Cuando aún no se había descubierto al gran Indurain, otro Miguel marcaba el techo del Tour. Miguel Mari Lasa cantó dos bingos en la carrera francesa. En 1976 en Verviers y en 1978 en dos victorias mayúsculas.

“El Tour es el Tour. Lo que hagas en esta carrera tiene una repercusión enorme. Tuve suerte de ganar dos veces”, dice. Si bien el azar es un elemento no menor, Lasa se adentró en la historia de la Grande Boucle aplicando la inteligencia y la sabiduría. Su primer laurel lo obtuvo en una jornada de doble sector. Entendió de inmediato Lasa, que ese día surgía una opción. “Por la mañana hubo una contrarreloj por equipos y eso desgasta”.

Ahí comenzó la conquista de Lasa. En la cara B de la quinta etapa entre Louvain y Verviers. Por la tarde esperaba un recorrido de 145 kilómetros. “Por aquella época mandaba Merckx y después de la contrarreloj por equipos decidieron dejar hacer”, desliza Lasa. Se formó una escapada. El de Oiartzun decidió pasar al ataque cerca de meta. “Tenía claro que no iba a esperar. Así que un repecho ataqué. Conmigo iba Guy Sibille, que era campeón de Francia. Le decía que pasara al relevo pero él se negó. Así que le arranqué y gané con margen”. Lasa obtuvo el triunfo con tres segundos sobre el galo.

Dos años después, Lasa sumó su segunda victoria en el Tour. Esta vez quiso el destino que el festejo fuera en Biarritz. “Ganar delante de la familia, de los de casa y de los conocidos es muy especial”. Lasa sabía lo que se hacía. Conocía el final de Biarritz. Eso le dio una ventaja decisiva. Se rodaba entre Burdeos y Biarritz. Una etapa pantagruélica. 233 kilómetros. “Esas distancias ahora no se ven casi, pero entonces eran normales”.

La jornada estaba hecha para el esprint. Era 8 de julio. La clave estaba en el final. Lasa lo sabía porque lo había visto en la Itzulia. Concluía el recorrido en el hipódromo de Biarritz, en una pista de ceniza. “Para entrar al hipódromo había que pasar por una puerta de tres metros. Era muy estrecho. Me coloqué cuarto o quinto”.

Lasa estaba en el sitio exacto en el momento decisivo. “Estaba pendiente de Jan Raas, un gran esprinter”. El aliado de Lasa era el piso. Sabía que la rueda se hundía un poco. El neerlandés esprintó. “Se equivocó porque metió todo desde lejos y se hundió. No avanzaba a la misma velocidad. Yo esperé más tiempo, salí más tarde y pude ganar”, rememora Lasa.