kutxabank contará con un consejero delegado, como venían reclamando desde tiempo atrás los sucesivos supervisores bancarios: primero, el banco de España y, recientemente, el Banco Central Europeo. Es un cambio que ilustra los nuevos usos de dirección y gestión y las formas que pretenden instaurar su presidente, Gregorio Villalabeitia, y el consejo de administración del banco de las antiguas cajas.

Ahora, el proceso deberá ser el que el anterior presidente nunca promovió. Goyo Villalabeitia deberá proponer al consejo de administración de Kutxabank el nombramiento de uno de sus miembros como consejero delegado y ponerle al frente del equipo directivo que está diseñando. Las características técnicas de esa función hacen probable que se busque a una persona con perfil profesional contrastado que las desempeñe y que debería incorporarse previamente al consejo.

A los cambios en la estructura de dirección ejecutiva que prepara Villalabeitia, se añade en otro proceso paralelo que requiere también su tiempo, la figura del consejero delegado que deberá ser nombrado por el consejo de administración del banco a propuesta de su presidente, cumpliendo así una demanda sostenida en el tiempo por el Banco de España y que ha hecho exigencia el supervisor de Frankfurt.

La remodelación de su equipo era una de las prioridades lógicas del nuevo presidente, que el próximo jueves presentará al consejo de administración del banco los resultados de 2014, en una reunión en cuyo orden del día no figuran los cambios en la directiva de Kutxabank. Tras ese consejo, Villalabeitia se someterá a su primera comparecencia ante los medios de comunicación. Rueda de prensa que se augura intensa y que permitirá conocer por primera vez de su boca los detalles del caso Cabieces que estime oportuno revelar. Quizá también le pregunten por su estrategia de negocio para el banco.

Otro modelo de gestión Precisamente la dimensión pública del caso Cabieces ha favorecido que la demanda del Banco Central Europeo de que el banco cuente con un consejero delegado que permita diferenciar sus funciones de las del presidente se haya convertido en insoslayable. Una reforma en la cúpula y una función, la de consejero delegado, que no se había contemplado seriamente hasta ahora y que pone fin al anterior modelo de gestión. Durante la etapa anterior, Mario Fernández acumulaba en sus manos todo el poder de decisión ejecutiva en un esquema trasladado a Kutxabank a partir de su proceder en BBK.

El primer presidente del banco lideró, desde la Presidencia de BBK, el proceso de fusión de las cajas y la constitución del SIP Kutxabank. Un proceso a medio camino entre la voluntad y la obligación impuesta por las reformas aplicadas por el Banco de España y exigidas por el radicado en Frankfurt. Aquí Kutxa, Vital y la propia BBK depositaron su negocio, participaciones y patrimonio, con la única excepción del vinculado a su obra social. En ese proceso tuvieron salvaguarda la identidad de cada caja y su representación en el consejo creado en el banco. Pero por el camino se quedó, curiosamente, la sede de la mayor de ellas: como presidente de BBK y de Kutxabank simultáneamente, Fernández procedió a activar su venta.

El presidente gestionó sistemáticamente esa situación de doble jefatura hasta que el tiempo le puso límite. El tiempo y los estatutos de BBK, que sitúan en 70 años la edad tope de su presidente. Mario Fernández se sometió a esa norma inexorable y cedió la presidencia de BBK, pero no la de Kutxabank, donde no existe norma redactada al respecto y cuya constitución como nuevo actor financiero quiso pilotar. “Kutxabank lo hice yo”, decía recientemente ante el juzgado. Esa sucesión revela una consecuencia del proceder anterior: cuando, a propuesta del PNV, Xabier Sagredo quedó al frente de la caja, BBK no tenía sede propia y su presidente no tenía sueldo ni -a diferencia de los de Kutxa y Vital- presencia en el consejo de Kutxabank. Fernández propició una cierta asimilación de la parte por el todo y Kutxabank solapó, momentáneamente, la personalidad de su propietario mayoritario, BBK.

Obligados por la presión del BCE al sistema financiero español, que exigió la cabeza de las cajas de ahorro, Sagredo tuvo que pilotar en esas condiciones la conversión en fundación bancaria especial. La ley de cajas de ahorro y fundaciones bancarias diseñada con ese objetivo en Madrid durante el último tercio de 2013 marcó un camino ineludible. El horizonte era la conversión a fundaciones o la partición en un puñado de mini cajas de no más de 10.000 millones en activos. Predicando con el ejemplo, promovió la conversión de BBK y contó para ello con el respaldo de PNV, PSE, PP, CCOO y las entidades sociales representadas en la asamblea de la caja, en un modelo que se amplió al resto de cajas y del que quedó fuera la izquierda abertzale porque quiso más peso en los consejos. El reparto entre los diferentes agentes políticos y sociales no se satisfizo y apostó por el discurso de la privatización, que ya manejaba ELA.

La propiedad, y otros desencuentros Estábamos en la antesala del desencuentro entre la estrategia de conservación de la propiedad que tenía en mente el presidente de BBK, dispuesto a hacer valer la mayoría del capital que le correspondía a la caja vizcaína y transferiría a la nueva fundación para sostener la obra social, y los planes del de Kutxabank, desconocidos hasta febrero del año pasado. Entonces, Mario Fernández soltó la bomba en una jornada de la Comercial de Deusto al anunciar que el futuro ineludible pasaba por “un plan creíble, con medidas concretas, para bajar al 50% y luego al 30% la participación de las cajas” en la propiedad del banco.

El desencuentro erosionó una precaria relación entre ambos y también con la dirección del PNV. La falta de concreción de ese plan de incorporación de nuevos socios en el capital del banco reforzó el rechazo a esa estrategia. La necesidad de dar entrada a capital ajeno (se llegó a hablar de un fondo de inversión interesado) era una convicción de Fernández pero no de las mayorías en los consejos de las cajas. Estaban por pelear ante el legislador y hacer valer sus razones ante el regulador. Las cajas vascas no habían caído en los vicios y errores de las españolas y Kutxabank no era Bankia. Además, todas ellas manejaban difíciles equilibrios políticos en pleno proceso de transformación a fundaciones que colgaba de mayorías suficientes en sus respectivas asambleas generales.

A esta situación se añadió la discrepancia sobre el futuro de las participadas. Las participaciones industriales suponían a estas alturas, después de seis años de crisis del sector, una aportación fundamental en los beneficios de Kutxabank. Fernández abogaba por mantener su propiedad en el banco, pero se había ido formando en torno a Sagredo un criterio diferente que contó con el aval político del PNV y que las contempla como el modo de garantizar a las fundaciones bancarias una cartera de activos propios. El recurso a la venta de participaciones industriales comenzó en 2012 y permitió a Fernández dotar a Kutxabank de recursos con los que afrontar los sucesivos test del BCE con márgenes de líder, pero produjo ampollas por su insistencia y amplitud.

En este proceso se vendieron participaciones en Euskaltel, Ibermática, NH, Zeltia y, con el horizonte de los test de estrés de Basilea III, Enagás. A estas alturas, Mario Fernández ya no contaba con la confianza de la propiedad y la venta de un 5% de la gasista, ayudó a quebrarla por completo. Con el criterio de Sagredo reforzado por la mayoría de la propiedad y el respaldo del PNV, Fernández asumió que su liderazgo en el banco tocó a su fin y acordó con la dirección política jeltzale en verano pasado que se iría después de los test de estrés. El pacto se sometió a un principio de confidencialidad que todas las partes respetaron y nadie más tuvo conocimiento de él hasta que el propio Mario Fernández anunció su adiós en otoño pasado, pocos días después de poner colofón, con el liderazgo de Kutxabank en solvencia del sistema financiero estatal, a una trayectoria brillante. Brillante pero marcada por un estilo personal, con costes en la estructura de negocio de Kutxabank, según analizan ahora en el propio banco.

El sueldo del presidente Desde ahí, la búsqueda de un sustituto quedaba en manos de Xabier Sagredo. Definió un perfil estrictamente profesional, sin vinculación política conocida y con experiencia en el máximo nivel de gestión del sector que le llevó a fijarse en Gregorio Villalabeitia. El contacto en primera persona dio paso a un análisis de la situación del banco y al compromiso del que él sería el nuevo presidente. Nadie había hablado de dinero en ese momento.

El momento llegó cuando el diagnóstico sobre el resto de cuestiones fue ya compartido por ambos. Entonces, Villalabeitia exhibió su extenso currículum que comienza en el Banco de Vizcaya 38 años atrás y pasa por la Caja de Ahorros Vizcaína, donde fue director general, para culminar en Argentaria y el BBVA, donde dirigió todo el grupo industrial. Socio de Seelinger & Conde, sus baremos de remuneración sostenida eran acordes al sector financiero en los máximos niveles directivos, con cifras que marean. A finales de año, la comisión de retribuciones de Kutxabank tenía una propuesta tras analizar las remuneraciones equivalentes del sector. Su oferta fue el sueldo con el que se estrenó Mario Fernández años atrás: 600.000 euros al año. Al común de los mortales se nos salen los ojos de las órbitas..

La oferta, no obstante, estaba a años luz de la situación profesional a la que Villalabeitia debía renunciar para dedicarse a Kutxabank. Incluso con el complemento variable en función de objetivos de 200.000 euros más. Es una cifra que no se publicita habitualmente hasta que se publican las cuentas anuales de las entidades pero, por alguna circunstancia, el de Villalabeitia se filtró y mereció una portada. Días antes, el sueldo de 5,4 millones ganado por el presidente del BBVA en 2014 se recogía discretamente a cola de sección; por sabido y asimilado, casi no es noticia.