A menudo se critica un sistema sanitario basándose en el volumen de su financiación. Así, los sindicatos han criticado a Osakidetza diciendo que tiene un presupuesto menor que la media de los sistemas de salud europeos. Hay, desde luego, una relación entre costos sanitarios y calidad asistencial en situaciones de paises pobres, que tratan de proveer de asistencia básica a toda la población. Pero a partir de ciertos niveles de financiación que rondan la media de lo que en Europa cuesta la sanidad (un 8% del PIB) no está probado que a mayor volumen de financiación la asistencia y la calidad de la sanidad sean mejores.

Elliot S. Fisher y compañeros publicaron en febrero del año 2009 en el New England Journal of Medicine, los resultados de un estudio comparativo del aumento de los presupuestos sanitarios en distintas regiones de EE.UU. Observan que las diferencias del aumento de los presupuestos de 1992 al 2006 entre las distintas regiones fueron significativas. Así, mientras en Miami el crecimiento del costo era de una media anual del 5%, en Salem fue de un 2,3% y en Oregón de un 2,4%. Analizando las posibles causas de estas diferencias, concluyen que no se pueden atribuir a las diferencias en la cantidad o tipo de tecnología médica utilizada, ni a los niveles de salud de las poblaciones de cada región. Incluso llegan a constatar que los niveles de calidad asistencial son mejores en las regiones con menor presupuesto y menor crecimiento del mismo. Observan que tampoco se pueden atribuir estas diferencias a los sistemas de pago o a los modelos de gestión.

Constatan que lo que influye en los costos es el comportamiento de los médicos. Cuando los médicos son capaces de convencer a los pacientes de que los tratamientos más adecuados no son necesariamente los más caros, evitan los ingresos y análisis innecesarios y administran responsablemente los recursos cuidando la calidad asistencial, se consigue un control de costos que produce un crecimiento menor de los presupuestos anuales. Este tipo de comportamiento, sin embargo, no está relacionado con los modelos de pago o de incentivos, según los autores de la publicación. Refieren la necesidad de que los políticos y financiadores apoyen más a los médicos, pero no dicen cómo. Lo que sí parecen constatar es que este tipo de comportamiento responsable se da con mayor frecuencia en sistemas sanitarios con un nivel organizativo integrado. Dicen que hay consenso en considerar que los sistemas asistenciales integrados que prestan un fuerte apoyo a los clínicos y a la gestión basada en los equipos, mejoran la calidad asistencial y el control de costos.

La cuestión es que no explican porqué se da este fenómeno. El problema es que si no lo entendemos puede ser que cuando lo tratamos de organizar o modificar, incluso con ánimo de mejorarlo, nos equivoquemos.

En mi opinión es lo que está sucediendo en Osakidetza y ha sucedido en el National Health Service Inglés. Los dos sistemas han sido organizaciones integradas, eficaces y eficientes, en los que los equipos de atención primaria han sido el eje del sistema. La responsabilidad de los equipos ha producido una asistencia de alta calidad con unos costos controlados. A la hora de mejorar este sistema o de tratar de rectificar debilidades del mismo, ni la mecánica de los incentivos, ni la logística de los pagos es suficiente. Sin embargo en un sistema integrado de asistencia sanitaria se produce un fenómeno de solidaridad que la sociología y la antropología cultural han explicado suficientemente. Como decían tanto Durkheim ( uno de los padres de la sociología) como Fleck ( médico y biólogo, que en una etapa posterior de su vida se dedicó a la antropología) en estas situaciones se producen ideas colectivas que se pueden considerar bienes públicos pues provocan sentimientos y comportamientos de solidaridad y compromiso auténtico con las normas.

Creo que si en nuestras instituciones hubiera mayor penetración del análisis sociológico, como sucedió en la transición, estaríamos más preparados para afrontar los cambios que tenemos que generar en las mismas para adaptarlas a los nuevos tiempos, pues comprenderíamos mejor fenómenos como este: de cómo la organización de un sistema impacta en la percepción de sus miembros originando ideas, emociones y comportamientos que repercuten en los costos de la misma.

Como dice George Brassens: "El mejor vino no es necesariamente el más caro, sino el que se comparte". De forma similar podemos concluir que el mejor sistema sanitario no es necesariamente el más caro sino el que es percibido por los clínicos como eficaz, y solidario, comprometiéndose con la normativa del mismo.