Una de las noticias de mayor impacto e interés desde la óptica de Euskadi que hemos conocido a lo largo de la semana no es otra que la ruptura de negociaciones ( y su posterior reconducción provisional) entre los gobiernos de Canadá y de la Unión Europea, en relación con el CETA (Acuerdo de Libre Comercio) entre ambas.

Tras siete años de largas, complejas, e intensas negociaciones, se llegaba a lo que se suponía era el punto final con un acuerdo en una cumbre bilateral, final, UE- Canadá, prevista con pomposa y protocolaria relevancia para celebrar la buena noticia, para apoyar futuras negociaciones (TTIP) y demostrar la fortaleza de la Unión en tiempos de desencanto y fragilidad. Un claro mensaje deseado: “unos nos dejan, otros quieren venir”, “seguimos creciendo y mejorando nuestra competitividad”. Sin embargo, las partes se han visto sorprendidas por algo que o bien desconocían o despreciaban o no valoraban en su justa medida: la región de Valonia (Wallonne) vetaba el acuerdo, ejerciendo sus competencias amparadas en el marco de la propia Confederación Belga (miembro de pleno derecho de la UE), de los Tratados de la Unión y, sobre todo, de la voluntad de su Parlamento de Namur. Así, el ministro presidente valón, Paul Magnette, trasladaba su decisión de veto al primer ministro belga, Claude Michel, quien en aplicación de sus obligaciones y en calidad de miembro de la Unión Europea no hacía sino cumplir la ley (en este caso, la ley federal especial de 1980). Valonia y Bélgica, en consecuencia, decían no al privilegio de la última decisión unilateral o control de arbitraje de las empresas multinacionales en sus conflictos, disputas y relaciones comerciales con los Estados y no a las condiciones pactadas en determinadas cuestiones agroindustriales que entendían perjudiciales para su comunidad. De esta forma, si la comisaria europea, Cecilia Malmström, entendía que el hecho de suprimir (atendiendo a sus estimaciones) el 98% de los aranceles con una reducción anual de cerca de 400 millones de dólares justifican el aplauso y apoyo unánime de los 28 Estados miembro de la Unión, se encontraba con que una pequeña región de poco más de 3,5 millones de habitantes paralizaba el acuerdo, defendiendo sus competencias que el Estado miembro del que forma parte, respeta y ampara en el seno de la Unión. Las delegaciones negociadoras, a casa.

Así, la prensa al uso, los globalizacionistas, y quienes entienden una Europa única (o un Estado único), sin atender a la real y creciente fuerza glokal, a las voluntades democráticas de las partes que desean o aceptan compartir espacios y co-soberanía pero no la imposición unilateral, se llevaban las manos a la cabeza advirtiendo de “la progresiva muerte del libre mercado y comercio”,de sus tratados generalizables a lo largo del mundo con su falsa identidad o sinónimo de competitividad y bienestar equitativo, fuente de progreso para todos por igual, apresurándose a atacar y descalificar a una minoría localista “en perjuicio de la mayoría moderna”.

En primer lugar, aunque algunos se empeñen en creerlo o proclamarlo cada vez que existen discrepancias, debates, opciones contrapuestas, Europa no es una unidad monolítica. Ni su origen, ni su historia, ni su supuesta vocación y razón de ser, ni la voluntad de sus pueblos, ni los modelos de desarrollo económico inclusivos y de progreso social que pretende promover, ni las políticas económicas, sociales, competenciales, o político-administrativas que los nuevos tiempos reclaman.

En segundo término, la globalización no es ni un mantra, ni una panacea ni una caja de pandora con impacto y beneficios equitativos para todos. Sus bondades y sus impactos negativos y dificultades se distribuyen de forma desigual entre quienes participan de la misma. Ni es un fin en sí misma, ni es el objetivo progresivo al que todos debemos apuntarnos a cualquier precio y de cualquier manera.

Asimismo, la continua y acelerada “cesión o apropiación” (según el caso), del papel representativo y ejecutivo del gobierno de la Unión Europea y de sus diferentes “Consejos Temáticos” en manos de los gobiernos nacionales de los Estados miembro (como se ve, no siempre estrictamente del Gobierno central como parece transmitirse desde Madrid) o europeos de fin de semana en sus repetitivas cumbres fotográficas, olvida con frecuencia quién es quién, quién tiene el derecho y competencias reales sobre las materias objeto de discusión y aprobación (véase el ejemplo del Concierto Económico, el Convenio Navarro y la existencia de al menos cinco Autoridades Fiscales, cuatro de las cuáles no participan en la “representación fiscal y económico-financiera del Estado español en el Eco-Fin Europeo), la voluntad de decisión y poder político de aquellos a quienes representan. Parece de libro y damos por hecho que todo negociador se sienta sabiendo a quién tiene delante y hasta qué punto puede y debe decidir, pero la realidad y evidencia lo desmienten.

Finalmente, la Unión Europea no parece haber entendido que sus principales ejecutivos no electos, sus sistemas de gobernanza, acumulan un importante número de negociaciones fallidas, lo que obliga a repensar sus modelos, sus objetivos y sus verdaderos intereses. La desconexión pactada de un Brexit que no se supo o pudo detener, el propio proceso del TTIP ya mencionado, que se ve entorpecido por múltiples sospechas de no transparencia evitando el debate de sus contenidos, la sorpresa del CETA y los múltiples desafíos que observamos en el horizonte ante un panorama de manifestación permanente de inquietud y deseo de seguir caminos distintos por diferentes regiones no Estado que quieren bien salir de sus respectivos espacios o receptáculos permaneciendo en Europa (Flandes, Catalunya, Euskadi?) o, como Valonia, permaneciendo en ambos pero con voz propia también. O preparamos una gobernanza para las demandas de este siglo o perderemos el tren del futuro.

La histórica y vieja Valonia que ha transitado en el tiempo desde el corazón de Europa, alumbrando la revolución industrial desde su agotada cuenca hullera, minera y siderúrgica del Mouse, superadora de un doloroso proceso reconversor como otras regiones europeas, hundida en un pasado de crisis y cambio, renaciente en su renovada apuesta reindustrializadora (aeroespacial, aeronáutica, biotecnología, industria farmacéutica, diseño, agro industria, gastronomía, arte?), abierta al mundo y que ejerce una intensa promoción internacional con su “WALLONIA.BEinspired ”, jugando con el dominio BE de su País en internet, que transmite un mensaje de apertura y modernidad, inspirador de una economía y Sociedad del siglo XXI no ha dicho no al progreso, ni no a Bélgica, ni no a la apertura mundial, ni no a su plurilingüismo. Ha dicho sí al futuro, pero desde su identidad, su vocación de futuro, su voluntad democrática, desde su apuesta por una co-soberanía, compartida, libremente elegida, aprobada, respetada. Una Valonia que moviliza (Plan Marshall 2022) sus apuestas estratégicas bajo el hilo conductor de la educación, la investigación y la formación adecuadas a sus fortalezas y líneas de recreación de riqueza y bienestar transitando hacia y desde una economía y energía verdes. Una Valonia conocedora, mejor que otros muchos jugadores europeos, de sus ventajas competitivas de la mano aliada de su hermana francófona canadiense. Pero, por supuesto, es cuestión “de fuero y no de huevo”.