El Toyota Yaris es un viejo conocido de estas páginas, de hecho ha sido probado en sus tres generaciones y con diferentes motorizaciones y acabados, aunque sí que es cierto que es la primera vez que nos ponemos a los mandos de la variante híbrida. Como ocurrió en su día con las carrocerías de los Prius y Auris provistas de grupos motrices que combinan propulsión por combustión de gasolina y eléctrica, el Yaris Hybrid ha causado una excelente impresión, y no solo en este redactor sino también en otras personas, algunas se han puesto a sus mandos y otras han viajado como acompañantes.

Entre los primeros ha estado mi padre, feliz propietario de un Yaris diésel de segunda generación, mecánico ya jubilado y crítico como pocos a la hora de probar un coche. Su valoración ha sido en líneas generales muy favorable, reconociendo que el salto adelante dado por el Yaris en diseño, acabado, finura de funcionamiento, silencio mecánico, comodidad (sobre todo con los nuevos asientos delanteros, que avanzan un mundo respecto a los precedentes) y agrado de utilización es más que notable. Lógicamente, ha cuestionado un radio de giro que ha perdido enteros respecto a su veterano Yaris -“en esto el mío es mejor”, se apresuró a apuntillar-, como en la altura libre al techo en las plazas traseras, y más con el techo panorámico de cristal de la unidad de pruebas, una auténtica delicia por la luminosidad que aporta y por el calorcito que deja entrar en días de invierno cuando el sol aparece tímidamente.

Por el contrario, no se ha quejado del cambio automático del Yaris Hybrid, que muestra el habitual retardo momentáneo, cuando le pedimos acelerar con rapidez o aportar mayor empuje, respecto al aumento de revoluciones y de sonoridad del motor. Para quienes vienen de un turbodiésel moderno o gustan de cierta alegría deportiva en la conducción, el Yaris Hybrid, como muchos híbridos con este tipo de cambios automáticos, adolece de una respuesta más inmediata. Esta carencia también se advierte en itinerarios muy montañosos, donde siempre será más conveniente la contundencia del Yaris turbodiésel por su poderío a medio régimen.

Y es que el Yaris Hybrid donde verdaderamente se disfruta y donde su economía de consumo y agrado de utilización triunfan indudablemente es en ciudad (con 3,1 litros de consumo homologado) y en recorridos cortos, los que realizan la mayor parte de conductores casi todos los días del año. Aquí, el silencio de funcionamiento, la suavidad de marcha, su progresiva respuesta y la facilidad de uso -tan solo arrancar, acelerar y frenar- convierten la conducción en una experiencia sencilla, nada estresante y muy placentera. Además, nos invita, y lo consigue, a ser mejores conductores, más respetuosos con las normas de tráfico y los límites de velocidad, además de más eficientes, ya que siempre se acaba tratando de circular con la aguja del indicador en la

posición de conducción ecológica.

Por carretera y autopista el Yaris Hybrid también cumple, siempre teniendo en cuenta sus modestas prestaciones (100 CV entre el motor de gasolina y eléctrico y 165 km/h de velocidad máxima) y su filosofía esencialmente ahorradora.

El comportamiento dinámico es también bueno, sin llegar a brillante ni mucho menos a incitarnos a un manejo deportivo, que escapa a sus objetivos. Sí que presume de un confort notable y de un habitáculo amplio en relación a sus contenidas dimensiones, con un maletero también suficiente, aunque con kit reparapinchazos en lugar de rueda de repuesto. Otros detalles mejorables son su antena a rosca y la ausencia de r etrovisores exteriores panorámicos.

A la postre, el Yaris Hybrid demuestra que la nueva evolución del utilitario de Toyota ha conseguido alcanzar un grado de desarrollo admirable, mejorando respecto a las dos exitosas generaciones anteriores, y ahora, con la llegada de la variante híbrida, que aporta una versión ideal para conductores que busquen una experiencia al volante diferente, agradable, relajante y eficiente.