Era la carrera, surrealista su seguimiento, un ejercicio de estilo, solo para visionarios, por los saltos en el tiempo, la disrupción del relato, una sala de espejos donde era difícil concretar el quién es quién. Solo faltaba el zoom que convirtió a Valerio Lazarov en un genio de la televisión. Los reflejos son caprichos, a veces deformantes, otras favorecedores, en ocasiones trucados, y rara vez, exactos.
Extractos de realidad. Fragmentos. Bajo la luz blanca, de fotomatón, de sol asesino, el Campeonato de España de ruta era un puzzle de planos psicodélicos con parajes desérticos y zonas nulas, sin señal, donde se corría a ciegas. No había cobertura.
Desde esa zona ciega en la ascensión a Blancares, el Cabo de Hornos de la carrera, se propulsó Iván Romeo a las puertas de Granada. Las abrió con la fuerza de un ariete empujado desde su hercúlea figura. El vallisoletano mostró lo mejor de su repertorio para conquistar el Campeonato de España de ruta. Venció en solitario tras laminar a Fernando Barceló, segundo, a 56 segundos, e imponer su superioridad sobre Roger Adrià y Juanpe López, que se jugaron el bronce. Lo logró Adrià, a 1:53.
Romeo salió a la luz con una gran exhibición que le define como un ciclista con enorme proyección. La huella vasca era la de Ander Okamika, el único que estuvo las fugas que se produjeron y que concretó la quinta plaza tras una notable actuación
Antes de la celebración con el público, de abrir los brazos y golpearse el pecho con emoción, a oscuras, sin testigos, Romeo, poderosa estampa, vencedor de una etapa del Dauphiné, donde fundió a Van der Poel y sometió a Lipowitz, se desabrochó y deshilachó a Barceló en la zona oculta de la prueba.
Exhibición de Romeo
El vallisoletano, campeón del Mundo sub’23 de contrarreloj, se zambulló en un ejercicio en solitario. Ama esa disciplina. Donde otros buscan coartadas e incomodidad, Romeo abraza con mimo la soledad del fugado. Desde su atalaya dominó el horizonte que le esperaba. Se desgañitaba Barceló, persiguiendo sin desmayo a Romeo, y zafándose de Adrià y Juanpe López, que le rastreaban a él.
Alex Aranburu se quedó colgado en ese limbo. El de Ezkio, campeón en curso, no encontró una rendija por la que hacer palanca en esas idas y venidas de los grupos, que se regían como asaltantes de caminos. Bandoleros de un lado para otro en Granada. Un torbellino de dorsales al viento, sin el criterio de un equipo poderoso que pudiera ordenarlo. El intenso calor, que se adentraba hasta el tuétano y todo lo carbonizaba encendió la cita en un territorio repechero, cincelado para promover ataques y penalizar la contención.
En ese ecosistema, de supervivencia, en una carrera de eliminación, se desató la locura propia de las citas sin dueño, donde la cabeza parecía un asunto aleatorio que dejó a Iván Romeo y Fernando Barceló en pie después de deshacerse de José Félix Parra en la ascensión a Los Blancares, que era un fundido a negro porque la señal no alcanzaba.. Brilló el diamante de Romeo. Luz cegadora la suya. Lejos, a solas con su figura egregia, el vallisoletano festejó su conquista. Romeo toma Granada.