Siguiendo la fiebre futbolística del Mundial de Sudáfrica, el presidente del Partido Popular en Álava, Alfonso Alonso, tiró de topicazo el pasado miércoles para pedir, por enésima vez, la salida inmediata de Gregorio Rojo de la Presidencia de la Caja Vital. "Al señor Rojo le han sacado ya dos veces la tarjeta roja y se niega a abandonar el terreno de juego", dijo. "El juego ha terminado, se acabó; es hora de resignarse porque el fallo de la Audiencia Provincial es claro y diáfano", añadió. Y bien que lo fue. La amenaza ese mismo día de pedir le ejecución inmediata de la sentencia si Rojo no cesaba del cargo surtió efecto apenas 24 horas después y a pesar de que el propio Rojo había asegurado públicamente que no tenía ninguna intención de dimitir. Había soportado dos varapalos judiciales y estaba dispuesto a encajar un tercero. Pero algo cambió. Al día siguiente, jueves 1 de julio, de una forma sorprendente que sólo sus más allegados conocían, entre ellos su hermano Javier, su esposa, Marijose, y algunos colaboradores, presentó su súbita dimisión ante el Consejo de Administración de la entidad.
Lo hizo por dos motivos. El informe de su equipo de abogados de Clifford-Chance, que aventuraba un proceso "largo, complejo y lleno de zancadillas" si la Caja decidía continuar librando una batalla judicial en los tribunales con un recurso de casación ante el Supremo, y la incomodidad del PNV en todo este proceso. A pesar de que la formación jeltzale -su socio en la Caja a raíz del pacto que firmaron en marzo de 2008- no tuvo opción de negarse a continuar por esta vía en el consejo extraordinario del pasado jueves, lo habría hecho sin dudarlo si Rojo hubiera decidido seguir adelante. "No nos podíamos permitir el lujo de seguir con esto", sostienen fuentes de la ejecutiva alavesa.
La cuantía abonada a Clifford- Chance hasta la fecha, casi 300.000 euros, y lo que habría que seguir abonando en el caso de acudir al Supremo fue otra de las claves que también influyó en el devenir de los acontecimientos. "Me voy por el bien de la entidad, con dignidad y la cabeza bien alta; y con una gestión excelente", reconoció el ya ex presidente en su discurso de despedida del viernes. Un acto en el que estuvo arropado por su familia, colegas de la Caja, amigos y la plana mayor del PSE alavés, encabezada por su secretario general, Txarli Prieto, con quien Rojo, históricamente, siempre ha mantenido una relación tensa que en noviembre del pasado año se tornó tormentosa. El motivo no fue otro que el veto a un acuerdo privado entre la Caja y el PP para que éste retirara la demanda del juzgado a cambio de una representación popular en el Consejo de Administración. Aquel pacto que gestionaron con suma discreción Juan Antonio Sánchez Corchero, hombre de confianza de Rojo, y otros fontaneros del PP, saltó por los aires cuando Prieto se negó a firmarlo. A partir de aquello, el asunto se crispó de forma extraordinaria y el PSE alavés agravó profundamente su división interna entre los partidarios de Prieto por un lado y los de los hermanos Rojo por otro. El resto ya es historia.
18 años después Con el adiós del viernes, el menor de los Rojo puso fin a 18 años de presencia ininterrumpida en los órganos de la entidad. Aprendió de sus cuatro predecesores, Paco Allende, José María Gerenabarrena -tío del actual presidente-, Juan Mari Urdangarin y Pascual Jover, y se rodeó después de los mejores. "Soy consciente de que soy muy limitado en muchas cosas, por eso procuro rodearme siempre de los que más saben y dejar que me asesoren", señalaba recientemente Rojo a DNA.
De otra forma no se entiende si no cómo un perfil académico aparentemente alejado de la gestión financiera, maestro industrial y empresario minorista, no sólo haya podido presidir la principal entidad financiera de Álava durante seis años (2004-2010), sino también controlar la patronal alavesa SEA y, desde el pasado mes de abril, la Cámara de Comercio de Álava. Uno de sus valedores en la Caja en 1992, buen conocedor del personaje, apela a otras virtudes innatas para tratar de explicar el fenómeno Rojo. "Es un tipo ambicioso, con mucha hambre, tremendamente trabajador y muy listo. Aprende muy rápido", reconoce.
Su obsesión con la fusión Su historia en la Caja está jalonada de grandes éxitos pero también de sonoros fracasos. Bajo su mando surgieron proyectos de futuro como la plataforma logística Arasur, el proyecto Vitalquiler, la Fundación Mejora o el empeño, casi personal, de KREA, un centro de expresión contemporánea enfocado hacia la juventud, ubicado en el antiguo convento de las Clarisas en Betoño y que se prevé inaugurar en 2011. Pero sobre todo deja una herencia financiera "excelente", como él mismo se felicitó, gracias al equipo que dirige Joseba Barrera, su director general, un técnico obsesionado en controlar los riesgos y hacer una banca "prudente, ortodoxa y aburrida". Gran parte de la buena salud de la Caja hoy -es una de las cinco entidades más capitalizadas del sistema y una de las más productivas y eficientes- se debe, en gran medida, a su dirección.
Por el camino de Rojo, sin embargo, también quedaron frustraciones como el proyecto para impulsar un Estadio 2, la edificación en el Sur de Vitoria y, sobre todo, su "gran obsesión": la fusión de las cajas vascas. Incluso el viernes, en su despedida, apeló una vez más en la necesidad de impulsarla. "Les pido a los que vengan que afronten con decisión este proceso que estoy convencido que es bueno y necesario para Álava y Euskadi". Es una oportunidad, suele comentar en privado, "que no podemos dejar escapar". Un tren como los que controlaba su padre, ferroviario de profesión, y del que Rojo aprendió el valor del trabajo. "Allí donde esté seguiré peleando por el desarrollo de esta provincia. Que a nadie le quepa duda", avisó.