BILBAO. MaGeFESA ha saltado a los titulares en las últimas semanas. Primero el Tribunal de Justicia de la Unión Europea condenaba a España a pagar una multa de 20 millones de euros por no cumplir una sentencia dictada en 2002 por el mismo Tribunal en relación a ayudas ilegales que el Gobierno concedió a esta sociedad industrial y después, hace escasos días, un juez decidía que la antigua planta de esta compañía, situada en Derio debía ser precintada.

La de Magefesa es una enrevesada historia. Fue una de las empresas más representativas del auge industrial vasco de la posguerra española del siglo XX pero ha sufrido tres quiebras en los últimos treinta años. Las inundaciones del 26 de agosto de 1983 provocaron que la empresa tuviera que invertir un dinero que no tenía en recuperar la planta de Derio, duramente afectada por el desbordamiento del río Asua. Como consecuencia, las instituciones decidieron concederle unas ayudas que dos grupos vascos, Fagor y Esmaltaciones San Ignacio denunciaron en 1989. Ese es el origen de un problema que ahora tienen que enfrentar el centenar de trabajadores que hace un mes se hicieron con las instalaciones con la idea de dar viabilidad a un proyecto que ahora está en el aire.

El fabricante de menaje de cocina vizcaíno ha sido uno de los pocos grupos industriales que ha conseguido incluso en este contexto, mantener algo fundamental en los mercados del siglo XXI: la imagen de marca. Magefesa es, sigue siendo, una imagen de prestigio asociada a productos de calidad como la olla express a presión que fabrica.

Pero, pese a contar con ese activo y según los cerca de cien trabajadores con un plan de viabilidad, la planta derioztarra que seguía fabricando menaje de cocina se ve abocada al cierre. Para entender cómo se ha llegado a esta situación hay que recordar la historia que arrastra la compañía cerrada a instancias de la Unión Europea por la no devolución de ayudas públicas consideradas ilegales.

Historia Manufacturas Generales de Ferretería S. A. (Magefesa) fue fundada por el reconocido emprendedor Víctor Picó en 1948 en la localidad vizcaína de Algorta-Getxo. Una pequeña sociedad de 18 personas que en sus momentos de máximo esplendor, en 1976 el rey Juan Carlos I le entregó el premio de Empresa Modelo española. La firma llegó a contar con cerca de 4.000 personas en plantilla y ocho fábricas repartidas entre Araba, Cádiz, Cantabria, Gipuzkoa y Bizkaia. En su esplendor ofrecía un catálogo de más de 6.500 referencias. Magefesa era líder indiscutible en las cocinas del Estado español y contaba con una amplia presencia internacional, ya que sus exportaciones en los tiempos en los que la economía global era una utopía, llegaban a medio centenar de países repartidos por todo el mundo.

Pero llegó el declive. A principios de los años ochenta del siglo pasado, en solo tres años, la todopoderosa compañía vasca entró en quiebra. El gigante de metal demostró tener los pies de barro.

Magefesa, que fue una de las empresas líderes del sector, se hundió en números rojos. La caída de la demanda en el mercado español, una situación similar a la actual, -en 1983 la industria del Estado surgida de la autarquía del franquismo era incapaz de competir con la apertura de las fronteras y fue necesaria una poderosa reconversión que elevó las tasa de paro en Euskadi a cotas de casi el 25%-, unidas al hundimiento de las exportaciones, convirtieron al rey y señor de la cubertería y el menaje en la sombra de su pasada grandeza. Magefesa, lentamente primero, rápidamente después, fue viendo crecer el deterioro comercial y las deudas a sus proveedores. En 1983 se produjeron ya unas pérdidas de explotación de 2.312 millones de las antiguas pesetas. En 1984 las pérdidas subieron a 2.000 millones y en 1986 fue necesario un plan de ajuste de una empresa en quiebra con un pasivo de unos 14.000 millones de pesetas.

Aunque la empresa mantenía incólume su imagen de marca, durante esos años la conflictividad laboral estuvo a la orden del día. Los tres gobiernos autónomos en los que Magefesa se encontraba implantada -CAV, Cantabria y Andalucía- ofrecieron su colaboración para salvar el grupo. Las comunidades aportaron las ayudas económicas necesarias para que el proceso laboral de ajuste se llevase a cabo en forma no traumática.

Las negociaciones se saldaron con la firma en mayo de 1986 de un plan de viabilidad entre la empresa y los sindicatos UGT, CCOO y ELA. El acuerdo, en esencia, recogía una reducción de plantilla de unos 1.700 trabajadores por sistemas no traumáticos y el apoyo de las administraciones española y autonómicas. Las últimas dificultades para financiar el plan de bajas voluntarias fue resuelto con una ayuda del Ministerio de Trabajo de 1.500 millones de pesetas para afrontar el pago de las indemnizaciones.

Aquellas ayudas públicas para a mantener la actividad y el mayor número de empleos y evitar que los trabajadores despedidos se quedaran en la calle en las peores condiciones, algo normal en aquella época, desembocaron en el conflicto con las autoridades comunitarias de Bruselas que ha culminado estos días con el cierre de Euskomenaje, la compañía formada por el colectivo de trabajadores que se hizo cargo de la herencia de la marca. Pero para ello fue necesaria la denuncia ante Bruselas por parte de otros grupos industriales vascos -Fagor y Esmaltaciones San Ingnacio- en 1989, lo que puso a Euskadi, y su peculiar sistema fiscal y de ayudas, ante los ojos de la Comisión.

Quiebras En 1986, tras la primera quiebra, la empresa se entregó a manos de un entonces conocidísimo gestor de compañías en crisis, Jorge Larrumbide, y su consultoría Gestiber. Magefesa inició a finales de 1986 un intento de relanzamiento definitivo de la sociedad, con el objetivo de recuperar la cuota de mercado.

En 1994 la firma volvió a quebrar ante su incapacidad para devolver las ayudas públicas que ya entonces desde la Unión Europea le reclamaban. En aquel momento se produjo una nueva reordenación de la sociedad. Magefesa pasó a ser una simple marca -con el prestigio de siempre a salvo- con varias sociedades que fabricaban los utensilios en las dos comunidades autónomas en que operaba: la vasca Compañía de Menaje Doméstico (antigua Industrias Domésticas), que producía ollas y cazuelas, y la cántabra La Compañía de Cubiertos.

Desde entonces se sucedieron nuevos años de vida empresarial a trancas y barrancas hasta que en 2008 la única sociedad superviviente, la Compañía de Menaje Doméstico volvió a suspender pagos.

Entonces los trabajadores se hicieron cargo de la marca y crearon Euskomenaje, que es la sociedad que ha gestionado la marca Magefesa hasta el cierre.

El pasado mes el Tribunal de Justicia de la UE condenó a España a pagar una multa de 20 millones de euros por no haber recuperado las ayudas de Estado concedidas a Magefesa. El caso data de finales de 1989, y la Comisión ya ha declarado ilegales las ayudas recibidas. Siete años después, las filiales de la empresa en Andalucía y Cantabria habían devuelto los subsidios. Pero no así la división vasca.

Las tres quiebras

l Primera caída. En 1983 se produjeron unas pérdidas de explotación de 2.312 millones de las antiguas pesetas y la empresa no pudo sobrevivir en 1986. Se impulsó un plan de saneamiento con inyección de fondos públicos.

l El lastre de las ayudas. En 1994 la firma que tomó el relevo y mantuvo la marca Magefesa volvió a quebrar ante su incapacidad para devolver las ayudas públicas que ya entonces desde la Unión Europea le reclamaban.

l Fin a una era. En 2008 la Compañía de Menaje Doméstico volvió a suspender pagos. Los trabajadores decidieron hacerse cargo de la marca y crearon Euskomenaje, la cooperativa que ahora ha cerrado.

Las inundaciones de agosto de 1983 supusieron una losa para la fábrica que tres años después quebró

En 1976 el rey Juan Carlos I le entregó a Magefesa el premio de Empresa Modelo española