europa tiembla ante la posibilidad de que el escándalo Volkswagen se expanda, como cruel metástasis, a lo largo y ancho del sector automovilístico continental. Estamos, no cabe duda, ante un fraude, cuya magnitud proyecta consecuencias que pueden ser catastróficas, a tenor de las reacciones de responsables políticos y económicos, para el icono del sector que representa Alemania y su marca de calidad. Con mayor o menos celeridad, los gobiernos anuncian investigaciones para evaluar los daños ocasionados; no faltan advertencias sobre el peligro que supondría para el empleo el posible freno a las inversiones previstas.
Sin embargo, uno tiene la impresión de estar ante un nuevo artificio de imposturas para maquillar u ocultar la tendencia maléfica de practicar el laissez faire (dejar hacer) bajo el patronazgo neoliberal (leyes laxas y ayudas públicas) de quienes tienen la responsabilidad de gobernar y frenar los excesos, pero miran para otro lado cuando se producen. Después de todo, no estamos ante un caso aislado. Es un capítulo más de lo que los griegos llamaban hybris (desmesura o ambición). Tampoco es admisible que gobiernos e instituciones de la sociedad occidental carezcan de medios técnicos e intelectuales para detectar el escamoteo de la compañía alemana y otras bribonadas que hemos conocido en los últimos años.
Bribonadas como la manipulación del mercado de divisas durante seis años por parte de varias entidades bancarias en EEUU, Reino Unido y Suiza, que también manejaron a su antojo los tipos de interés interbancario del Euribor, utilizado para fijar el coste de las hipotecas. Y qué decir de las sanciones que han recibido las petroleras que operan en el mercado español por intercambiar información y llegar a acuerdos antes de fijar el precio de los carburantes. O el sector eléctrico, multado por la Comisión Nacional del Mercado de la Competencia (CNMC), por fijar, previo pacto, los precios de la luz a los grandes consumidores y poner trabas al cambio de suministrador, aunque posteriormente el Tribunal Supremo anuló la sanción al invalidar la orden de un juez para la inspección domiciliaria de la patronal eléctrica (Unesa).
En cualquier caso no está muy claro si la inspección y posterior conocimiento del fraude están motivados por el celo profesional, ético y moral de los organismos responsables de semejante ejercicio o si responden a la transgresión abusiva y permanente de normas dictadas para la libre competencia en el mercado, el respeto al consumidor, la transparencia de precios o la regulación de sustancias contaminantes. Porque esas normas, haberlas..., haylas. Otra cosa es que se cumplan o vigilen su correcto cumplimiento.
En el caso Volkswagen, hay que recordar que evitó una sanción de la CNMC, que sí sufrieron otros fabricantes de automóviles españoles por intercambiar datos desde 2006 a 2013 y evitar aplicar estrategias agresivas o descuentos para captar clientes. La firma alemana hacía lo mismo, pero eludió la multa porque denunció a sus compañeros de fechorías y se acogió a la figura de clemencia que contempla la ley y que premia al infractor con el perdón si ofrece información sobre el resto de colegas. No sería de extrañar que ahora uno de los factores para descubrir el fraude sea devolver la jugada, pero corregida y aumentada de forma exponencial. Donde las dan, las toman.
Todo ello nos lleva a una triste conclusión. El laissez faire es una hipocresía. Permite publicitar la defensa del medio ambiente, pero contamina. O defiende la libertad de mercado, pero amenaza con la esclavitud del desempleo. Todo ello sin temor a las consecuencias sociales, con impunidad y con el beneplácito de los reguladores.