Recién levantado el Tour de Romandía en su cuarto acto, se estiraba el día soleado, aún con las legañas, y las prisas en un paisaje alfombrado en verde. Ideal para fijar el norte de la brújula de Stefan Küng, un gigante, un rodador extraordinario.
El suizo, excelso contrarrelojista, se puso en pie en cuanto sonó el despertador junto a Mollema, Bayer y Artz, a los que fue liquidando con su ritmo vehemente, sólido y sostenido.
Küng, alto como un rascacielos, 1,93 metros, 83 kilos, un peso pesado, boxeó los kilómetros con ímpetu y un paso marcial del que se desprendieron los que fueron sus colegas de aventuras. Se quedó el suizo a solas consigo mismo, una situación que no le provoca ansiedad.
Habitante de las cronos, morador del tiempo, Küng disfruta de esa soledad que a otros desespera porque se aburren de ellos mismos. Decidió medirse a todas las fuerzas del pelotón en un esfuerzo hercúleo.
No alteró el paso y ofreció una clase magistral sobre la capacidad de rodar y la estética del pedaleo, formidable su estampa en unos paisajes bucólicos y pastoriles.
Cabalgada de Küng
Küng completó una estupendo plano secuencia en su fuga a ninguna parte. Disfrutó del viaje y del camino. El plan ideal. El suizo contó con una sonrisa dos de los pasos por el final de Cossonay.
El definitivo no estaba diseñado para él, esperaba reservada para otra tipología de ciclistas, con más empuje en pendiente. El suizo arrió su bandera después de 170 kilómetros de cabalgada.
Estiró la espalda y el pelotón le palmeó el esfuerzo antes de encarar la subida, algo más de dos kilómetros con una pendiente media fijada en el 5,6%.
En ese hábitat, Jay Vine pasó el rodillo para anotar otra victoria más en el palmarés del UAE, cuya sala de trofeos no para de crecer. Este curso acumulan 36 victorias, un disparate.
El australiano, el hombre que vino del rodillo, se agitó en el momento exacto mientras los jerarcas cruzaban las miradas para interpretar el futuro y tratar de averiguar quién sería el primero en revolverse.
Mientras discutían sobre la nada, Vine se fue a por todo y obtuvo su novena victoria, la tercera de la presente campaña, por delante de Lenny Martinez, que aceleró tarde, y Joao Almeida, su compañero, que toma posiciones para lo que le resta al Tour de Romandía, la gran etapa de las montañas, y la crono de cierre.
El líder, Baudin, llegó en el pañuelo de los favoritos, tan pendientes de los asuntos futuros que descuidaron el presente. La oportunidad que encauzó la conquista de Vine, que sabe que las oportunidades hay que perseguirlas con obstinación. Aunque se asemeje a una carrera infinita.
Del rodillo al profesionalismo
Vine fue campeón de una aplicación para correr sobre el rodillo durante la pandemia. El australiano se ganó así un contrato profesional con el Alpecin. De lo virtual a lo real. Del rodillo al profesionalismo.
Derribado el mito de que uno solo puede convertirse en ciclista profesional después de haber completado el ciclo formativo establecido. Los equipos escudriñan y rastrean otros escaparates sin rubor alguno.
No hay límites, menos aún en la era de la tecnología y del big data, donde los ciclistas se han convertido en un patchwork de cálculos y datos desmenuzados por expertos en rendimiento.
Se imponen las matemáticas a las sensaciones. La prosa a la poesía. El ciclismo, interpretado a través de los potenciómetros, es una hoja de Excel.
Tour de Romandía
Tercera etapa
1. Jay Vine (UAE) 4h03:35
2. Lenny Martinez (Bahrain) a 2’’
3. Joao Almeida (UAE) m.t.
General
1. Alex Baudin (Education First) 12h45:30
2. Junior Lecerf (Soudal) a 5’’
3. Lennert van Eetvelt (Lotto) m.t.
Una cuestión numérica en gran medida. Eso posibilita la conversión de lo virtual en real a través de una plataforma de entrenamiento virtual donde miles de corredores pueden interrelacionarse y competir entre sí en distintos parajes simulando etapas absolutamente reales, calcadas de los recorridos de las carreras.
el programa informático ofrece la posibilidad de correr etapas auténticas desde una bici estática. Traslada las características del terreno por el que transita el usuario al rodillo y transfiera la dureza del mismo. Eso obliga al ciclista a trasladar su esfuerzo, muy próximo a la realidad, sobre el programa, que lo desgrana en datos.
La información obtenida sirve para hacer un retrato robot del usuario. Los datos, salvo el espacio siempre existente para las genialidades y lo inopinado, lo son todo ahora.
Se han convertido en una herramienta perfecta para conocer al detalle el potencial físico de los corredores y para secuenciar el rendimiento. Bien lo sabe Vine, que pasó el rodillo.