Los datos conocidos sobre la afiliación a la Seguridad Social son una nota positiva y esperanzadora en el panorama económico y laboral. Se podrá decir que no es suficiente para normalizar cuantitativa y cualitativamente la creación de empleo. Cierto. Aumentar en 2.500 nuevas afiliaciones en Euskadi, o más de 12.000 en el Estado español, significa marcar un ritmo menesteroso después de tantas malas noticias y miles de puestos de trabajo destruido que han ocasionado muchos y grandes dramas humanos y familiares.

Sin embargo, hay que insistir y poner énfasis en ese aspecto positivo, aunque venga acompañado por un aumento en el número de personas registradas que buscan un empleo. Se trata de una aparente contradicción (sube la afiliación y también el paro) pero no lo es tanto al estimar que septiembre suele ser un mes proclive a nuevas incorporaciones al mercado laboral de aquellos que han terminado sus estudios antes del verano y, concluido éste, acuden a las oficinas de empleo.

Conviene, por tanto, poner en valor los números resultantes de las últimas estadísticas, sin que ello sea obstáculo que nos impida ver las muchas y graves dificultades que se ciernen sobre el futuro inmediato. Bien está ese aumento en la afiliación. No sólo han encontrado trabajo a nivel individual, sino que son nuevos cotizantes que incrementan la bolsa de la Seguridad Social, bastante maltrecha en los últimos años. Ahora bien, en el triple escenario laboral de profesionalidad, temporalidad y salarial ¿cuál es la calidad de esos nuevos empleos?

Es esta una incógnita sin resolver en la medida que sigamos hablando de empleo sin cualificar, precario y mal pagado. Si no cambia la tendencia, difícilmente se podrá salir del agujero en el que está metida la sociedad europea en general, la española en particular y la vasca como objetivo concreto. Si, como se asegura, muchos de los empleos que se están creando no permite a sus beneficiarios (¿?) salir de la pobreza, la tendencia positiva apuntada en septiembre sólo servirá para que los ricos sean más ricos y los pobres más pobres.

En otras palabras, partidos, empresarios y sindicatos tienen importantes responsabilidades sociales que no pueden obviar. La primera de ellas es la honestidad. Lamentablemente, aquí pinchamos en hueso. Vemos como los casos de corrupción que afloran semana tras semana están siendo protagonizados por personas de cualquiera de esos tres estamentos y no sólo son motivo de escándalo por el delito en sí. También debe hacernos reflexionar.

La responsabilidad subsidiaria que tienen los partidos y sindicatos involucrados no se solventa con pedir perdón y con dimisiones. Han perdido credibilidad en una sociedad insolidaria y fracturada entre quienes tienen un empleo y quienes no lo tienen. Fueron esos partidos y sindicatos quienes pusieron a esos cargos de responsabilidad a quienes se han llevado el dinero, aumentando el déficit público y los recortes del bienestar social.

Mientras prosiga la carrera hacia el enriquecimiento personal y los votos, no habrá regeneración social, moral y ética. No se puede utilizar la economía con objetivos políticos, ni la política con objetivos económicos. Este camino convierte en papel mojado los buenos datos económicos.