Hace más de medio siglo, el 20 de julio de 1969, el hombre llegó a la Luna. En Francia, la Luna está en La Bonette, donde transpira la carretera asfaltada más alta de Europa. No hay frases para la historia, “Es un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad”, dijo Neil Armstrong al pisar la Luna.

Después de la cara oscura de la Luna, brilló el cometa Tadej Pogacar, un marciano de visita al Tour que también habla para la historia. El esloveno se posó con suficiencia sobre la cima de Isola 2000, el recuerdo de Tony Rominger y Miguel Indurain, cuando el navarro certificó su tercera corona en 1993.

En el mismo lugar, Pogacar reivindicó su tercer laurel en el Tour tras arrollar a Jonas Vingegaard y acariciar la propuesta de Remco Evenepoel, al que ha acogido en su latifundio porque nunca percibido al belga como una amenaza real. Les enterró a ambos. Destrozó al danés. Físicamente y mentalmente.

Campanas de réquiem para ellos. Sonidos de boda para el esloveno, que anilla su tercer Tour. Reventó la marca del suizo y el navarro. Ellos registraron 41:30. Pogacar, 38:14 en una ascensión con más recorrido. La historia se cuenta sola. Monstruoso. Vingegaard está a 5:03 y Evenepoel a 7:01.

Remco Evenepoel y Jonas Vingegaard, destrozados por el líder. Efe

El pizpireto Pogacar, los mechones rubios asomando por el casco, bamboleaba los hombros. Es una alucinación. ¿De qué planeta viniste? Rostro de niño, alma de campeón. Juguetón. Ángel Exterminador. Saludó su gesta con una reverencia. Otra pose. Enseñó cuatro dedos. Así cuenta sus etapas en el Tour en el que se pasea, tan superior.

Pogacar podría abrir un museo de hitos, récords y actuaciones lisérgicas. Una galería de arte con fotos de sus conquistas. Desde la cumbre de Isola 2000 miraba su trono de Niza, el que le espera el domingo. El aposento de su tercer Tour. Él lo ocupa todo.

Imperial Pogacar

Se desabrochó Pogacar y se quedó a solas. Arrasó. Su Tour y él, la pareja perfecta, indisoluble. Evenepoel y Vingegaard se emparejaron para sobrevivir. Encajaron 1:42. El belga marcó el ritmo. El danés entregó las armas. Trine, su mujer, le esperó en llegada para consolarle en la desesperanza.

Mikel Landa, estupendo, y Almeida, entraron después. El alavés quinto en la general. Humano. Voló el líder, hambriento, intocable. Inmune a todos y a todo. No hay kryptonita contra el Superman esloveno, ondeando su superioridad, pletórico, en otra demostración extraordinaria. Incatalogable.

Nada se le resiste al líder que destroza récords y se alimenta de todos. Engorda su leyenda. Un gigante contra niños. Gülliver en Liliput. Deseaba devorar a Jorgenson y coleccionar otra cumbre a su historial de conquistas. Lo quiere todo. Nada crece alrededor de Pogacar, abusivo. Tiranía eslovena.

Jorgenson se quedó sin premio. Efe

Un ser alado que en apenas dos zancadas mandó al olvido a Vingegaard y a Evenepoel, desfigurados mientras Pogacar se acicalaba la sonrisa de ganador. Escupió después a Simon Yates y Carapaz para triturar a Jorgenson. Pogacar, pantagruélico. La ambición extrema como único norte de su brújula en el Tour. El campeón infinito.

Una fuga de calidad

Pogacar arengó a sus muchachos que aceleraran para roer el hueso de la fuga, donde soñaban, cada uno a su modo, Jorgenson, Kelderman, Carapaz y Simon Yates. La trinchera infinita. La supervivencia como manual de estilo. Jorgenson se disparó y quebró al resto. Abrió una brecha.

Carapaz, en pie de guerra, y Simon Yates le enfocaban. Jorgenson quería hacer cima desenroscando una carretera con anatomía de serpiente. Esa era la apuesta de Visma. No un asalto de Vingegaard, castigado para entonces. Yates y Almeida eran los sherpas del líder.

En esa cordada, Vingegaard, Evenepoel, Landa… El resto se iba desvaneciendo sin demasiadas quejas, asumiendo las leyes de la montaña, escritas en piedra, cinceladas con el martillo de sufrimiento extremo. Adam Yates golpeaba ambición gota a gota. Era el ariete.

Pogacar, el emperador. El absolutismo. Aplastaba la montaña. Pedaleaba como si fuera en el llano. La hipérbole constante. Miraba para atrás por decoro. Silbaba. Un paseante. Sonreía. Nada de sudar. Biónico.

Pogacar, en solitario. Efe

Ni Vingegaard ni Evenepoel pestañearon. El esloveno manejaba a su antojo el escenario, protagonista absoluto de una función que es un monólogo. La luminaria que todo lo ocupa de punta a punta. Deslumbrante. El danés, sombreado desde que en Plateau de Beille Pogacar lo convirtiera en un guiñapo, subió cobijado al ritmo sereno del séquito del líder.

Paz en La Bonette

La Bonette era un territorio hostil, pero reinó la paz. Pacto de no agresión. La montaña que baila con la Luna fue una anécdota, una chincheta colorida en la cartografía del Tour. Lejos de lo que suponía. El mejor Vingegaard se astilló en la curva maldita de Olaeta.

Alcanzó el Tour alimentado por el coraje de los grandes campeones, pero frente a un Pogacar superlativo, irracional, descomunal, fue menguando a pesar de arrebatos de rebeldía. El líder arrasó después en Isola 2000, cuando lanzó otra bomba atómica sobre los Alpes.

En el ciclismo moderno, los cascos de astronautas, las bicis ligeras que parecen naves espaciales, los ciclistas son seres humanos reducidos a polvo cósmico en las moles de los Alpes, que se entretienen en el crematorio. Sepultan voluntades.

Antes del enésimo show del esloveno, en La Bonette, 2.802 metros de arrogancia, no se admitían egos. Bahamontes abrió las fauces del can Cerbero en esa travesía al Hades vertical. Holló la cima del coloso 1962 y 1964.

Atravesado el Col de Vars, 2.109, lanzados los peones de Vingegaard, Jorgenson y Kelderman, por delante con una fuga en la que se movían Simon Yates, Carapaz, Hindley y Cristian Rodríguez, Pogacar reclutó a los suyos para una ascensión tremenda, casi 23 kilómetros de padecimiento en los rescoldos del Tour.

Pogacar, líder del Tour, en el podio. Efe

Tour finiquitado

Era un paso de Semana Santa, incluso cuando aún se masticaba vegetación y algún pequeño lago decoraba la pena entre solitarios penachos de nieve.  Junto al líder respiraban Vingegaard, Evenepoel, Almeida, Landa, Carlos Rodríguez, Ciccone…

El paisaje, calvo, pedregoso, era un poema de amor desesperado. Una carretera sobre el cielo. Un giro al infierno. El padecimiento como relato. Centauros del desierto.

Nadie se movía en la gravedad cero. Anclados al asfalto. Presos de la fatiga, del desgaste del Tour. El miedo al estallido en un montaña donde escasea el oxígeno. Después de pisar la Luna, el esloveno se subió en un cohete hasta Isola 2000. Se quedó a solas en Marte. Pogacar reverencia su tercer Tour.