MADRID. Atilano Soto, en aquel tiempo presidente de Caja Segovia, explicó que la "B" del logo de Bankia representa "un corazón" que estaba llamado a convertirse en el distintivo de la entonces nueva marca comercial de un grupo financiero -el del Banco Financiero y de Ahorros- nacido para "liderar" el mercado, palabras estas últimas de su primer presidente, Rodrigo Rato. Era marzo de 2011 y ni el Gobierno -entonces socialista- ni el Banco de España alcanzaron a vaticinar el clamoroso fracaso de una fusión de cajas impulsada por el PP.
No hace ni tres años que las siete cajas que forman el grupo-Caja Madrid, Bancaja, Caja de Canarias, Caja de Ávila, Caixa Laietana, Caja Segovia y Caja Rioja- firmaron su contrato de integración, fue el 14 de junio de 2010. El banco -BFA- se constituyó el 3 de diciembre y empezó a operar el 1 de enero de 2011. Su salida a Bolsa llegó siete meses después y, en menos de año y medio, su caída fue fulgurante. La historia de Bankia es la de la caída de un coloso con pies de barro que provocó tal tormenta que llevó a la economía estatal a un paso del abismo.
Bankia nació como el cuarto banco español con un volumen de activos de 328.000 millones de euros a finales de 2010 y como el primero en "volumen de negocio doméstico" con 485.900 millones. Bankia era líder en seis comunidades autónomas con una cartera de participaciones empresariales de 5.500 millones de euros. "Hemos abierto una cuenta al futuro", rezaba uno de sus primeros eslóganes.
Pero pese a la pomposidad que se le quiso dotar, la entidad contaba con grandes deficiencias por lo que ahora hace un año acabó siendo nacionalizada. La fuerte carga inmobiliaria que aportaban todas las cajas pero en especial las dos más grandes, Caja Madrid y la valenciana Bancaja, fue un lastre insuperable.
En junio de 2010, con el amparo del entonces gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, las cajas decidieron unir sus caminos. Por aquella época, la recesión parecía superarse y los principales agentes económicos, incluido el Gobierno de Rodríguez Zapatero, no supieron prever el deterioro que estaba por llegar. En ese contexto, entendieron que las fortalezas de Bancaja y Caja Madrid serían suficientes para aupar una entidad lo suficientemente grande como para competir con el Santander, BBVA o La Caixa.
Eran tiempos de bonanza, o eso creyeron algunos. Rato, que había llegado a la presidencia de Caja Madrid en 2010 tras una dura pugna dentro del PP madrileño, entre afines a Alberto Ruiz Gallardón -entonces alcalde de la capital- y Esperanza Aguirre -cuando era presidenta de la Comunidad-, aseguró que Bankia se consolidaría como "uno de los cuatro líderes financieros españoles".
Todo iba según lo planeado por Rato y José Luis Olivas, máximo mandatario de Bancaja y vicepresidente del grupo. En julio de 2011 la entidad lanzó la campaña "hazte bankero" con la que el banco comenzó a cotizar en Bolsa -a un precio de 3,75 euros por acción-. Era el salto definitivo. Rato dio el toque de campana y brindó con champagne.
Pérdidas millonarias Pero tras un verano de 2011 lleno de altibajos la economía comenzó a deteriorarse fuertemente. Y desde primeros de 2012 los ojos de los principales agentes extranjeros -FMI, CE y BCE- se posaron sobre las deterioradas cuentas del sistema financiero español. En abril, el Fondo Monetario Internacional publicó un demoledor informe en el que advirtió sobre la vulnerabilidad de varias entidades españolas.
Fue definitivo. Las reuniones entre el Gobierno español y los banqueros se sucedieron durante semanas y finalmente Rodrigo Rato, que había sido vicepresidente del Ejecutivo en la era de José María Aznar y director gerente del FMI, decidió hacerse a un lado y dar el relevo a José Ignacio Goirigolzarri. Su dimisión fue el principio del fin para Bankia, que solo dos días después pidió ser nacionalizada.
Ya sin Rato al frente, los problemas reales del grupo comenzaron a aflorar, sin control. De unas ayudas públicas iniciales de 4.500 millones de euros se pasaba a un rescate de más de 23.000 millones. El Gobierno de Rajoy -que había coincidido con Rato en el Gabinete de Aznar- vio como se pillaba los dedos intentando rescatar a uno de los mayores bancos del país que, sin embargo, parecía un queso Gruyère, lleno de escapes.
La pésima acción de Rato al frente del grupo había propiciado un deterioro insostenible en la entidad, pero la nula acción del Banco de España como banco regulador desató una desconfianza máxima sobre las finanzas estatales y el sistema financiero en concreto. Mayo de 2012 fue un mes tortuoso para España que vio crecer sin control indicadores como la prima de riesgo, que en aquellos días alcanzó récords -después superados ese mismo verano- de en torno a 500 puntos básicos.
La situación se tornó casi insostenible y el Ejecutivo español acabó pidiendo el rescate a sus socios europeos, como antes habían hecho Grecia, Irlanda o Portugal. Era algo que el propio Rajoy había negado. "No habrá rescate" repetían incansables los dirigentes populares en aquellos días.
Tras semanas de rumores y una teleconferencia de casi tres horas, un sábado por la tarde los ministros de economía y finanzas de la zona euro se comprometieron a destinar hasta 100.000 euros a sanear las cuentas de las entidades financieras españolas. Un intento de recuperar la confianza en la banca y la economía estatales, puestas en solfa desde la caída del gigante con pies de barro.
La nacionalización de Bankia se produjo el 9 de mayo y en solo 31 días, el Gobierno de Rajoy pidió ese socorro. Fueron cuatro semanas y poco de locura y tormenta para España. El 9 de junio de 2012 De Guindos representó la claudicación del Ejecutivo en una jornada que pasó a la historia, entre otras cosas, por la ausencia del presidente del Gobierno.