En Detroit, el rostro son los concesionarios de coche; el alma, la industria automotriz y el Cobo Center, donde se celebra el salón del automóvil, su termómetro, el lugar en el que se mide la salud de la ciudad. El mercurio del Cobo Center vuelve a señalar temperaturas agradables tras la glaciación que padeció la fabricación de vehículos en los años más duros de la crisis. Si bien la ciudad, que fue la cuarta más importante de Estados Unidos, notará durante años el efecto del colapso en la gran industria y que deshabitó la metrópoli ante la ausencia de futuro -Detroit pasó de 1,8 millones de habitantes a poco más de 700.000-. Los flashes y los focos saludan nuevamente a la meca de la automoción, de estreno y tiros largos en el salón del automóvil, el mascarón de proa del gran mercante de Michigan. Un trasatlántico que se demostró enclenque, con un alto riesgo de hundimiento cuando la industria del motor, la gran despensa de Detroit, se oxidó vertiginosamente con el cambio de paradigma de la fabricación de coches. Su escasa capacidad de adaptación a las necesidades del mercado automovilístico a punto estuvieron de convertir Detroit y su exuberante industria del motor en otro Titanic.
El plan de rescate de Obama, calificado de capitalismo de estado e incluso de iniciativa socialista, ha conseguido que Detroit, gire la llave para poner en marcha un motor gripado. La ciudad del motor, hogar de The Big Three (Las Tres Grandes), General Motors, Chrysler y Ford, convertida en un paisaje apocalíptico durante la crisis, una descarga que estuvo a un dedo de engullir a GM y Chrysler, dos de los emblemas de la metrópoli y de Estados Unidos, respira tras la intervención gubernamental. Las pantagruélicas pérdidas obligaron a la Casa Blanca a actuar de urgencia y a rescatar a ambas compañías de la quiebra con una inversión de 80.000 millones de dólares. Con semejante inyección el Gobierno de EE.UU. se convirtió de facto en el mayor accionista de General Motors. Mientras Chrysler, que también recibió cantidades ingentes de la administración Obama, se acomodaba dentro del grupo FIAT, que ha reestructurado la compañía y su lógica de la fabricación de coches. Después de la intervención gubernamental ambos fabricantes han recuperado el pulso y han retornado buena parte del dinero prestado por las arcas públicas. Chrysler y, sobre todo, General Motors, vuelven a ser productivas y generadoras de empleo. Ford fue la única de las The Big Three que no necesitó salvavidas.
El programa obligó a una refundación de las compañías afectadas, ancladas en una metodología incapaz de seguir el ritmo de los tiempos modernos. Para hacer frente a la nueva realidad que imponía el sector, el gobierno norteamericano impuso nuevos ejecutivos con la intención de voltear la decrépita estampa de General Motors y Chrysler. Del mismo modo y en virtud de la normativa de bancarrotas que rige en Estados Unidos, se reordenó la deuda ante los acreedores de las dos empresas, heridas de muerte en un mercado donde la competencia resulta feroz y cada desliz se paga carísimo. Apenas existe margen de error. El plan para la optimización de la producción y el reflotamiento de las dos consiguió una sensible reducción de los costes de producción, equiparándose así a la de los grandes productores asiáticos, como Toyota. El gasto laboral pasó de 75 dólares hasta los 55 dólares la hora. En esa línea de actuación GM y Chrysler se desprendieron de los grandes gastos sanitarios y de pensiones que abonaban a sus empleados. Como contrapartida, los trabajadores entraron en el capital de las dos compañías.
Mejoría de la economía La batería de medidas correctoras, que también incluyeron la eliminación de las marcas menos rentables en el consorcio de General Motors, empastó además con el crecimiento económico de Estados Unidos. Ambos procesos han revivido a la decante industria automovilística norteamericana. Ahora muestra beneficios donde únicamente acumulaba deudas y ruina. La muestra en el Cobo Centre es el mejor síntoma de la recuperación. Años después de la gran caída, en el salón de Detroit mandan las sonrisas, dejando atrás la tristeza y el abatimiento que dejó temblando a la industria automotriz desde 2008, donde se acumularon los cierres de plantas, las quiebras y el desempleo.
El optimismo de los productores de coches, y por ende de Detroit, se sustenta en el sensible incremento de ventas (+5,8%) con el que se cerró el ejercicio de 2014. Los datos certifican que 16,5 millones de vehículos se sumaron al parque automovilístico de Estados Unidos ese año. La compra de coches nuevos es uno de los mayores indicativos de la bonanza económica. La tasa de paro de Estados Unidos, apenas un 5,6%, certifica el despegue de la economía y augura un futuro esperanzador para los productores de coches. De hecho, los analistas estiman que durante este año se venderán 17 millones de nuevos vehículos, ventas que no se contabilizaban desde 2001. En ese contexto, la bajada del precio del petróleo es otro aliciente más para nutrir el impulso de la industria automovilística, el corazón de Detroit,
Unidas desde el cordón umbilical, -Detroit no se puede entender sin el rugido de los motores de la industria automovilística- la ciudad lanzó un Mayday para poder salir adelante ante el colapso de sus finanzas. El ayuntamiento de Detroit anunció la bancarrota en diciembre de 2013, agujereado por una multa de 17.000 millones de dólares. Otrora, el gran neón, la fábrica de Estados Unidos, la metrópoli que acogió a cientos de miles de empleados, -cada empleo de la industria del automóvil sostiene otros tres-, se asomó al abismo. La crisis que golpeó el mentón de las The Big Three dejó maltrecha a la ciudad, que se desangraba hasta convertirse en una metrópoli más muerta que viva, zombie. Arruinada, el resultado fue una ciudad deshabitada, fantasmagórica, inanimada a causa de la huida provocada por los cierres masivos. En éxodo la población, la urbe se anegó de trágicos solares, de ruinas industriales, bodegones de naturaleza muerta de ladrillo, cemento y hierro.
Detroit siguió la misma trazada de GM y Chrysler. Se tuvo que agarrar a Washington para lograr una bocanada de oxígeno que le dejara respirar y mirar, aunque fuera de reojo, el futuro. Con la población en desbandada y la ciudad en pleno desplome, Detroit tuvo que ser rescatada. El plan configurado desde el Gobierno federal pudo borrar 11.000 millones de deudas mientras obtenía un crédito de 1.500 millones para ser invertido en los próximo 10 años con la intención de mejorar los servicios básicos de una ciudad que se degradaba día a día. Detroit iba camino del apagón. Era una ciudad a media luz. De hecho, el 40% de sus farolas están rotas. La inversión federal se centra en lo fundamental, en lo urgente. Además del alumbrado público, el dinero se destinará al saneamiento, así como a los departamentos de bomberos y de la policía. La partida presupuestaria también contempla transformar la ciudad. El Gobierno de Obama prevé derruir los edificios marchitados que se extendían como una plaga y que construían un perfil de lo más depresivo, algo así como una deconstrucción de la ciudad, medio derruida.
No todo coches El nuevo Detroit será otro. Si bien la industria automotriz tendrá un peso determinante, la ciudad no quiere depender exclusivamente de esas factorías. El monocultivo se ha demostrado peligroso cuando vienen mal dadas. Detroit ha apostado por diversificar sus fuentes de riqueza. El polo tecnológico es una de los nuevas inversiones y empieza a recuperar el ánimo y el resurgimiento de negocios. Los constructores se afanan en dar respuesta a la demanda residencial en el centro de la urbe, que diseña nuevas infraestructuras, entre ellas un tranvía que recorre la principal arteria de la metrópoli. Detroit vuelve a latir, si bien todo no es una arcadia ni un paraíso. La transformación es aún lejana, pero está en marcha.
La senda que ha emprendido la urbe es la correcta, según el nuevo alcalde Mike Duggan, el primer alcalde blanco, que está convencido, si bien el trabajo a desarrollar se presume titánico y se necesitarán varios años para transformar Detroit.