MADRID - El Banco Popular ha vuelto a apostar esta semana por su independencia, aunque ello suponga pedir de nuevo a los accionistas 2.500 millones de euros, cantidad que espera que sea suficiente para limpiar definitivamente su balance del lastre inmobiliario, su gran tarea pendiente. También debería servir para cubrir las pérdidas que se anotará este año y que le llevarán a suprimir el dividendo, así como para encarar el duro golpe que supondría la devolución con carácter retroactivo del dinero cobrado de más por las cláusulas suelo.

El éxito de la ampliación de capital, que técnicamente empezó ayer, está asegurado, pero aún así se trata de una operación complicada, pues el banco vuelve a reclamar ayuda a sus accionistas y ya van más de 5.000 millones en cuatro años, una cantidad ingente si se tiene en cuenta que la capitalización actual de Popular ronda ahora los 3.500 millones.

En el verano de 2007, justo antes de que la crisis financiera empezara a hacer estragos en España, el valor en Bolsa del banco presidido por Ángel Ron era de unos 19.000 millones. Fue entonces cuando empezó a vivir momentos de dificultades el grupo, que partía con la ventaja de tener un negocio bancario especialmente rentable, con grandes cuotas en la financiación de pymes y autónomos,

primera ampliación de capital El banco ha pagado las consecuencias de haber entrado algo tarde respecto a sus competidores en el negocio inmobiliario, que tras el estallido de la burbuja le obligó a aflorar pérdidas y dotar provisiones demasiado grandes para su tamaño. La compra del Banco Pastor en octubre de 2011 por 1.300 millones le permitió aumentar su tamaño en España, pero al mismo tiempo elevó su exposición al ladrillo, carga que lleva años intentando digerir. Prueba de ello fue la ampliación de 2.500 millones realizada para evitar ayudas públicas y cubrir con mayor comodidad el déficit de capital de unos 3.200 millones que detectaron los test de estrés de 2012.

Además, se da la paradoja de que la entidad participó como accionista en la creación del banco malo al que todas las entidades rescatadas traspasaron sus activos tóxicos y, sin embargo, Popular tuvo que seguir digiriendo por sí solo su carga de su sociedad inmobiliaria, Aliseda, aunque logró desprenderse del 51%.

Aún así las dudas sobre el banco nunca desaparecieron y en círculos financieros se daba por hecho que mantenía conversaciones sobre una posible fusión. El nombre que más sonó entonces fue el de Caixabank, pero también se le ligó al Banco Santander y esta misma semana, al Sabadell. Cualquiera de estas operaciones habría supuesto la absorción del Popular, que se llegó a plantear pujar en las subastas de entidades rescatadas de cara a limpiar su balance y mirar más hacia el exterior.

Por eso, tras una presencia internacional que se limitaba a Portugal y, discretamente, a Estados Unidos, el banco que preside Ángel Ron apostó por posibles compras en América Latina y encontró en México su gran oportunidad. La compra del 25% del grupo azteca Bx+ en 2013 dio aire a Popular y vino acompañada de una alianza con la familia local Del Valle, que se convirtió en accionista de referencia del grupo español, con una participación del 4,16%.

El Banco Popular hará ahora una gira internacional que le llevará a las principales ciudades financieras -Londres, París y Nueva York, entre otras- -con el objetivo de explicar a los inversores y analistas la multimillonaria ampliación. Una oportunidad para dejar claro que, de momento, el banco apuesta por su independencia y dificulta la posibilidad de que lancen sobre él una oferta de compra hostil, aunque muchos seguirán pensado que, ante la debilidad, la ampliación no es más que el paso previo para que Popular pueda negociar en mejores condiciones una posible fusión.