Y cada vez más. Quien debe poco y tiene o gana mucho dispone además de crédito en abundancia. Por el contrario, mucha deuda o mala perspectiva de ingresos encarecen el crédito o ahuyentan a los prestamistas, como le está ocurriendo a España actualmente.
Nuestra comunidad ha disfrutado en el pasado de ínfima deuda y buenas perspectivas con lo que gozaba de óptima calificación y era objeto de deseo de todo el sistema financiero si expresaba deseo de recibir préstamos. Esa situación proporcionaba seguridad y capacidad de decisión contundente para cuando fuera necesario. Pero ya no disfrutamos de ese nivel de privilegio, aunque seguimos con buena salud.
El aumento de deuda no es solo un compromiso de pago diferido a generaciones posteriores, sino, más aún, una limitación de su capacidad de endeudamiento en caso de necesidad y un encarecimiento del coste de sus deudas. Elevar la deuda al 80% del PIB es vaciar la despensa de último recurso, lo que no obliga a nuestros sucesores a pagar necesariamente, pero sí a vivir sin una despensa que poder vaciar si fuera necesario y a depender de los mercados de crédito cada vez que se precise renovar los créditos, lo que condicionara su nivel de libertad y su capacidad de superar dificultades.
Se estima que por encima del 80% de deuda pública respecto al PIB, un país pierde buena parte de su capacidad de desarrollo al tener que soportar grandes costes financieros. Además puede verse incapacitado para aumentar su endeudamiento y hasta para renovarlo si su perspectiva económica es dudosa como les ocurre actualmente a varios países europeos. No solo la situación económica se endurece, sino que el país pierde autonomía de decisión y pasa a ser rehén de sus prestamistas.
Los grados de libertad de un país, como los de una persona, están en proporción inversa a su nivel de endeudamiento. Para los gobernantes del momento el aumento de deuda es una solución cómoda, pero para la Sociedad puede equivaler a dirigirse por buen camino hacia una ciénaga para evitar una carretera con baches que obligan a reducir la velocidad.
Estamos vaciando la despensa, vamos a tardar en poder volverla a llenar y en las tiendas de crédito (bancos) acabarán por colgarnos el cartel de "no se fía", habida cuenta de la plaga de incertidumbre que asola el planeta. La capacidad de endeudarse es en sí misma un extraordinario bien y la decisión de consumirla trasciende a una legislatura y casi diría que a una generación, por lo que merecería ser decidida por mayorías reforzadas y usarla conscientes de la responsabilidad histórica que se asume.
Los mercados financieros son una admirable herramienta de distribución eficaz de recursos, pero son un fenómeno sociológico de masas, capaz de generar ciclos, espirales, y estampidas catastróficas. Cada decisor es sólo parcialmente racional y la contemplación o previsión de la conducta de otros, le arrastra a conductas de alto riesgo que son observadas por el resto multiplicando el contagio de euforia o depresión.
Esos mercados financieros han sufrido recientemente una espiral con final en estampida y pérdida masiva de confianza. Cuando la situación aún no se ha calmado, hay indicios claros de que puede darse una recaída. Los organismos de vigilancia de crisis que pone en marcha la Unión Europea necesitarán tiempo, clarividencia y más poder del que se les querrá atribuir, para evitar futuras convulsiones. El mundo sigue escaso de coordinación y sobrado de motivos para que cada uno priorice sus problemas para desgracia de todos. La posible próxima estampida nos sorprendería con más deuda y menos credibilidad, con más paro, más edad media, más jubilados y menos competitividad.
Hacen falta pulso, visión a largo e inteligencia al frente del gasto público. Pero, según me reconoció un muy alto cargo del Ministerio de Economía y Hacienda, los actuales presupuestos estatales para 2011 no prevén ningún escenario alternativo al elegido, cosa que ningún consejo de administración daría por válido en una empresa, y que da para preocuparse si el escenario previsto llega a ser distinto, que es lo habitual, y en especial si es peor, lo que no es poco probable.
Y como nuestra comunidad no es una isla, a nuestras debilidades se sumarán los desequilibrios del entorno, dificultando y retrasando la recuperación. Prudencia.