Bajó el Giro de las terrazas abiertas de los Dolomitas, de las montañas rosas que festejan la carrera con sus aristas, su rostros angulosos, el skyline pétreo de la carrera, para pisar sobre el Véneto y dirigirse a Padua.
En su universidad, siglos atrás, Galileo Galilei, eminente hombre de ciencia, padre de la ciencia moderna, dio clases. En ese tiempo, el genio italiano mejoró el telescopio. Lo hizo suyo. De repente, el mundo alejado, estaba más cerca. Al alcance de la mano.
Así se aproximaron los velocistas, que parecen comprimir el tiempo, doblarlo y arrugarlo antes de expandirse. Objetos lejanos, a modo de estrellas a años luz, que surgen fugaces, como meteoritos que se abren paso en un universo caótico, frenético y rabioso.
Chocan y rectifican, se pierden y regresan. Un baile maldito donde todo es plausible y la mejor coreografía se puede caer porque el primer bailarín, la luminaria, se bloquea.
Eso le sucedió a Jonathan Milan, retratado en un error grosero que le impidió vencer, apagado por Tim Merlier, que diluyó el aura del italiano en una esprint agónico, resuelto en el último fotograma. Media rueda en favor del belga. EL drama para el italiano comenzó antes. Cuando se extravió en el nudo gordiano del esprint, laberíntico para Milan.
Perdió el rebufo de sus lanzadores, del tren del Lidl, y Merlier, efervescente y chisposo, se lo cobró con una golpe de riñón certero en Padua. El belga lanzó el brazo al cielo.
Sumó su segunda victoria en lo que va de Giro por el despiste de Milán, trastabillado, con el gesto contrariado, consciente de que brujuleó mal. La ciclamino, la bestia, dominaba la escena hasta que se le rompió el hilo que le unía a sus compañeros, que realizaron una aproximación perfecta, sincronizados al máximo.
Milan se despista
De repente Milan no estaba en el retrovisor para asombro de sus pastores. El depredador, enjaulado. Consonni giró la cabeza y no percibió al colosal Milan. Se enredó el gigante italiano entre la foresta. Cundió el pánico en el Lidl.
Advertidos, sus lanzadores, la punta de flecha del esprint, aminoraron la velocidad de inmediato para que el italiano se reconstruyera como pudiera y tuviera una opción para agarrarse al debate, aunque fuera en medio del alboroto.
Pudo discutir con Merlier, pero era tarde para imponer sus argumentos. Tuvo que improvisar y eso le condenó. Milan, hombre de la pista, aún novicio en la carretera, le costó reaccionar, tratando de entender qué le había ocurrido. Necesita el italiano orden y una cordada que la abra huella para desatar su descomunal potencia.
Sin rastro, desasistido, encontró, en soledad, un hueco por el centro de la calzada tras trazar una diagonal. Merlier, que no cuenta con la potencia de fuego del italiano, estaba emparejado a él. Hombro con hombro. Dos hombres y un destino.
El belga y el italiano partían desde el mismo punto pero con la diferencia, no menor, de que Merlier bailaba lo previsto mientras que Milan tenía que reinventarse con celeridad. Un escenario desconocido para él. Milan necesita una partitura para interpretarla. Merlier se maneja mejor en la jam session.
Merlier no perdona
Sin un libreto, Milan, atascado en el tráfico, se destempló. Ese instante, ese chasquido de duda, de flotar en un limbo, le dejó a la intemperie. En un ecosistema que precisa la ignición de una turbina, ese momento de desamparo y ausencia de referencias, enfrió su esprint.
Combatió con furia, con ese estilo al que le falta swing, espasmódico, contra el engranaje de Merlier, un gran velocista, que encontró el camino a la victoria sin despistarse. No quedaba otra salida que el esprint.
En Padua, a través del telescopio y la observación empírica, Galileo descubrió la existencia de los cuatro satélites de Júpiter, que ponían en entredicho el hecho de que la Tierra fuera el centro del universo. La iglesia abrió un proceso inquisitorial contra él y su obra, proscrita.
Cuatro siglos después, la Iglesia católica reconoció su error. Galileo simboliza el triunfo de la razón sobre el oscurantismo y el dogmatismo. La verdad suele resquebrajar la mentira con la fuerza del tiempo. La fuga con Mirco Maestri, Andrea Pietrobon, Filippo Fiorelli y Mikkel Honoré quedó al descubierto ante la verdad de Padua. Merlier eclipsa Milan.