La Unión Europea (UE) pulsa hoy el interruptor para apagar de manera definitiva las bombillas incandescentes, aquellas que Thomas Alva Edison perfeccionó, abriendo la puerta a toda una revolución económica y social.

A partir de hoy no se podrán comprar estas bombillas que pasan a formar parte del imaginario colectivo como el símbolo de tener una idea brillante, pero que suponen un alto gasto energético y tienen un fuerte impacto medioambiental. "Han tenido una gran importancia, han sido la fuente de luz estable por excelencia en los últimos cien años", señaló Santiago Erice, experto en alumbrado de Philips España.

Gracias a esta primera fuente de luz fiable, la humanidad se independizó del sol y pudo alargar sus jornadas laborales ya caída la noche, lo que supuso un importante incremento de la productividad y un mayor desarrollo. Las bombillas permitieron instalar sistemas de alumbrado más potentes en las calles que aumentaron la seguridad de los transeúntes y facilitaron el tráfico de vehículos, llevaron la luz a hospitales, bibliotecas, cafés y, por supuesto, a las casas.

Con la aparición de nuevas fuentes de luz, como las bombillas fluorescentes compactas y los halógenos, las incandescentes fueron perdiendo presencia en los espacios públicos, debido a su escasa eficiencia energética: de media, solo un 5% de su consumo eléctrico se transforma en luz, el resto se convierte en calor. "En España hace 30 años aún se veían pueblos con farolas con incandescentes, incluso había campos de fútbol iluminados con unas bombillas tradicionales inmensas", señala.

Pero es en los hogares donde las incandescentes encontraron su lugar, al convertirse en las bombillas preferidas de las familias que apreciaban los tonos rojizos con que iluminaban sus salones y habitaciones, frente a la frialdad de los halógenos y los fluorescentes. Su precio, mucho más económico que el de sus competidoras, era otro de sus fuertes: una bombilla incandescente cuesta en torno a un euro, mientras que una halógena compacta se sitúa entre 3 o 4 euros y 12, y las modernas lámparas LED se elevan hasta los 15 o 25 euros. Sin embargo, los expertos y Bruselas coinciden en un mismo punto: el mayor coste se ve compensado ampliamente por el ahorro de energía que supone el uso de las nuevas bombillas frente a las primitivas, unos 80 euros al años, así como por su mayor duración. "No hay que valorar solo el precio inicial, sino el coste que conlleva a lo largo de su vida", recalca Erice.

El LED se perfila como el sucesor natural de las incandescentes, no solo por su mayor eficiencia energética, sino además por su múltiples aplicaciones (las nuevas pantallas de las televisiones, por ejemplo), su encendido inmediato y la sensación de calidez que aporta. "Tiene todas las ventajas de las bombillas primitivas y ninguno de sus inconvenientes", señala Erice, quien además vaticina un descenso significativo de sus precios en los próximos años, según avance la tecnología y se generalice más su uso. Las organizaciones ecologistas como WWF o Amigos de la Tierra también muestran su satisfacción por la retirada de las incandescentes, que supondrá la generación de menos residuos gracias a la mayor duración de otras bombillas, aunque piden a la UE que haga mayores esfuerzos en eficiencia energética.