La economía vasca se mueve entre la tiranía del decreto ley que, avalado por la mayoría absoluta del PP en Madrid y por las exigencias europeas, establece unas normas de obligado cumplimiento y la 'política del sonajero intolerante' que esgrime la oposición en el Parlamento Vasco, consistente en entretener a su electorado en particular y la ciudadanía vasca en general con pueriles y confusas reivindicaciones sobre un "cambio de modelo económico" que se venden como la panacea de un movimiento encaminado a sentar las bases de la recuperación, aunque en realidad, tales promesas carecen del más elemental concreción sobre cómo llevarlas a cabo.

Y, lo que es más grave, esta bochornosa farsa parlamentaria les permite justificarse cuando un día dicen blanco y al siguiente negro, tal y como ha quedado acreditado esta semana en la que el sonajero intolerante ha terminado por negar la existencia de un acuerdo entre Gobierno y diputaciones vascas respecto al destino que debe tener el posible incremento de la capacidad de endeudamiento como consecuencia de haber flexibilizado el objetivo de déficit público para este año. El argumento esgrimido consiste en ese hipotético cambio de modelo económico que nadie, ni ellos mismos, saben de qué se trata.

Se ha llegado a una situación en la que no se cuidan ni las formas, signo inequívoco de un estado de ánimo que se asemeja al llamado trastorno de identidad disociativo por el cual un individuo posee dos personalidades distintas; es decir, dos formas de ser diferentes, con sus respectivas estructuras, pautas de conducta, criterios y formas de reacción que condicionan su forma de actuar. Dependiendo de diversas circunstancias, generalmente debido a situaciones de tensión psíquica, se pasa de una personalidad a otra y se denomina como una personalidad alternante. Solo en este escenario se puede llegar a comprender la reacción de EH Bildu.

Claro que, al margen de propuestas gubernamentales, reuniones interinstitucionales y posibles acuerdos, lo cierto es que la crisis económica sigue erosionando a la sociedad vasca. Los datos de empobrecimiento de la sociedad, desempleo y cierre de empresas que dábamos la pasada semana siguen ahí y no admiten retraso alguno si se quiere parar la hemorragia. La propuesta del lehendakari Urkullu sólo pretende fijar el destino de esa mayor capacidad de endeudamiento. Algo tan sencillo y elemental como difícilmente rechazable cuando lo que se propone no es gastar ese dinero (que después devolveremos entre todos) en cubrir agujeros presupuestarios, sino invertirlo en incentivos y estímulos económicos que favorezcan la creación de empleo.

Es cierto que la política de supuestas reformas o simples recortes invertebrados en su mayoría, está agotada, por ineficaz, por costosa en términos sociales y porque la ciudadanía ha dejado de creer en ella. Aquí es donde la oposición debe hacerse fuerte con el objetivo de impedir que se cometan los mismos errores que nos han traído a esta situación. Incluso se puede reivindicar un cambio de modelo, siempre y cuando se conozcan las características del nuevo modelo propuesto. Lo que no se puede hacer es aprovechar la desesperación de buena parte de la sociedad para proponer y prometer lo desconocido e inalcanzable.

Después de todo, ¿qué modelo proponen? ¿Acaso pretenden erradicar el capitalismo y la sociedad de libre mercado por una economía planificada donde se elimina el lucro individual como fuerza motriz de la producción? Si es así, dejen en casa el sonajero y hablen con claridad. Digan que aspiran a formar parte de un gobierno que planifica y determina cuál es la adecuada producción de diferentes tipos de mercancías. Es decir, digan que quieren poner la tierra, el trabajo y el capital al servicio de los objetivos de una ideología y no del individuo y de la comunidad a la que pertenece.

Hasta le fecha, la economía de libre mercado ha demostrado ser el modelo menos malo de cuantos se han conocido. Tiene, en efecto, muchos defectos e injusticias, pero son menos que otros modelos. Ese modelo económico y la presión sindical nos han dejado cosas muy buenas como el estado de bienestar social (sanidad y educación universales, sistemas de protección social, pensiones, etc.), pero también hemos heredado una economía desregularizada como consecuencia de la acción depredadora de un factor esencial, como es el factor humano y es ahí donde debiéramos poner nuestro esfuerzo para reformar las estructuras productivas y financieras e impedir que la avaricia y voracidad de unos pocos siga empobreciendo a la sociedad.

El progreso económico vivido en el País Vasco hasta el estallido de la crisis (2007) se debe a varios factores positivos. Tales han sido el esfuerzo de miles de trabajadores y empresarios, así como una correcta planificación económica e industrial dirigida desde el Gobierno vasco que ha contado y cuenta con herramientas excepcionales, como el Concierto. Pero también se debe al factor europeo. Formamos parte de ese escenario llamado Unión Europea y nos debemos ajustar a sus normas.

Es innegable que la Unión Europea, hoy en día, está bajo los dictados financieros de Merkel y la troika. Es cierto que sin grandes reformas estructurales y conceptuales el futuro se presenta muy negro. Pero hay dos incógnitas que debemos despejar.

La primera se refiere a la capacidad de Euskadi, como autonomía dentro de un Estado miembro de la UE, para hacer una política económica que mitigue el drama social del paro, mediante incentivos a las empresas, y desarrolle una labor formativa para añadir valor añadido a nuestros sectores productivos. La segunda incógnita es saber si creemos en Europa y si podemos colaborar para llevar a buen término esas necesarias reformas estructurales europeas.

Sin embargo, ahí sigue la farsa parlamentaria haciendo bulla con el sonajero intolerante para negarse a los acuerdos más básicos y creando un clima de inestabilidad que en nada ayuda a salir de la crisis.