En la Causse Noir, en Millau, en el Macizo Central, agarró Marino Lejarreta su onza de gloria en el Tour. No lo supo hasta más tarde, cuando comprobó que había vencido. Fue el mejor, pero no lo tenia muy claro. La etapa fue movida, un revuelo. Un punto caótica.

En Millau, los seis corredores que marchaban en cabeza mantenían una renta 35 segundos de ventaja al pelotón. En las faldas del Causse Noir esa diferencia se arrugó. Apenas tenían 20 segundos. A tres kilómetros de la cima, Lejarreta lanzó su ofensiva.

“Me sentía bien y tenía ganas. El puerto, además se me daba bien. Era bueno para mis características. Más corto que los de los Pirineos y los Alpes pero con pendiente. Más explosivo”. Lejarreta encajaba bien en el horno del Macizo Central: “Era un día de mucho calor, pera esa clase de calor seco me iba bien, me sentía a gusto. Estaba en forma”.

Escalador magnífico, Lejarreta necesitó dos ataques para imponerse en Millau. “Lancé el primero pero no me quedé solo, así que en un contraataque lo intenté de nuevo y de ahí ya me fui solo hasta arriba”. Lejarreta alcanzó la meta en solitario, pero no alzó los brazos. Desconocía el vizcaino si era el primero o no. Indurain, el año antes de su explosión en el Tour, fue segundo en el puerto. Lejarreta llegó con la manos agarrando el manillar. “No lo celebré porque no quería hacer el ridículo (risas)… Es que ves a algunos ciclistas que levantan los brazos y luego han ganado otros. Ese día hubo una escapada de unos 20 ciclistas por delante y en la vorágine de la carrera no estaba seguro si había pasado a todos... Y no lo celebré por prudencia (risas)”.