para esta segunda semana electoral las previsiones son de manual: el espectáculo conocerá y proyectará la mayor lluvia de promesas para amenizar cada una de las jornadas que restan hasta el próximo domingo. Es, en este espacio electoral, donde los políticos postulantes demuestran haber sucumbido a la nueva estrategia mediática y se disponen a compartir sus encantos haciendo gala de destrezas y proezas dialécticas como si fueran heraldos de los dioses del Olimpo que nos traerán, si les rendimos pleitesía en las urnas, el bálsamo sanador para todos los sufrimientos padecidos en esta última legislatura.
En síntesis, los llamados a las urnas disponemos de la mejor localidad desde donde disfrutar o padecer los más variados y significativos tributos dialécticos a la liturgia del dios Hermes, un ingenioso mensajero de su padre, Zeus, protector de mercaderes y banqueros que gastaba bromas o mentía sin que le descubriesen. Portaba en su mano un caduceo que servía para hacer magia e hipnotizar a la gente. Quizás por ello es invocado (en un himno homérico dedicado a él) como un dios de multiforme ingenio y astutos pensamientos, ladrón, cuatrero de bueyes, jefe de los sueños, espía nocturno, guardián de las puertas, que muy pronto habría de hacer alarde de gloriosas hazañas ante los inmortales dioses.
Pero dejemos el capítulo de preámbulos para adentrarnos en el terreno de los balances relacionados con la economía real que muy bien podemos dividir en cuatro apartados: Empleo; poder adquisitivo; impuestos y deuda pública. Encontramos una primera y grave disfunción, ya que para los políticos que aspiran a La Moncloa la economía no es un objetivo, sino una herramienta electoral, razón por la que cuando prometen bajar la fiscalidad o crear puestos de trabajo, en realidad tratan de hipnotizar a la gente si cotejamos sus promesas con sus actos en estos últimos cuatro años.
Claro que, este mayor endeudamiento se podría dar por bien empleado si el estado de bienestar se hubiera mantenido sin recortes ni reformas, al tiempo que la implementación de subvenciones y ayudas públicas hubieran incentivado la creación de empleo. Sin embargo, el balance oficial señala que hay menos puestos de trabajo que hace cuatro años y que el empleo creado es de baja calidad y salario, como lo demuestra el déficit de la Seguridad Social que tiene que coger 23.100 millones de euros del fondo de reserva de las pensiones ante la falta de liquidez.
Por último, y no menos importante, las estadísticas europeas ofrecen un panorama desolador. El Eurostat estima que la renta por habitante española, en paridad de poder de compra equivalió el año pasado al 91% del PIB per cápita de la UE, frente al 103% que se registraba en 2007. Esto significa que el deterioro de la crisis ha dejado el poder adquisitivo de los españoles en el nivel que se tenía (¡Ahí es nada!) hace 20 años. Hay excepciones, como Madrid (128%), País Vasco (122%), Nafarroa (116%) y Catalunya (111%), que están por encima de la media, pero otras, como Extremadura, están en el 65%. Un desastre.
Por tanto, las cifras son elocuentes. Si han subido los impuestos y la deuda pública, al tiempo que han bajado el empleo y el poder adquisitivo, es evidente que las promesas electorales sirven de poco. Si Hermes levantara la cabeza comprobaría que sus seguidores le han superado.