Javier Otxoa ya no está. Las grandes secuelas de un atropello que segaron la vida de su hermano, Ricardo, agotaron la suya años después. Queda en la memoria impresa, para siempre, el héroe de Hautacam.

El día en el que el ciclista vizcaíno atravesó el umbral del dolor y del padecimiento extremo para alcanzar, exhausto, la gloria en Hautacam, aterido por el frío, la lluvia ametrallándole la piel. En un día oscuro, repleto de tonos grises, en una subida agónica, Javier Otxoa fue capaz de masticar 160 kilómetros de fuga para abrir de par en par una de las imágenes más bellas, aunque duras de la épica que relata el Tour.

En un día infernal, en medio de la tempestad, Otxoa encontró la mejor de sus victorias en la décima etapa en el Tour del 2000. En el corazón de los Pirineos, el suyo latió más fuerte que ninguno. 

La etapa pirenaica unía Dax con Hautacam. Otxoa coronó en primera posición, acompañado de Mattan, el primer puerto y en solitario el resto. Su poderío fue tal que nadie por detrás pudo llegar a su altura con la excepción, ya en el último puerto, del americano Lance Armstrong, que a punto estuvo de aguar el día de gloria de Javier Otxoa. En la ascensión final a Hautacam, Armstrong atacó en solitario y fue superando a todos los escaladores excepto a Otxoa.

Recordaba Javier Otxoa cuando regresó a la montaña diez años después de su hazaña que “Labarta -el segundo director del Kelme que iba tras él- me decía que le llevaba diez minutos al grupo de Armstrong. Pensaba en que tendrían que correr mucho para cogerme”. “Subía bien, pensando en mis cosas. Después de subir el Aubisque, del frío de la bajada, de volver a ir montaña arriba, yo iba en mi nube, con mis cosas, nada concreto”, exponía.

Un 23 de piñón grande. 39 dientes en el plato. Era el desarrollo que el vizcaíno empleó para subirse al éxtasis: “Este es el mismo desarrollo que llevaba cuando gané. Siempre fui un escalador de fuerza”. A Otxoa le esperaba la multitud en la cumbre. “Estaba repleto, aunque llovía y hacía frío. Yo pasaba por entre la gente pero no veía nada, sólo caras y cuerpos que pasaban”.

Sobre las nubes, sintió el aliento de Armstrong. “Me iba quitando tiempo. Se acercaba y por la velocidad a la que venía yo me preguntaba si estábamos subiendo el mismo puerto. Luego, he visto los vídeos y sigo dudando”. Ganó para siempre el héroe de Hautacam.