HaCER una valoración de las movilizaciones ciudadanas de estas últimas semanas no es sencillo. Para empezar, tienen varios nombres que no dicen las mismas cosas: indignados, democracia real ya, 15-M? También nos faltan referencias que nos ayuden a entender esta movilización. Y existe una tendencia arraigada en cualquier sociedad que nos lleva a presentar resistencia a los acontecimientos que no entendemos: desconfiamos o directamente criticamos las cosas para las que no encontramos una explicación satisfactoria. Personalmente, me gustaría mantener una postura abierta: no cerrarme, no sacar conclusiones rápidas sobre lo que está ocurriendo. Me está ayudando a ello una referencia que me ayuda a mantener la esperanza en que estas movilizaciones nos ayudarán en la tarea de transformar un sistema que se nos está quedando obsoleto.

Hace ya más de veinte años (en aquel momento tenía la infinita ventaja de ser joven), recuerdo un movimiento que surgió de una forma no muy distinta a éste. Grupos de personas, inicialmente sin excesiva coordinación, decidimos que teníamos que salir a la calle para decir que la situación de violencia que vivía nuestro pueblo era insoportable. Al principio era la mezcla de varias cosas, no demasiado conexas: una manifestación anual que recordaba a Gandhi, algunos movimientos juveniles, un gesto que al principio tenía varias expresiones? Llevó tiempo y muchas reuniones de coordinadora y asamblea ponernos de acuerdo en qué hacíamos, quiénes éramos, en qué consistía el gesto? En el fondo, el objetivo era cambiar algo cuya complejidad nos desbordaba a todos. Muchas personas muy comprometidas llevaban años trabajando desde la política, desde la cultura, desde los medios de comunicación para encontrar una solución al laberinto de la violencia. Un laberinto para el que estaba claro que no había una solución sencilla, ni rápida, y que a muchos les invitaba a la desesperación?

Hoy conocemos la historia de estos últimos veinte años de Gesto por la Paz y, con esa perspectiva, pienso que aportó valor, que sigue aportando valor. Un gesto sencillo, un mensaje que todo el mundo puede entender: tiene que haber otro camino, no podemos resignarnos a vivir así. Claro que no basta con estos gestos: la dificultad mayor reside en construir ese otro camino. Requiere mucho tiempo, mucho compromiso de muchas personas, desde la política, desde las instituciones, desde la cultura? Pero que los ciudadanos de vez en cuando salgamos a la calle para decir que necesitamos cambiar las cosas nunca estorba, si se hace con civismo, con paciencia, con perseverancia, sin pretender tener el monopolio de la verdad?

No tengo forma de saber si estos movimientos ciudadanos tendrán una evolución parecida, pero esta reflexión me sirve para tener un término de referencia. De momento, lo que veo y lo que leo me resulta familiar, me recuerda aquellos años? Además de como referencia, me da razón para la esperanza. Necesitamos transformar en profundidad el modelo económico y social, necesitamos recuperar valores que hemos perdido e incorporar otros que nos faltan. Necesitamos generar un poderoso impulso de transformación, lo necesita Euskadi, lo necesitan todos los países que hemos llamado hasta ahora desarrollados: necesitamos un nuevo Renacimiento.

Hace poco Pedro Miguel Etxenike nos dejaba en estas páginas una entrevista que me pareció excepcional. Hablaba de la importancia del diálogo del mundo de la ciencia y del conocimiento con la sociedad para que esté más formada, sea más libre, y sea capaz de elegir mejor sus opciones de futuro. No puedo estar más de acuerdo, si queremos un nuevo Renacimiento necesitamos nuevos Galileo, nuevos Leonardo, refundar nuestra Universidad, "repensar nuestro sistema", como también nos decía Pedro Luis Uriarte. Necesitamos también políticos, empresarios, sindicalistas, con mayúsculas... Pero, sobre todo, necesitamos a una sociedad que crea que transformar las cosas es posible y que, de vez en cuando, nos lo recuerde con un gesto coherente, se movilice para decirnos que no se conformará con otra cosa.