El calor sofocaba. Lanzallamas. Provocaba asfixia. En el Alto de la Cruz Verde, carretera ancha, no había refugio para el sol, un clavo ardiendo tras otro. Aplastados los rostros, derretidos, agobiados. La fatiga, extrema; la deshidratación, en cada poro de la piel. Los aplausos, al menos, daban alimento camino de San Lorenzo de El Escorial que saludó el final con un repecho empedrado. Nada, ni el abismo, ni los calambres que le pellizcaron, pudieron con Oier Lazkano, brutalista, rodador excelente, fuerte.
Colosal, el gasteiztarra venció a pedradas el estatal de ruta. Demoledor. Descoyuntó al resto con una actuación soberbia. Monumental. Quería agarrar por la pechera el destino: campeón de España en ruta. Lazkano, plata en la crono, es un ciclista excesivo. Rompe y rasga. Potencia y determinación. Dispuesto a exhibir su enorme caudal de energía, se encaramó a una conquista superlativa.
Ni la bolsa de hielo que se colocó en la nuca para refrescarse, logró enfriar su ímpetu y determinación. Posee una central de vatios Lazkano. No pudo acompañar el hielo a Lazkano, que mordía. Rápido y salvaje, una estampida en sí mismo, masticaba el asfalto. Escupía ambición. Una apisonadora. Atila en bicicleta.
Deforestó el paisaje Lazkano para ampliar su latifundio. Fiel a su manual de estilo. Camina o revienta. La ecuación suele ser que él vuela y el resto estalla por dentro, amilanado ante semejante exuberancia. La deflagración de Lazkano se llevó a todos por delante. Es su manera de correr. Solo contra el mundo. Qué más da.
Corre a dentelladas el gasteiztarra. En tierra de escaladores, Lazkano es un ciclista contracultural. Se ha convertido en un clasicómano. Un talento puro. El alavés posee un motor de gran cubicaje capaz de devorar kilómetros y zarandear de punta a punta a un pelotón entero si se lo propone. No le pudieron seguir ni con prismáticos. Tuvo tiempo de sobra el gasteiztarra, sufriente en el final, para coreografiar su victoria.
Así venció una etapa. Fue un soliloquio en la Vuelta a Portugal de 2020, cuando vestía los colores del Caja Rural. Era un apunte. El primer trazo. El boceto. En aficionados dejó otros. El pasado curso, cuando el Movistar sentía el aliento del descenso acechándole, el alavés ganó una etapa en el Tour de Valonia. Otra pincelada. En A través de Flandes pintó una obra maestra. Magna. Fue segundo tras Laporte, pero se anunció al mundo.
En Boucles de La Mayenne ofreció otro capítulo de su excelencia. Logró una victoria en fuga tras laminar a todos y mantuvo después el liderato. En la Vuelta a Suiza ofreció otros instantes relampagueantes que anunciaban su candidatura a todo en el estatal. Por detrás, Juan Ayuso y Alex Aranburu completaron el podio.
"Me he ido solo y he llegado"
Tras el enorme logro, Lazkano se sentó en el suelo en busca de aire. Necesitaba descansar después de un final en agonía, apresado por la tenaza del calor y del esfuerzo. Bebió agua, sorbió oxígeno y la mueca de padecimiento brotó una sonrisa amplia. “Qué te voy a decir. El equipo ha estado enorme. He ganado yo, pero podía haber ganado cualquiera”, expuso Lazkano, que describió así su triunfo.
La sencillez de los grandes logros. “He puesto mi ritmo, me he ido sólo y he llegado”. Los últimos kilómetros pesaron en Lazkano, que padeció calambres por el esfuerzo y la deshidratación. “Era una lucha para acabar el dolor y el sufrimiento”, dijo.
Romo y Verona, que llevaban todo el día en fuga, pertenecían a un grupo con Oier Lazkano, Gorka Izagirre, Julen Amézqueta, Víctor de la Parte o Urko Berrade. De esa amalgama de dorsales se quedaron fuera los muchachos del Euskaltel-Euskadi, derrochadores tratando de taponar la herida que supuraba segundos.
Se desgañitaban en la persecución. Juan Ayuso trató de generar debate y acelerar. El alicantino, descolgado de la percha, pretendía acelerar el rastreo de los mejores. Una llamada a la insurrección.
Su agitación no encontró colaboración, convertido el estatal en una carrera descarriada, con demasiados intereses encontrados, un punto caótica. Fluctuaba la diferencia entre los 30 y 40 segundos, cerca, pero lejos, la peor sensación. Un limbo en un territorio que no daba tregua. Siempre exigente. Entonces irrumpió el gigante. Todo lo destrozó y se quedó a solas con su sombra. Como le gusta correr. Tronó Oier Lazkano, campeón de España.