LES confieso que, conforme surgen nuevas voces que hablan de recuperación económica, aumenta en igual proporción mi inquietud. Esta semana ha sido la gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde, quien no ha tenido empacho alguno al asegurar en Nairobi que "España ha vuelto a la situación anterior a la crisis". Parece como si el caer de las últimas hojas del almanaque 2013 se hubiera llevado consigo todos los dramas sufridos desde que estalló una crisis que se ha llevado por delante a millones de puestos de trabajo y ha empobrecido al conjunto de la sociedad con la excepción de los ricos. Semejante afirmación nos conduce a dos aspectos turbadores. Por un lado hay que preguntarse qué quiere decir Lagarde con "situación anterior a la crisis". Si se refiere al periodo 2004-2007, habrá que recordar que son los años en los que se gestó la crisis financiera que el propio FMI fue incapaz de adelantar porque se dieron situaciones de "autocensura" en el citado organismo o se impusieron "limitaciones políticas" por parte de los países miembro, según señalaba la Oficina de Evaluación Independiente del FMI (OEI), la auditora del organismo en un demoledor informe (9.2.2011) sobre los fallos en el periodo señalado que, casualidades del destino, estuvo bajo la gerencia de Rodrigo Rato, quien después pasó a presidir Caja Madrid y hoy está imputado por su responsabilidad en un desastre, cuyo rescate ha costado más de 22.000 millones de euros a la sociedad española.

También conviene recordar que en 2007 había casi tres millones más de afiliados en el régimen general de la Seguridad Social (en Euskadi 93.324 trabajadores más) y muchos de estas personas que perdieron su empleo también han visto cómo les echaban de sus viviendas. Tampoco sería justo dejar en el olvido a las 630.000 familias que, según el INE no perciben ingreso alguno, condenando a muchos niños a la desnutrición.

Credibilidad del FMI Con estos precedentes, resulta lógico poner en duda la credibilidad de Lagarde, máxime cuando dirige una institución cuyas decisiones están atrincheradas en los votos mayoritarios de los países más poderosos (EEUU controla el 17,1%) y priorizan, como aseguraba quien fuera Economista Jefe del Banco Mundial y premio Nobel de Economía en 2001, Joseph Stiglitz, objetivos como:

Saneamiento del presupuesto público a expensas del gasto social"

Generación de superávit fiscal para cubrir los compromisos de deuda externa"

Eliminación de subsidios, tanto en la actividad productiva como en los servicios sociales, junto con la reducción de los aranceles".

El segundo aspecto no es menos angustioso. Buena parte del sistema financiero español (principalmente Cajas de Ahorro) desarrollaron, en los 'años pre-crisis', la burbuja del ladrillo, un pernicioso trajín especulativo que ha dejado como herencia unas dramáticas estadísticas como las expuestas en párrafos anteriores. Si, como dice Lagarde, España está cerca de los niveles de esos años, habrá que ponerse a temblar. Así, mientras la sociedad ha interiorizado la cultura de la austeridad y el consumo responsable, aceptando la devaluación salarial como condición para la subsistencia y el conocimiento como el pasaporte de futuro, advertimos la inacción e insensibilidad del Gobierno de Rajoy para atar en corto la gestión bancaria que sigue siendo especulativa y blindada en materia crediticia después de haber sido rescatados con dinero público.

Alimento electoral Dicho con otras palabras: Todo parecido como la situación pre-crisis es simple casualidad y no causalidad de las políticas económicas, financieras, empresariales y laborales que se han desarrollado en estos últimos años. En todo caso, la primera similitud reside en que los bancos siguen igual de desregularizados que cuando provocaron la crisis. El hecho de que estemos en un año electoral (cita europea en mayo) alimenta el mensaje propagandístico de los políticos, que se apoyan en la subida de la Bolsa o la bajada de la prima de riesgo, pero no pone la comida en la mesa de muchas familias sin recursos ni crea puestos de trabajo.

Todo lo expuesto no debe interpretarse como una negación de los escasos datos macroeconómicos que se vislumbran positivos. El hecho de reiterar estos temores, al igual que en artículos precedentes reside en que no se ve atisbo alguno de que esos buenos datos vayan a trasladarse a la economía real. No, al menos, en tanto los políticos sigan obsesionados con perpetuarse en el poder y sólo trabajes (es un decir) a golpe de propaganda electoral.