desconfianza, desasosiego y pánico. Con estos términos se puede calificar el estado de ánimo que rodea a la banca europea tras conocerse que su entidad más importante, el Deutsche Bank, deberá abonar la multa impuesta por el Departamento de Justicia de EEUU por haber desempeñado un papel crucial en el empaquetado de deuda con créditos hipotecarios tóxicos e insolventes, también conocidos como subprime. Un nuevo revés para una entidad que no atraviesa por su mejor momento y para el conjunto del sector bancario europeo que sigue sin salir del agujero en el que entró hace ocho años, poniendo de manifiesto la conveniencia de acelerar el proceso de Unión Bancaria, la intervención del Banco Central Europeo e incluso la del propio Gobierno alemán.
Así pues, desde Alemania llega una bomba de relojería en la que se oye el fatídico tictac, que no solo afectará a la primera entidad bancaria de la primera economía europea, sino que puede ser la avanzadilla de nuevas contrariedades para el conjunto del sector bancario europeo. Creo que lo menos importante es la cuantía de la multa (inicialmente 14.000 millones de dólares reducidos a 5.400 millones, unos 4.800 millones de euros), como tampoco es relevante que se conocieran los detalles de la sanción el mismo día (15 de septiembre) en el que se cumplía el octavo aniversario del derrumbe de Lehman Brothers o que para algunos expertos estamos ante una venganza de Estados Unidos por la sanción impuesta a Apple.
Lo realmente importante es saber hasta qué punto puede verse contaminado el sector europeo. De momento, Mario Draghi, presidente del BCE, ha puesto el dedo en la llaga en su comparecencia ante el Bundestag esta pasada semana al decir que “muchos bancos tienen problemas, mejor dicho, algunos bancos tienen problemas que no están primariamente relacionados con los tipos bajos, sino con otras razones, como el modelo de negocio o la mala gestión”.
Es decir, pone el foco en la forma de llevar el negocio bancario y, sin citarlo expresamente, en una de las actividades más arriesgadas, como es el mercado de derivados financieros. El argumento fácil es señalar que buena parte del desprestigio actual del Deutsche Bank viene por su exposición a esos derivados, cuya cuantía es superior a los 76 billones de euros. Para que nos hagamos una idea, es 20 veces el PIB alemán. Pero la entidad alemana no está sola en este negocio, ya que es market maker (creador de mercado) y sirve como cámara liquidadora o lugar en el que se pone precio para aquellos que quieren comprar un derivado y los que lo quieren vender.
Lo cierto es que aún es pronto para saber cómo quedará la referencia para los créditos hipotecarios, pero no cabe duda que cambiará, ya que la modificación consiste en pasar de las previsiones y estimaciones y atender a los datos reales. Es decir, el euríbor que hasta ahora se calculaba en base a la media de los tipos a los que los bancos dicen que se prestan el dinero, pasará a calcularse en base al precio real al que lo hacen. Se trata de un tipo de interés de mercado y no de un tipo de interés que fije el BCE, sino el Instituto Europeo de Mercados Monetarios (EMMI) que, a día de hoy, recibe unos tipos de interés que no se corresponden con la realidad.
Vistos los precedentes, uno tiene la impresión de que puede haber cambios sustanciales. De cualquier forma, el nuevo euríbor no es el problema más grave. Preocupa la salud del Deutsche Bank porque es un banco que acumula más de 1,8 billones de euros en activos y da empleo a más de 110.000 personas en todo el mundo, pero es alarmante al ser la punta de un iceberg en el que está inmersa el resto de la banca y contra el que puede chocar el barco de la economía europea.