las estadísticas hablan por sí solas y, lamentablemente, ninguna de ellas, sean de ámbito vasco, español o europeo, aportan síntomas de recuperación económica. Por el contrario, coinciden en hacer más intransitable el cenagal en que se ha convertido el camino hacia un escenario que mejore las expectativas laborales y económicas para esa buena parte de la ciudadanía que, abrumada por las actuales grietas sociales, solo le queda el recurso de refugiarse en el acto reflejo de la protesta e indignación públicas, pese a lo cual, en Bruselas, las instituciones europeas siguen sordas al clamor popular y solo atienden a las recomendaciones de austeridad presupuestaria dictadas de Berlín.

Hoy en día prevalecen las frías e inhumanas cifras macroeconómicas. Las que se han conocido esta pasada semana solo contribuyen a incrementar los nubarrones que se ciernen sobre una sociedad empobrecida por los recortes que sufre y cansada de una austeridad sin futuro, mientras se desborda en las primeras páginas de los periódicos el sensacionalismo mediático de los supuestos casos de corrupción. En este sentido, la falta de transparencia y de pedagogía que se proyecta desde las instituciones públicas hace mayor la distancia que separa a los responsables políticos y económicos de quienes sufrimos las consecuencias de una crisis brutal.

Ejemplo de este alejamiento entre unos y otros lo ha venido denunciando, en múltiples artículos y libros, el humanista Stéphane Hessel, recientemente fallecido, autor del best-seller ¡Indignaos! y referente moral del movimiento de descontento social en Europea, quien no soñaba con utopías tales como cambiar el modelo socioeconómico y aseguraba hace dos años (marzo de 2011 en el medio digital Mon obert) que "si hablamos del mercado capitalista, este existirá siempre". Una afirmación que puede desilusionar si no fuera porque agregaba: "Pero también podemos hablar de una economía global y solidaria y no basada sólo en el beneficio económico".

Casualidades de la vida, el día en que falleció Hessel (el pasado miércoles, día 27) estaba leyendo el ensayo El camino de la esperanza escrito por el citado pensador, junto a otro gran filósofo, Edgar Morin. Buscaba ideas que clarificaran algo nuestro futuro y, créanme, las encontré en frases como "el liberalismo económico, que pretende suceder a las ideologías, se revela como una ideología en quiebra, Bajo su égida, la globalización, el desarrollo y la occidentalización -tres caras del mismo fenómeno-se han mostrado incapaces de tratar los problemas vitales de la humanidad".

Ahondando en estas afirmaciones, Hessel y Morin afirman que "nuestro sistema planetario está a morir o a transformarse". Se trata de un sistema basado en la globalización "que constituye al mismo tiempo lo mejor y lo peor que ha podido sucederle a la humanidad". Interesante ejercicio de realismo y pragmatismo porque aceptando que "compartimos una comunidad de destino planetario" enfatizan sobre la capacidad de la sociedad para cambiar las tendencias negativas de la globalización, como "la tiranía de un capitalismo financiero que ya no conoce límites, que somete a los Estados y pueblos a sus especulaciones, además de por el regreso de fenómenos de cerrazón xenófoba, racial, étnica y territorial".

Pese a su brevedad (apenas 75 páginas) tratar de resumir este ensayo llevaría más espacio que esta columna. Por ello, dejemos a un lado enunciados y afirmaciones sobre el pasado y el presente, para fijar nuestra atención en sus recomendaciones sobre la responsabilidad que nos asiste como derecho y deber de la humanidad para crear las bases sociales del futuro. Una responsabilidad que "nos conducirá a invertir la carrera desenfrenada hacia el cada vez más en beneficio de una marcha serena hacia el cada vez mejor".

En caso contrario, si olvidamos nuestras responsabilidades y derechos en ese futuro compartido y planetario, daremos alas a "la exacerbación y presión de la competitividad -forma degenerada de la competencia-, la dominación de lo cuantitativo sobre lo cualitativo y las intoxicaciones consumistas que empujan a comprar productos dotados de cualidades ilusorias". Agregan que "la carencia cada vez más flagrante de un sistema educativo impedirá abarcar los problemas fundamentales y globales de nuestra vida como individuos y ciudadanos y la crisis del pensamiento político ciego que, sometido a un cretinismo económico que degrada todos los problemas políticos para convertirlos en cuestiones de mercado, será incapaz de formular ningún proyecto ambicioso".

Hessel y Morin no abogan por un retroceso a tiempos pasados pero sí denuncian que "la fórmula estandarizada del desarrollo ignora las solidaridades, el saber y las destrezas de las sociedades tradicionales", razón por la proponen "sustituir el imperativo unilateral de crecimiento por un imperativo complejo que determine lo que debe crecer pero también lo que debe decrecer". Y señalan que es preciso aumentar "las energías verdes, el transporte público, la economía social, la escuela y la cultura", al tiempo que se reduce "la agricultura industrializada, el parasitismo de los intermediarios, la industria bélica, la intoxicación consumista y la economía de lo superfluo".

Dicho en otras palabras, se trata de encontrar el equilibrio entre lo justo y lo posible. Ahora bien ¿cómo alcanzar este estadio? No nos equivoquemos, el papel lo aguanta todo y para hacer realidad unos objetivos tan justos como posibles hemos de recurrir a lo que Edgar Morin define en su libro Pensar Europa como "principio dialógico" que "significa que dos o más lógicas diferentes se asocian en una unidad compleja (complementaria, concurrente y antagónica) sin que la dualidad se pierda en la unidad. Es decir, en aras de un bien común, cada parte en este conflicto (gobernantes, empresarios, sindicatos, financieros y sociedad) debe dialogar para alcanzar esa unidad compleja sin perder la unidad de sus respectivos y lógicos objetivos.