no es nuevo lo que hoy deseo poner negro sobre blanco en estas líneas, pero es pertinente siempre y cuando persistan muchas de las causas que han provocado desempleo y pobreza, así como muchas de las actitudes que han generado frustración e indignación en la sociedad. No se trata de la corrupción existente sino en la forma de gestionar los buenos datos y mejores síntomas que llegan estas últimas semanas precediendo a un ciclo electoral con demasiadas citas antes las urnas.

Datos y síntomas que son esperanzadores, pero que no garantizan tres objetivos fundamentales: el primero es la recuperación del empleo y el poder adquisitivo de las familias; el segundo consiste en un reparto de la riqueza más equitativo que reduzca la gran brecha abierta entre quienes ganan mucho y quienes no tienen para comer. el tercer y último objetivo reside en crear los cimientos de una sociedad del conocimiento que permita un desarrollo económico sostenible y se haga fuerte ante nuevos periodos de crisis.

Todo ello sin dejar de valorar en su justa medida los datos y síntomas actuales, que permiten aventurar el fin de la recesión económica, expresada en términos macro, y una incipiente recuperación del empleo y el consumo. Son, en definitiva, momentos de esperanza, pero no de euforia, salvo para esos (demasiados) políticos con responsabilidades de gobierno, o sin ellas, que, obsesionados con mantenerse en la poltrona, no abandonan estrategias electoralistas y demuestren que nada han aprendido en el último septenio, tras las dramáticas consecuencias que ha tenido en el plano social (paro, pobreza y desahucios) en el empresarial (cierres y EREs) y en el económico (pérdida del PIB cercana al 10%).

Por suerte, no todos los políticos son así. También están los que piden “prudencia” a la hora de valorar esos datos y síntomas positivos, al tiempo que abandonan la idea de ser voceros de esos cantos de sirena que prometen millones de puestos de trabajo. Es el caso del lehendakari Urkullu que esta pasada semana valoraba los datos del paro registrado en el mes de febrero como un “cambio de tendencia”, pero asegurando que “el Gobierno Vasco no va a prometer la creación de cientos de miles de puestos de trabajo”.

El lehendakari reconoció que Euskadi “está pasando lo peor” y que todavía se necesitarán “muchos meses de trabajo común y determinación para reactivar la economía, crecer de forma sostenible y generar oportunidades de empleo”. Resulta evidente que Urkullu no está mirando al corto plazo sino a ese futuro en el que nuestros hijos y nietos puedan vivir sin estar pendientes de lamentables ofertas de trabajo. Por ello mira al presente con prudencia al reconocer que “el motor de la economía vasca parece que se reactiva. No es suficiente, pero es un cambio de tendencia, una buena noticia porque éste es el oxígeno que necesita nuestro país”.

Pero muestra su exigencia al hablar del futuro y sus protagonistas cuando señala que “en Euskadi vamos a seguir trabajando juntos para impulsar cada nuevo empleo, uno a uno”, no sin antes advertir de que “se van a mantener las incertidumbres, pero hoy quiero compartir una certidumbre: la formación de la juventud es un valor seguro”.

Lo dicho, prudencia en el presente y exigencia para el futuro.