no se puede decir que 2015 haya comenzado con buen pie, pese a ser calificado como el año de la recuperación económica, porque, en las primeras horas de la nueva singladura, un infarto nos ha dejado huérfanos de uno de los grandes referentes de la sociología y de la socio-economía mundial, como es Ulrich Beck, a quien en más de una ocasión (la última el pasado 22 de diciembre) hemos mencionado en la cita semanal con los lectores de estas páginas. Considerado como “el sociólogo de las grietas de la modernidad”, este intelectual alemán escribió La sociedad del riesgo, bajo los efectos de la catástrofe nuclear de Chernobyl.
Escrita hace casi 30 años (1986), Beck invitaba a reflexionar al asegurar que vivimos la transición desde la modernidad industrial hacia una sociedad del riesgo, mediante la transformación producida por la confrontación de la modernidad con las consecuencias no deseadas de sus propias acciones. El desarrollo industrial no regulado por el sistema político produce riesgos de una nueva magnitud: son incalculables, imprevisibles e incontrolables por la sociedad actual.
El tiempo, juez inexorable, le ha dado la razón como muy bien denunció en el otro ensayo, La sociedad del riesgo global (2007), donde establecía que los riesgos para la sociedad contemporánea son las consecuencias de sus éxitos y no de sus fracasos.
El terrorismo mundial, por ende, es fruto del triunfo de la modernidad y la catástrofe climática es una amenaza derivada del éxito de la industrialización. También escribió Una Europa alemana (2012) en la que afirmaba que la crisis en Europa no es solo económica sino más de la sociedad y la política.
Coautor, junto a Daniel Cohn-Bendit del manifiesto titulado ¡Somos Europa! en el que abogaba por un voluntariado de un año en Europa para gente de todas las edades, defendió movimientos sociales como el de los indignados del 15-M, considerándolo como un fenómeno nuevo, ya las clases medias salían a la calle por el deseo de cambiar las instituciones democráticas. Autor de numerosos artículos en los que ha dejado claro su compromiso con el humanismo mundial, recojo en estas líneas una pequeña parte de uno de sus artículos (febrero de 2013) en el que decía:
“Ante nosotros se abre el nuevo mundo de la manipulación digital del alma. Innumerables agentes digitales, con frecuencia completamente estúpidos, están tan fascinados con sus ideas que no se dan cuenta en absoluto de cómo, a partir de los ingredientes de egoísmo, codicia y capacidad de engañar, surgen monstruos. Entre ellos, monstruos políticos. La política de ahorro con la que Europa responde en este momento a la crisis financiera desencadenada por los bancos es percibida por los ciudadanos como una monstruosa injusticia. Son ellos quienes tienen que pagar con la moneda contante de su existencia por la ligereza con la que los bancos han pulverizado sumas inimaginables. Sin embargo, quienes se dedican a entender al capital, los hermeneutas de los monstruos, han desarrollado un lenguaje curiosamente terapéutico. Los mercados son tímidos como cervatos, afirman. No se dejan engañar. Pero los verdugos económicos, denominados agencias de calificación de riesgos, que también rinden tributo a la religión terrenal de la maximización del beneficio, basándose en las leyes del capitalismo del ego emiten juicios que alcanzan a Estados enteros en el corazón de su ser económico: a Italia, España o Grecia”.
La figura de Ulrich Beck se alarga de forma interminable, pero es obligado poner punto final a este artículo, no sin antes citar al que fuera responsable en Europa del quebrado Lehman Brothers, el ministro Luis De Guindos, cuando nos dice que “se ha perdido el miedo a perder el puesto de trabajo”. Su osadía no tiene límites. Le convendría leer al desaparecido sociólogo alemán o recordar alguna de sus frases:
“Y también quedó claro que estas condiciones de desigualdad e injusticia histórica han dado lugar a un sentimiento de odio en el mundo. Un profundo sentimiento que no puede ser fácilmente superado con algunas buenas palabras”.