SE dice que una rana depositada en un recipiente con agua muy caliente salta afuera y evita el peligro, en tanto que si se la introduce en un recipiente de agua templada puesto a fuego lento, la lenta subida de temperatura no le transmite señal de peligro repentino y termina pereciendo hervida.

No tengo la certeza personal de que así ocurra ni el deseo de hacer tal experimento pero, asumiendo que sea cierto, la idea que nos transmite es de gran aplicación a las personas en muchas situaciones tanto individuales como de grupo. Las variaciones suficientemente lentas de una situación nos pasan desapercibidas en muchos casos, nos van incitando a adaptarnos sumisamente en otros, o nos parecen insuficientes para justificar una reacción por su pequeñez de cada momento hasta llegar al punto en que resulta muy difícil reconducir la situación.

Pensemos en el caso de la persona en sus relaciones de proximidad. La permisividad hacia los niños que produce adolescentes intratables, la admisión del desprecio de la pareja que degenera en violencia y sometimiento, o la tolerancia de la falta de respeto de una persona que aboca en un conflicto. Son ejemplos de situaciones a las que se llega sin apercibirnos de su acercamiento y a las que se reacciona tarde y de modo traumático, si se tiene fuerza para ello, o se tienen que soportar pacientemente sus desagradables consecuencias.

A nivel social, nos acostumbramos a la violencia, a la pobreza como hecho inevitable, a la corrupción creciente, a la agresividad y la descalificación como modos de acción política, al cinismo como pretendido humor, y a cualquier deterioro de los modos de convivencia si su evolución es lenta. Lo que ocurre con frecuencia acaba siendo "lo normal" y por ello presuntamente correcto o al menos asumible.

En el ámbito profesional nos ocurre lo mismo. Sería el caso del bullying que empezó como llamadas firmes de atención, o del sarcasmo cruel a que pueden conducir las "gracias" toleradas y repetidas. Las relaciones personales en el lugar de trabajo evolucionan constantemente interactuando en todas las direcciones. Cuando se crean modos viciosos de relación, atmósferas cargadas de tensión, suspicacia o guerra de intereses, resulta en ocasiones difícil crear una tendencia positiva de sentido contrario y se producen enfrentamientos que pueden resolver la situación, o más probablemente agravarla, al hacer aparecer a quienes han soportado lo ocurrido como provocadores del chispazo generado.

Una factoría puede estar perdiendo su capacidad de reacción y de instinto de mejora de forma paulatina sin que se aprecie el problema hasta que los trabajos presupuestados empiezan a no dar lugar a pedidos. Una empresa puede estar perdiendo su liderazgo innovador y su velocidad de reacción hasta que el comportamiento de las ventas da la señal de alarma, lo que generalmente ocurre tras varias reorganizaciones fallidas del departamento comercial que se supone que había perdido garra. Un sector puede estar cambiando su sensibilidad al precio, a un tipo de diseño, o a otros factores hasta que un competidor, por suerte o por mayor nivel de alerta, encuentra la respuesta satisfactoria antes que nosotros y nos convierte en imitadores con retraso.

El tiempo es una variable clave en la estrategia empresarial. Reaccionar tarde o evolucionar comparativamente lentos nos condena a la pérdida de competitividad. Los fenómenos de cambio que nos rodean son las más de las veces del tipo "rana hervida" y lo normal es que tomemos conciencia de ellos con retraso salvo que dispongamos de sistemas de alerta que nos lleven a rastrear las microtendencias que están progresando silenciosamente.

Si el sector del vino, por ejemplo, está evolucionando, como creo, hacia una pérdida de relevancia de las denominaciones de origen, el tardar en darnos cuenta de esa tendencia tendrá un coste tan alto que probablemente se convierta en una diferencia de madurez estratégica a favor de los competidores globales imposible de compensar. Hacer cada vez mejor el producto no será remedio suficiente. Igualmente, todo el concienzudo trabajo diario de las empresas de conservas sin sintonía con la necesidad de masa crítica exigida por la nueva distribución, el coste de la publicidad y el reto de la internacionalización, no ha bastado para tener un sector competitivo a nivel global.

En los negocios llegar tarde es perder la partida.