la publicación de los últimos datos de empleo en los Estados Unidos con una tasa de desempleo en torno al 7,5% -posición similar a la del año 2008, periodo precrisis-, y la comunicación del acuerdo bipartidista en el Congreso en relación con el presupuesto para los ejercicios 2014 y 2015 -fijando el gasto anual autorizado para el periodo en algo más de 1 trillón de dólares, eliminando partidas de gasto e incrementando las tasas de un buen número de servicios públicos- parecerían haber relajado a los medios (y, en especial, a Wall Street) más allá de la preocupación real de los ciudadanos y la economía norteamericana (y mundial) que continúa sumida en el desafío de la creación de empleo, minoración de la desigualdad entre regiones y personas y la búsqueda de nuevas estrategias y políticas que no aparecen en el horizonte inmediato.
El dato del mercado laboral, positivo en sí mismo, no puede ocultar la gravedad del paro cuando se analiza en profundidad la calidad del empleo existente y/o creado, la composición del paro, su distribución territorial y por segmentos de edad, la correlación empleabilidad-educación, su productividad y la excesiva concentración del empleo en tres estados (Massachusetts, Nueva York y California) y su referencia casi permanente al comportamiento de la oferta demanda en las grandes empresas -en especial- multinacionales.
No es decir nada nuevo que la primera preocupación a lo largo del planeta es el empleo. Toda propuesta estratégica o iniciativa demanda una evaluación de impacto en términos de creación de empleo sostenible (y, sobre todo, inclusivo) y se infiere una inminente sensación de urgencia, la más de las veces, con tendencia a renunciar a su calidad-eficiencia-estabilidad.
La noticia del empleo me pilla precisamente en EE.UU., en pleno debate sobre su competitividad y su apuesta por hacer volver a sus empresas a casa, con el privilegio de contar con protagonistas directos del ambicioso proyecto que impulsa la Universidad de Harvard, liderado por un espectacular elenco de 15 profesores de prestigio mundial, la participación de miles de graduados que hoy asumen responsabilidades directivas en empresas y gobiernos norteamericanos, en el que el debate de hoy no es otro que la educación-empleabilidad y la formación en capacidades medias críticas para la economía próspera que se pretende alcanzar
Por centrarnos en Estados Unidos y su economía y evitar comparaciones de cualquier tipo, empecemos por unirnos a las voces que denuncian una auténtica obsesión macroeconómica -déficit público, tipos de interés, balances y reformas fiscales y las bondades de la política monetaria-, alejada del mundo creativo de las soluciones microeconómicas y empresariales generadoras de empleo y riqueza.
Así, en palabras de la máxima responsable de la Oficina del presidente Obama para la Administración y promoción de la pyme, Karen Mills, "el juego al servicio del empleo que solamente podría jugarse en el terreno micro desde su tripleta activa -acceso al capital, necesidades-capacidades de las personas, instituciones facilitadoras e intermediarias del empleo en el Mercado de Trabajo- queda relegado, marginando recursos, prioridades y políticas reales que le acerquen a su tratamiento y solución". Adicionalmente, se profundiza en el discurso de la dicotomía en prioridad y tiempo entre gasto y políticas sociales versus políticas económicas de desarrollo, lo que hace imposible encontrar un nuevo paradigma.
Si además, al hilo del mencionado proyecto de competitividad, observamos que el ecosistema del empleo no responde a la necesidad de actuar sobre aquellos empleos de capacidad media, que son los verdaderos determinantes del diferencial competitivo, que requieren un esfuerzo especial en términos de formación y reciclaje ad hoc inmediato, demandantes de su inclusión en el proyecto de futuro de esta sociedad empeñada en lograr volver a fabricar en América productos y soluciones globales, la inicial noticia positiva acentúa las dudas. Sin duda, un cambio de enfoque no puede hacerse esperar.
En esta línea, se apunta como la necesidad de redirigir la mirada a la pyme comprometida con la comunidad en que opera, exige redireccionar las políticas públicas motivadoras y/o acompañantes de estrategias empresariales por el empleo, preocupadas por el capital humano y social que se deteriora día a día como consecuencia de la crisis. La empresa está necesitada de apoyos que acompañen sus compromisos con la economía real y enfrentan el reto de la reinvención de sus modelos de negocio bajo el filtro orientador de la creación de empleo productivo y rentable.
Como no podía ser de otra manera (al menos para quienes llevamos años conviviendo con la experiencia y creciendo con su evolución), una de las líneas estratégicas de solución apuntadas pasa por la clusterización de la actividad económica facilitando la competencia, generando una dimensión competitiva, desarrollando cadenas de valor completas, asociando la actividad económica al territorio y sus demandas reales locales, bajo estrategias simultáneas de desarrollo económico y desarrollo social. Así los datos de la SME (Administración de la pyme), tras sus iniciativas de los dos últimos años lo avalan, refuerzan el rol y compromiso no ya de Washington sino sobre todo de los diferentes estados y principales ciudades de la Unión como "espacios naturales" para responder a la adecuación oferta-demanda y a la empleabilidad de la inversión educativa.
Es el momento, se dice, de preguntarse si el sistema educativo -en todos los niveles- no es capaz de ofrecer las capacidades que demandan las empresas y éstas los devuelven o rechazan para su reciclaje o adaptación, ha de mantenerse el actual modelo de relación, financiación y servicio. Buena pregunta.
Es momento, de ocuparse más de las necesidades de las empresas pequeñas y medianas, llamadas locales y normales, y no de los potenciales recursos globalizables que demandan las top 10 mundiales, por ejemplo, que, en realidad, se nutren de recursos de cualquier lugar del mundo. Es también, momento de repensar el sistema de creación de valor y el rol que todos y cada uno de los actores en el sistema socio económico jugamos.
Esta clusterización que ante todo supone contemplar de manera sistémica el conjunto de empresas y organizaciones soporte e interrelacionadas más allá de la óptica individualizada de cada empresa, focalizando la estrategia en espacios naturales concretos, ha de potenciar iniciativas generadoras de nuevos modelos de negocio y nuevas prioridades en la solución de las necesidades sociales, no como un ejercicio ni de filantropía ni de responsabilidad social corporativa para el reparto, sin ánimo de lucro, de los resultados y recursos con vistas corto placistas, sino como verdadero compromiso soporte de la competitividad y el bienestar.
En este mismo marco, el centenar de miembros de la red Moc (Microeconomía de la competitividad) de más de 80 instituciones de todo el mundo que nos reunimos en Harvard bajo el liderazgo de Michael Porter, hemos podido revitalizar nuestro trabajo de la mano de los impulsores mundiales de las nuevas corrientes en torno al shared value (valor compartido empresa-sociedad), complemento natural del marco de competitividad, bienestar e inclusión que centra la verdadera obsesión y ansiedad de la economía.
Así, los procesos de cocreación de valor habrán de facilitar, en estos nuevos tiempos, la manera de repensar las oportunidades de rentabilizar las empresas, la creación de empleo y la mitigación de desigualdades bajo un mandato simple a la vez que ilusionante y complejo: hacer de las demandas y necesidades de la gente, la fuente de los nuevos modelos de negocio de las empresas competitivas. Y, por supuesto, hoy, como necesidad esencial, el empleo.
En definitiva, la buena nueva de la contención y reducción del desempleo en los Estados Unidos aparece en pleno debate, desde un movimiento de "ansiedad por el empleo" para la búsqueda de una economía y sociedad prósperas, en contraposición a "la economía de la obsesión" centrada en exclusiva en la componente macroeconómica, bajo la firme e inamovible dirección instalada, cuyos resultados no parecen convencer a nadie, mas allá de promesas de un futuro no preciso que no ofrece sino volver al pasado.
Debate que, en una cierta traslación al Estado español, merecería la pena considerar. Si los últimos pronósticos del FMI y la OCDE no permiten esperar reducir tasas de desempleo por debajo del 26% antes del 2018, o del 2033 según la proyección de escenarios a largo plazo que PWC ofrece como el horizonte de inflexión para la esperanza del empleo, salvo que la Sociedad reaccione y se genere una innovadora estrategia de transformación, bajo nuevos e inevitables paradigmas, no parece ni tolerable ni responsable dejar en manos ni del azar ni de la evolución espontánea el cambio de tendencias y políticas. Es, si bien un tanto tarde, momento de abandonar la obsesión macroeconómica que nos agobia.
Pero, por supuesto, hoy y aquí, hablamos de Estados Unidos y las estimaciones y pronóstico largo placistas quedan muy lejos. Afortunadamente, aire fresco, un nuevo pensamiento y nuevos pasos parecen abrir camino hacia un futuro que ha de resistirse a un escenario indeseable e insostenible.
En todo caso, empleo, empleo, empleo...