La construcción de un futuro mejor se ve lastrada por la actitud y tendencia generalizada a proyectarlo sobre circunstancias coyunturales y el estado actual de las cosas, resistiéndonos a considerar la dinámica del cambio y las múltiples oportunidades que la capacidad creativa e innovadora del ser humano, en Sociedad, es capaz de generar, así como de la fortaleza transformadora que la conversión de los desafíos y problemas en oportunidades ofrece.

La sacudida de conciencias y desafíos post-veraniegos que nos ha provocado la explosión de la población de refugiados en el seno europeo, nos obliga a salir de nuestra zona de confort y a ocuparnos de las soluciones exigibles para 60 millones de refugiados en el mundo, a la búsqueda de asilo, y a repasar la larga lista de países origen-destino que describen el mapa de horror que lo provoca. Tragedia que viene a sumarse a la ya generalizada desigualdad en que estamos inmersos, a la intensa, dolorosa e imparable migración económica y al reto inaplazable de la revisión en profundidad de muchos de los pilares en que se ha basado un determinado modelo de crecimiento y desarrollo.

En este contexto, más allá de los absolutamente imprescindibles acuerdos humanitarios (y obligaciones legales) que la Unión Europea parece que terminará asumiendo, finalmente, pese a su tardía reacción y a las divisiones internas (aún vivas en el momento de escribir este artículo), son muchas las necesidades y políticas que las decisiones conllevan cara tanto a ofrecer una acogida real y plena, digna y sostenible, como a la deseada integración de los nuevos habitantes y ciudadanos europeos en todos y cada uno de los países destino a los que habrán sido asignados o a aquellos hacia los que libremente opten por trasladarse dentro del espacio común europeo. Proceso y desafío que trascienden del mundo del asilado, inmigrante o desplazado, para entrar, de lleno, en el ámbito de la inclusión (económica, cultural y social).

Así, la firme decisión de Alemania de comprometer la acogida a 800.000 nuevos habitantes-ciudadanos en su país sirve para múltiples análisis y valoraciones (de hoy y del mañana). Es el caso de Jennifer Blake, economista jefe del World Economic Forum y miembro de su Comisión Ejecutiva y que ha co-dirigido el reciente informe sobre el Crecimiento Inclusivo en el Mundo, fruto del compromiso conjunto de los diferentes Consejos Asesores en materia de Competitividad, Crecimiento y Nuevos modelos de desarrollo. Informe sobre la base del análisis pormenorizado de 140 países-economías diferentes, con especial énfasis en 36 países referentes, entre los que se incluye Alemania. Ella, tras felicitarse de la apuesta europea y de la “oportunidad” de romper con las políticas escleróticas que se han venido aplicando, echa mano del análisis de los principales pilares y fuentes de la construcción de un modelo de crecimiento inclusivo que permita responder al desafío, mitigando los efectos de la desigualdad. Repasa los factores clave que el mencionado Informe plantea (más de 100 indicadores) y analiza las debilidades y desafíos que habrá de superar una Alemania rica, tractora, líder en el entorno europeo y mundial pero con peligrosos lastres (nivel de ocupación y participación ocupacional -sobre todo de la mujer- en su economía y empleo, la escasa generación de nuevas empresas, la propia integración identitaria, logística nacional a la que habrán de adecuarse los nuevos ciudadanos, el espacio de progresividad fiscal aún disponible?). Destaca, también, las nuevas fortalezas que ofrecerán al país: el bono demográfico, educación y empleabilidad, juventud versus envejecimiento galopante en una cambiante nueva pirámide, empleabilidad y, en definitiva, la necesidad-oportunidad de repensar una nueva estrategia de futuro (para Alemania, para Europa y para los países origen de los nuevo pobladores). Las directrices propuestas, ofrecen un marco de trabajo que pretende facilitar a los países (y a todos y cada uno de sus agentes institucionales, económicos y sociales) el diseño de estrategias y políticas que potencien un amplio espectro de medidas, políticas, incentivos y mecanismos que favorezcan la inclusión social en el diseño de las políticas de crecimiento económico. De esta manera, un primer esfuerzo se ha realizado proponiendo, huyendo de recetas, elementos por considerar y experiencias parciales de éxito que sirvan de reflexión y guía. Iniciativas de todo tipo que aconsejarían a los gobiernos una revisión crítica de sus políticas y, sobre todo, de la óptica y perspectiva desde la que se aproximan al problema, utilizando preguntas correctas alineadas con el verdadero objetivo: ¿Es posible diseñar un nuevo modelo de crecimiento y desarrollo incluyente? Así, la siempre aplazada verdadera reforma de los sistemas educativos y de formación para el empleo, la compensación e incentivación de la empleabilidad y el desempleado, el emprendimiento real y sostenible con su consecuente creación de activos asociados a la estrategia país, la inversión en la economía en el marco de sistemas financieros incluyentes, las políticas de rentas, las medidas eficientes anti corrupción, la reformulación del rol del sector público y la función pública con la reforma esencial del personal de confianza y la dualidad seguridad-permanencia en el empleo respecto de la iniciativa privada, la dotación de infraestructura y servicios básicos, las transferencias fiscales? Viejos compañeros de viaje analizados bajo otros prismas.

Se trata de una importante iniciativa (ni la única ni la última) que contribuya a repensar el futuro de otra manera. Como en otros muchos casos, a lo largo de la historia, un inesperado cambio en las prioridades y condiciones ante las cuales se ha de reaccionar puede convertirse en una potente herramienta innovadora. En el caso de Alemania, sin duda, el nuevo desafío no ha de verse como un incómodo problema con el que convivir o que “deba tolerarse”, sino como una extraordinaria oportunidad para plantearse un futuro distinto, más allá de la prioritaria acción humanitaria.

Por supuesto, la primera (y, en algunos casos, única) razón para ejercer la acogida de una población desamparada es la propia atención humanitaria que conlleva. Hecho esto, no debemos olvidar, tampoco, la oportunidad de hacer de las necesidades reales nuestras fortalezas y modelos de futuro, sabiendo -además- que esto no ha concluido. Pocos retos mayores tenemos que la necesidad de extender la participación y beneficios sociales junto con los beneficios del crecimiento económico en favor de mitigar la desigualdad, favorecer la integración y ofrecer un proyecto de futuro pensado en las personas. Así, con las diferentes conclusiones del ya citado Informe, podemos afirmar que todos los países, sea cual sea su situación actual, están en inmejorables condiciones de mejora en este terreno, que no es viable separar crecimiento y políticas económicas de políticas sociales e inclusión, que promover estrategias de prevención, protección y seguridad y bienestar social no solamente es compatible con las políticas fiscales y de endeudamiento, sino que generan, a su vez, claros retornos positivos en la competitividad de los países y sus economías y que, en consecuencia, no son políticas de lujo para países ricos, sino de clara y necesaria aplicación a lo largo del mundo.

La “crisis de los refugiados” ha puesto a Europa (y a los europeos) ante un reto inaplazable. No es posible disimular mirando para otro lado. Más allá del drama de quienes lo padecen directamente, las instituciones europeas han comprobado la fragilidad de su modelo de gobernanza, incapaz de “implantar soluciones europeas de emergencia”; ha comprobado que sus ritmos no responden a las demandas reales de la Sociedad, que sus acciones u omisiones en determinados conflictos existentes, por muy lejanos que parezcan, producen consecuencias directas en casa, que no hay posiciones inmutables ni políticas únicas sino que los tiempos, los acontecimientos imprevistos, las decisiones personales y colectivas en un momento dado, generan decisiones diferentes que han de adecuarse, en cada circunstancia, a necesidades y demandas distintas. Y han podido comprobar que determinados modelos de crecimiento y escenarios pre diseñados saltan por los aires.

El desafío no es fácil. No se trata de mostrar una cara amable y solidaria, voluntarista, sino de toda una maquinaria de acogida que, además, no se limita a lo mucho que tanto Europa como cada uno de sus Estados-miembro y sociedades concretas han o hemos de hacer, o la compleja y largoplacista actuación exigible en los países origen de los afectados. No es cuestión de improvisar medidas urgentes (absolutamente imprescindibles), sino políticas y acciones sostenibles. Todo un desafío que se abordará mucho mejor si se concibe como una necesidad y oportunidad de cambiar las cosas construyendo una sociedad menos desigual, bajo un nuevo modelo de crecimiento incluyente, generador de riqueza y bienestar compartido y compartible. Los países que lo vean en positivo y en términos de oportunidad (no de utilitarismo mercantil), lejos de un peligro o amenaza para su confort y futuro, acertarán y diseñarán un futuro mejor.

En definitiva, parece ser que Alemania así lo ha entendido. Una buen noticia.