La canícula del julio francés calentó el segundo acto de los Pirineos. Francia conmemoraba su Revolución, la toma de la Bastilla el 14 de julio de 1789. Décadas después, Delacroix pintó la Libertad guiando al pueblo, que simboliza la Revolución del 28 de julio. La sublevación de la plebe contra el rey Carlos X porque quería disolver el parlamento y restringir la libertad de prensa. El pueblo tomó las armas.

En el Tour, Jonas Vingegaard, con el maillot de la montaña, prestado por Tadej Pogacar, llamaba a otra rebelión. Su bandera era el inconformismo. La ondeó con rabia, orgullo y dignidad.

Vingegaard, a su llegada a meta Efe

El danés, derrotado la víspera por el supersónico líder, el cometa amarillo, intentó devolver el golpe con un levantamiento. Mentalidad de campeón. Destronado por el esloveno, deseaba recuperar su jerarquía.

Napoleónico, imperial, Pogacar se autocoronó como hizo el corso y reflejó Jacques-Louis David en una de sus icónicas obras. El artista también retrató a Napoleón atravesando, sobre su montura blanca, los Alpes.

Es la cordillera que resta para desembocar en Niza con su bici negra, decorada de amarillo. El esloveno tiene su tercer Tour en la estantería de sus logros infinitos después de otra demostración de ciencia-ficción.

Tour sentenciado

Destrozó el récord de Pantani, probablemente el mejor escalador de la historia, para sentencia su tercer Tour. Aventajó en más de un minuto en la cumbre al danés, admirable en la derrota. Vingegaard está a más de 3 minutos en la general. Evenepoel concedió 2:51 y cierra el podio.

De esa lucha se despidió Carlos Rodríguez desplomado en un jornada que abrumó a la mayoría y fijó a Mikel Landa, excelente, cuarto en la etapa, quinto en la general. El alavés sigue con los mejores.

Landa es quinto en la general. Efe

Pogacar enfría el champán que se beberá en Niza. El día de la Revolución francesa, cuando Vingegaard pretendía el Renacimiento, apareció Napoleón. El nuevo rey es Pogacar. Viva el rey. Monarca en los Pirineos ante el príncipe danés. Hamlet. ¿Ser o no ser? Es un campeón, aunque el Tour sea de Pogacar, más saludable en Florencia que Vingegaard.

En la curva de Olaeta, la caída maldita de la Itzulia, se quedó colgado el Tour de Vingegaard y prendió el del esloveno, que enlazará las coronas del Giro y Tour el mismo curso. Nadie ha sido capaz de lograrlo desde Pantani, en 1998. Salvaje.

Vingegaard, competidor formidable, esquivó una situación vital crítica y atravesó las tinieblas para poder estar en Florencia. Es el mejor salvo por Pogacar, un ciclista superlativo, sideral. En la mejor forma de su vida. Solo así ha podido someter el coraje del danés, debilitado en la salida, lejos de su mejor versión y con un Visma baqueteado por las caídas.

Con todo en contra, Vingegaard, irreprochable su actitud, exigió la mejor versión de Pogacar. No es una cuestión menor. Conviene interpretar el contexto y fijar el marco de una pelea que nunca ha sido igual. Gloria y honor para ambos, dos atletas excepcionales y excesivos.

Una etapa excelsa

El calor horneaba el Tour, los maillots abiertos, pidiendo aire para refrigerarse en una travesía tremenda. Aguardaban las fauces de los monstruos que viven en los tejados del Tour. Se apiñaron los Pirineos con el acumulado con los ‘cols’ de Peyresourde (1ª), Menté (1), Portet-d’Aspet (1ª) y Agnes (1ª) antes del final en alto en Plateau de Beille.

La supervivencia como estilo de vida. Caían los dorsales, los cuerpos se replegaban. Estallidos de palomitas de maíz entre jadeos y paisajes de contemplación. El ser humano se empeña en no entender la naturaleza.

Trata de domesticarla, de hacerla suya. Los arterias de la Francia ciclista, las carreteras rugosas, estrechas y bamboleantes de los majestuosos Pirineos, magníficas montañas, apaleaban la alegría. El padecimiento y el calvario abrían bocas que rogaban clemencia.

Aranburu, en fuga

Se arrodillaban las voluntades. En ese no lugar, en la intersección de los lamentos, creció una fuga que contó con Alex Aranburu para darle alas a Enric Mas, el hombre apenado por su destino en un Tour que le ha arrugado.

Las montañas hacen envejecer los rostros, que se arrugan deformados por el esfuerzo y la agonía. Ni el agua lograba aliviar. A cada cumbre, más viejos. Es una galería de los horrores que ni las gafas de pantalla ni los cascos pueden disimular. No lo aguanta el maquillaje. Laurens de Plus, Jai Hindley, Carapaz, Johannessen y Enric Mas se sostenían en el col d’ Agnes.

Entre la nobleza, Pogacar respiraba con Vingegaard, Evenepoel, Carlos Rodríguez, Landa, Almeida…. Se reducía el grupo. Las antorchas del Visma se fueron apagando a medida que se amontonaban los kilómetros y se horadaban las montañas, pero ese fuego también chamuscó a muchos peones del líder. El sacrificio lo merecía. Puerta grande o enfermería en Plateau de Beille. La grandiosidad como medida standard en un Tour que confronta a dos gigantes.

Vingegaard, a todo o nada

El Tour exige bajar a los infiernos para tocar el cielo. No hay negociación posible. Es su peaje. Nada es más grande que la carrera francesa, auscultador de las entrañas de los campeones, de su latido, de sus aspiraciones y deseos. Se presentó Plateau de Beille, el ogro.

Una mole (15.63km, 7.9%) que arrancaba los corazones en el crepitar de una ascensión que vaciaba los adentros sin piedad. La fuga aún tintineaba. Después del quemazón, de la gran pira de una carrera que disparaba fuego, a Vingegaard solo le quedaba Jorgenson.

Pogacar aún disponía del abanico de Adam Yates. El pelirrojo norteamericano que realiza las tareas de Kuss, que no pudo acudir a la carrera con su aleteo de colibrí, despachó a Almeida.

El salón de los nobles concentraba a Pogacar, Vingegaard, Evenepoel, Landa, Carlos Rodríguez… La agonía mandaba. La fatiga en cada poro de la piel. Mantenerse en pie es vencer. Se doblaban unos y otros se descomponían. Landa, sonreía, feliz, cuidando de Evenepoel.

Jorgenson, con las gafas posadas en el casco, apretaba la mandíbula. Todo para Vingegaard. Al servicio de su majestad. Una tortura para Carlos Rodríguez, que penaba. Un reunión cada vez más íntima. Los tres mejores con sus ayudantes de cámara. Entonces se encorajinó el orgullo de Vingegaard, su bravura, a diez kilómetros para la corona.

Pogacar, pletórico

Pogacar se prensó a él. Barniz amarillo. El resto les vio marchar sin hacer un amago, como una despedida triste pero necesaria. Evenepoel, que la víspera comprendió que esa mesa está reservada para los dos, encogió los hombros. Landa se congestionó. Yates y Jorgenson desaparecieron en el olvido.

Mano a mano en las alturas. Hombro con hombro. El danés, valiente, vestido como rey de la montaña, llevaba la sombra de Pogacar sobre sus hombros. Un duelo esplendoroso. Dos campeones formidables. Rivalidad histórica. Evenepoel mantenía la distancia en el Tour del aprendizaje.

Dos boxeadores buscando el K.O. Vingegaard al frente. Pogacar cobijado en su rueda. Landa se desató el maillot. Un libro abierto. Carlos Rodríguez padecía. En crisis. El Tour se viene encima en cualquier momento. Nunca avisa. Tampoco a los mejores. Vingegaard sufrió la ira de Pogacar en un cambio de ritmo cuando restaba un tercio de Plateau de Beille.

El Tour se le escapa del todo. Pogacar, el superhumano, machacó a Vingegaard. Biónico. El danés persistió. Así son los grandes. Era mejor el esloveno. Probablemente, Vingegaard se inmoló, pero eso no es un debe. La virtud de los los valientes. Quería cambiar su sino, pero el destino había elegido al esloveno. Napoléonico Pogacar.