DE oca a oca y tiro porque me toca. Los resultados de la última reunión del G-20 celebrada esta pasada semana en Seúl invitan a esta decepcionante conclusión. Sobre el complicado tablero de la economía mundial, los responsables políticos y financieros que asisten a estas reuniones siguen dando largas, defienden sus propios intereses y miran para otro lado cuando se trata de tomar decisiones que pueden erosionar sus objetivos electorales o ideológicos. Nada nuevo, con la particularidad de que en este juego los poderosos (EE UU y China) participan con los dados marcados y el resto son simples comparsas.
En la capital coreana se ha cerrado en falso la llamada guerra de divisas protagonizada por EE UU, que acaba de poner en el mercado 650.000 millones de dólares para la compra de bonos públicos, y China, que se niega a liberalizar el yuan en el mercado de divisas. Ambos países son inflexibles en cuanto a modificar sus respectivas políticas monetarias y, lejos de favorecer la resolución del conflicto, alimentan la idea de un nuevo proteccionismo. Por otra parte, el Consejo de Estabilidad Financiera ha decidido conceder al sector financiero otros 6 meses de plazo antes de determinar los requisitos que deben cumplir para evitar un nuevo Lehman Brothers.
Dicho en otras palabras, el G-20 ha decidido no decidir. Todo sigue igual. Decepcionante, sí, pero no debe sorprendernos si observamos la inoperancia de estas reuniones desde la quiebra del citado banco estadounidense. En Washington declararon que "debemos sentar las bases para una reforma que tenga por efecto que una crisis global como la actual no pueda repetirse". En Londres se habló de una mayor transparencia bancaria, que sigue en el limbo, pero se aplazó "para otra cumbre" la necesidad de planes propios. En Toronto se habló de reducir el déficit público pero se dejó para Seúl la toma de decisiones que ahora, en la capital coreana, se vuelven a retrasar hasta la próxima cumbre de Francia cualquier medida.
Tras la eclosión mediática con el anuncio de medidas de estímulo tomadas hace meses para salir de la crisis, así como las ayudas públicas a la banca, primer causante de la crisis, la decepción vuelve a ser la única moneda para los invitados sin voz, pero con foto de familia, como son la UE y los países emergentes. El G-20, sometido al igual que el Banco Mundial y el FMI a la timocracia u oligarquía de los neoproteccionistas China y EE UU, ha convertido sus reuniones en un juego de la Oca y pone en serio peligro la pretendida recuperación económica. El riesgo no está sólo en la falta de soluciones, sino en el empobrecimiento del resto del planeta.