La tradicional y enriquecedora cultura metalúrgica que subyace en la potente industria vasca ha impregnado a nuestro tejido económico del necesario conocimiento de la resiliencia como propiedad de los metales gracias a la cual experimentan una "respuesta transformadora" ante los embates externos (tratamiento, temperatura, impacto?). Sin embargo, para la inmensa mayoría de ciudadanos sorprende la novedosa presencia del término resiliencia económica, que con diferentes atributos se extiende en las diferentes propuestas de salida de la ya un tanto larga crisis en que nos encontramos, engrosando el cada vez más complejo léxico que nos vemos obligados a comprender.

En esta línea, no es de extrañar que el reclamo director de la reunión anual del World Economic Forum para la revisión de la Agenda Global 2013, no haya sido otro que Resiliencia + Dinamismo como binomio necesario parar afrontar el futuro. Es decir, la urgente necesidad de atender, a la vez, la solución inmediata de los problemas (táctica) y los retos a largo plazo (Estrategia), actuando en el espacio temporal de la austeridad alineada con la construcción de la competitividad.

Con este mensaje que el propio Fondo Monetario Internacional hace suyo, tras reconocer que se "ha pasado en sus recomendaciones de austeridad, ajustes y control del gasto público agravando la capacidad de respuesta de las economías afectadas", se generaliza un renovado llamamiento, sí a construir la resiliencia de obligada "reestructuración doméstica", pero promoviendo el dinamismo en términos de iniciativas incentivadoras de una mayor actividad económica y protagonismo multidireccional de los diferentes gobiernos y empresas. De esta forma, los debates a lo largo y ancho del mundo (en especial en Europa y Estados Unidos) encienden las alarmas en torno a la intensidad y orden de las prioridades y el tiempo en que han de lograrse, generan una desafección al mandato y políticas unitarias o únicas que han venido "controlando y coordinando" la acción o inacción de diferentes gobiernos (en especial en Europa) y acrecientan el contraste entre estrategias expansivas del gasto y anticipadoras de amplios programas de inversión e infraestructura como el Discurso Obama ante su nuevo mandato presidencial versus discursos centrados en el ajuste asfixiante a la espera de las locomotoras externas. En este debate que no puede prolongarse como si de un asunto académico se tratara, ocupa el centro de la diana el desempleo.

Así, con las correcciones más o menos necesarias y por encima de cifras exactas, tasas reales de desempleo versus tasas oficiales, uso o no de la economía sumergida (por definición, desconocida), la cifra mágica de 200 millones de desempleados, de los que 75 millones son jóvenes, obliga a redefinir la ya mencionada resiliencia ("capacidad adquirida de recuperarse de los efectos de una perturbación económica adversa a la que está normalmente expuesta o de adaptarse a sus efectos") en línea con la empleabilidad y, quizás, dejando su apellido "sostenible" para próximas fases. El círculo continuo de la creación de empleo para "crear crecimiento y crecer para crear empleo" no parece que pueda seguir anteponiendo el crecimiento a la consecuente creación de empleo. De esta forma, la prolongada recesión (esta semana la Unión Europea volvía a romper previsiones de crecimiento positivo para 2013 y situaba las estimaciones en una España con crecimiento negativo a lo largo de todo el ejercicio) obliga a invertir los términos y acudir al coraje, valentía y riesgo requerido en el liderazgo orientado a vencer el miedo de la innovación y al fracaso para abanderar una revolución radical por el empleo que, de manera inevitable, exigirá "innovaciones disruptivas" (que diría el profesor Clayton Christensen de la Universidad de Harvard, autoridad mundial en este concepto) que rompan las reglas del juego, conciban nuevos modos de empleo bajo nuevas condiciones y sean capaces de generar valor para la economía pero, sobre todo, aunque parezca paradójico, para la sociedad. Un valor que no se limita a la eficiencia productiva, o la eficacia económico-financiera, sino a la dignidad de las personas, a su capacidad de asumir un rol en la vida, a proyectar un futuro propio. Hoy, la capacidad de adaptarnos a la nueva crisis que padecemos, exige redescubrir y reinventar propiedades y atributos novedosos para los conceptos imprescindibles.

Sin embargo, mientras desde Davos se propaga un discurso de emergencia hacia un escenario positivo en la medida que la llamada resiliencia se oriente desde una prioridad activa y dinámica, el deprimente balance del reciente Estado de Política General en el Estado español no hace sino provocar una cada vez mayor desafección con un gobierno ( y oposición) no ya ocupado en sus trapos sucios, sino con el decepcionante mensaje de una colaborativa alianza corporativista para defender y proteger sus intereses de clase. Su particular adaptación a las turbulencias no parece ser otra que "prometer un aparente cambio para que nada cambie". Desgraciadamente, la resiliencia dominante en la España oficial se ha acostumbrado a navegar entre las malas prácticas y la sorprendente permisividad de una sociedad que está agotando su fondo de resistencia.

Pero los muchos y complejos retos a los que nos enfrentamos, siendo su interconexión e interdependencia profusa, lo único que no permiten hacer para enfrentarlos es permanecer en la táctica austera de la "reestructuración inmóvil" para quedar a la espera de "vientos espontáneos" que algún día nos lleven hacia un imprevisible futuro. El dinamismo que se reclama no se recoge en manual alguno. El reto está, precisamente, en "adaptarnos a los efectos adversos que la perturbación financiera y económica ha provocado en nuestra histórica concepción del empleo y las condiciones en que se realiza". Sin duda alguna, ante tanta perturbación e incertidumbre, arriesgar es hoy la única apuesta segura.