los últimos datos conocidos colocan a la economía vasca en una posición relativamente buena, si no fuera por la falta de garantías o antídotos frente a los peligros que persisten larvados en un escenario debilitado y enfermizo tras la gran recesión, máxime cuando estamos en pleno periodo electoral que distorsiona la realidad. Anunciar, por ejemplo, un endeudamiento, en este año 2015, inferior al margen permitido es una noticia saludable, pero no deja de ser insuficiente ante los múltiples retos que proyecta, en general, el mercado mundial y el europeo, en particular, porque éste último es el centro de operaciones de la mayor parte de las exportaciones vascas.
En este sentido, la posibilidad de reducir el déficit público vasco y no apurar su margen máximo no despeja la incógnitas del futuro a corto plazo. Supone cierto alivio pero, no nos engañemos, mientras se gaste más de lo ingresado, por pequeña que sea la diferencia, la deuda sigue aumentando. Y ésta, la deuda, es un factor que pone en peligro el frágil equilibrio europeo actual, provocado, en parte, por factores externos a la economía vasca, como son el descenso en el precio del petróleo, los tipos de interés en la zona euro y el programa completo de expansión cuantitativa del BCE que incluye la adquisición de deuda pública.
Se impone, por tanto, la prudencia. La deuda es una pesada carga al generar un gravamen en las cuentas públicas mediante los intereses generados. Es el caso de los presupuestos del Gobierno español, obligados a hipotecar un 9,5% de su cuantía para el pago de intereses, al tiempo que persiste un déficit significativo (aunque vaya en descenso). En el escenario vasco, según el proyecto de Presupuestos para 2016, el endeudamiento total asciende a 8.232 millones de euros, lo que supone destinar cerca de 280 millones al pago de intereses. Una cifra que apenas representa un 2,50% del presupuesto del Gobierno vasco, pero en definitiva, una carga.
Entones..., ¿cómo se puede se puede reducir la deuda?
Si se quiere taponar la sangría del déficit público que alimenta la deuda, la fórmula más inmediata reside en el crecimiento del PIB y el empleo que permitiría incrementar los ingresos públicos tanto de las rentas de trabajo y capital (IRPF) como del mayor consumo (IVA), sin olvidar los procedentes del beneficio empresarial, así como la reducción en las prestaciones por desempleo. Pero esto no siempre es posible y se recurre a modificaciones fiscales, que pueden reducir el potencial de consumo, o a minimizar gastos que provocan recortes en el estado de bienestar.
Por otra parte, los tipos de interés marcados por el BCE pueden ser interpretados como una buena oportunidad para endeudarse. La cuestión nuclear reside en saber la finalidad de esa deuda, ya que no es lo mismo dedicarla a gastos corrientes o a inversiones que pueden facilitar el crecimiento económico. Después de todo, junto a la mencionada deuda pública, hoy en día, la economía vasca padece las consecuencias de otros dos factores muy importantes, como son la baja productividad y el descenso en la población activa.
En resumen, parece que lo fundamental para 2016 no debiera residir exclusivamente en aspectos cuantitativos, sino en factores cualitativos que predispongan a los sectores productivos por la senda de una estructura productiva, competitiva y de alto valor añadido.