incluso los financiados por la millonaria campaña. Agreguemos al inmigrante de segunda o tercera generación que se ha ganado un puesto como estadounidense de pleno derecho y que ve en sus co-nacionales de origen un peligro ante su entrada en su país. O, incluso, traslademos la explicación al peso fiscal que para el ciudadano trabajador ordinario supone el país a construir financiando ilegales o subsidiados, como te diría un taxista latino con más de treinta años en Nueva York forjando su empresa y el futuro de sus hijos, hoy profesionales universitarios en Florida. Y, por supuesto, sumemos a los muchos que les gusta el candidato y comparten sus mensajes. ¿Siguen faltando votos? Podemos incursionar también en el campo de la juventud, su empleabilidad y condiciones económicas con un estudiante medio que tras sus cuatro a seis años de Universidad acumula una deuda por préstamos de entre 30.000 y 100.000 dólares o la estimación de una brecha de pobreza en 178.000 dólares, o la alarmante cifra de 1,5 millones de estudiantes que dejan sus estudios de bachillerato al año, o que la mitad de estudiantes afroamericanos y latinos no finaliza su enseñanza secundaria, o los aún más de treinta millones de ciudadanos sin acceso a la salud, o el descontento en las aulas que lleva a 250.000 profesores/año a desistir y dejar sus empleos por no soportar el comportamiento de sus alumnos (y padres) o el que uno de cada 35 adultos esté en el sistema penitenciario (en la cárcel o en libertad provisional o condicional)? ¿Sería suficiente explicación trascender de una determinada imagen del país, potencia mundial, a una fotografía de contraste como la señalada en algunas pinceladas para pensar en opciones distantes de nuestras primeras y razonadas impresiones? Trump juega el rol de un verso libre en el republicanismo, destacando que su adscripción partidaria es meramente instrumental para participar del proceso. No ofrece programa alguno, lo desprecia, y no pretende comprometerse con propuesta alguna. Su fuerza quiere asentarse en un mensaje de individualismo distante de ellos (los gobernantes, los de siempre?) jugando a venir de la nada, a construir su propia historia (se supone que de éxito) y a no depender de nadie...”.

Si en verdad queremos convencer a nuestras respectivas sociedades de las bondades de la democracia, de la importancia de las instituciones y los gobiernos para la mejora permanente del bienestar y riqueza de los ciudadanos, de la sinceridad de los mensajes y propuestas electorales y programáticas, convendría hacer un esfuerzo por profundizar, por separado, en muchos de los elementos que pretendemos minimizar descalificándolos en un todo negro irracional que abandera el extremismo citado.

Si lejos de continuar encerrados en el Ciclo Perverso de un cierto pensamiento único que ha hecho de la globalización un mantra, desconociendo la desigual distribución de los beneficios potenciales que genera, si persistimos en políticas mal llamadas de austeridad constatando su fracaso (desempleo, empobrecimiento, pérdida de expectativas, deterioro de políticas y servicios sociales?), si consolidamos estructuras de gobernanza sobre actividades y comportamientos propios de democracias orgánicas, si incumplimos programas y compromisos y mantenemos gobiernos, partidos y líderes corruptos en aras de “la estabilidad” (¿de quiénes y para qué?), si no reconocemos que vivimos rodeados de múltiples mensajes que por su uniformidad y difusión global parecerían responder a la preocupación y realidad de la gente cuando se quedan en una mesa de tertulia y si nos preguntamos el porqué de audiencias de programas televisivos y espectáculos que negamos presenciar en determinados círculos por mantener un cierto status? Quizás seríamos capaces de entender el voto a Trump y, sobre todo, evitar que se produzcan y generalicen, a futuro, situaciones similares.

Cuando tomaba un café el pasado miércoles, en la televisión del bar en que estaba se anunciaba el triunfo de Trump en el Estado de Pennsylvania dando por prácticamente segura su elección a la presidencia. El camarero que atendía detrás de la barra, exclamó: “Hemos ganado los albañiles”. Minutos más tarde, participaba en un consejo (globalizado, multi-país) a través de una videoconferencia desde Bilbao. El primer comentario de uno de los consejeros fue muy expresivo: “Está claro que no se puede dejar votar a todos: Brexit, Plebiscito de Paz en Colombia, Congreso de los Diputados español? y ahora Trump”. Ante esto, queda claro lo que debemos hacer: recuperemos el valor de los principios y la auténtica cultura democrática. Es el camino.

Hoy, la incertidumbre, la preocupación y el temor parecen centrase en Trump. Lo que haga o deje de hacer tendrá un gran impacto en América y en el mundo. En los próximos meses, asistiremos a un buen número de procesos electorales, referendos y decisiones que vendrán del voto de los ciudadanos. No perdamos el tiempo y no dejemos que los árboles no nos dejen ver el bosque. Rompamos los círculos perversos (crisis-depresión-desafección y pérdida de legitimidad democrática-desigualdad). Quizás por aquí vengan las sencillas respuestas al voto democrático de los ciudadanos.