En tiempos de crisis, las pocas expectativas se convierten en muchas más frustraciones cuando prevalece la tacañería de los poderosos. Apenas ha visto la luz el conocido como ‘Plan Juncker’ (Fondo Europeo de Inversiones Estratégicas o EFSI por sus siglas en inglés), presentado a la opinión pública a finales del pasado mes de noviembre como la única iniciativa para estimular el crecimiento en la zona euro y ya está sometido a la inanición por la rocosa estrategia maquiavélica de Angela Merkel al quedar aplazado, hasta el 13 de enero, el reglamento regulador del proyecto estrella del nuevo presidente de la Comisión Europea.
Como recordarán, el diseño del ‘Plan Juncker’ contempla la inversión de 315.000 millones de euros en los próximos tres años en proyectos relacionados, principalmente, con la energía y los transportes. La propuesta pasaba porque la Comisión tuviera mayoría en el consejo de administración del nuevo vehículo financiero, junto al BEI y los Estados miembros si finalmente deciden inyectar fondos que no iban a computar como déficit. La cumbre europea celebrada la pasada semana era su punto de inflexión porque sería aprobado el reglamento regulador y es aquí cuando la canciller germana entra en escena con la táctica del palo y la zanahoria para hacerse acreedora, una vez más que no la última, al término ‘Merkiavelo’, acuñado por Ulrich Beck en su obra ‘Una Europa alemana’.
Su astucia la permite decir una cosa y la contraria, tal y como lo demuestra al no desear ser tildada de antieuropea asegurando que el Plan Juncker va en buena dirección, pero lo dilata al proclamar su austeridad porque no quiere despilfarros y considera que el plazo de tres años no es suficiente para que se concreten los proyectos subvencionables, razón por la que reclama que no se gaste un euro más de lo previsto. Hasta aquí todo parece lógico y normal, pero sólo era el preámbulo para exigir dos cambios en las conclusiones de la cumbre que dejan claras las líneas rojas de Berlín:
SUMISIÓN O QUIEBRA. Por un lado, quiere acotar la flexibilización de las reglas fiscales que había prometido Juncker para que los socios inyecten fondos sin ser computados como déficit, lo que puede convertirse en obstáculo insalvable para los países más endeudados. Y por otro, quiere que el Banco Europeo de Inversiones (BEI), presidido por el alemán Werner Hoyer, esté al mando para evitar interferencias políticas en la toma de decisiones. Como se ve, Merkiavelo maneja Europa a su antojo y el resto de países aceptaron las condiciones germanas. Unos por conveniencia propia y otros porque son conscientes que sólo tienen dos alternativas: Sumisión o quiebra. Porque si es malo ser aplastados por las ayudas alemanas, peor es no contar con ese apoyo.
Llegados a este punto, se constata como los árboles de la política económica europea impiden ver el bosque de la realidad social. Maquiavelo hubiera suscrito como propia la estrategia de su aventajada alumna que pone por delante sus intereses políticos a las necesidades de la ciudadanía, aprovechando la falta de iniciativa del resto de socios europeos, porque, como decía el dramaturgo noruego Henrik Johan Ibsen (1828-1906). “Si dudas de ti mismo, estás vencido de antemano”.
Falta humanismo y europeísmo. Los gobernantes de los Estados miembros de la UE se aferran a su poder negando toda posibilidad de redistribuir la soberanía europea, que es la condición previa para compartir la riqueza. Por ello, cobran mayor valor las palabras del lehendakari Urkullu cuando reclamaba esta pasada semana “una economía más humana” o cuando en marzo censuraba que “la cuantificación de los flujos monetarios y financieros es cien veces superior a la capacidad de producción de la economía real. La tiranía de un mercado financiero tan poderoso, sin alma y sin control, pone en riesgo el estado de bienestar que, con tanto esfuerzo, hemos construido durante generaciones en Europa”.
Sin humanismo no hay justicia y, como decía Confucio, “donde hay justicia no hay pobreza”.