Eskorbuto gritó la rabia del punk desde Santurtzi. Fueron rabiosos, subversivos y contestatarios. La banda dejó grabados algunos himnos y el alarido doliente de una generación golpeada por las drogas, el paro y la desestructuración social. Jóvenes a la intemperie en el desierto industrial que se convirtió Ezkerraldea cuando la industria pesada se fue desmoronando, desmantelada. En esos tiempos convulsos, Eskorbuto lideró la furia y el ruido de una juventud desengañada y frustrada.

En Santurtzi aún se recuerda a Eskorbuto como aquellos muchachos que, apaleados por las circunstancias, elevaron el orgullo digno de los incomprendidos. Los acordes de Mucha policía, poca diversión insuflan energía y adrenalina cada vez que se escapan por los altavoces. En la salida de la villa marinera, la música no es punk. Los tiempos, que están cambiando. Lo cantó Bob Dylan.

En un mundo tan homogeneizado todo suena parecido, impersonal y olvidable. El hilo musical de la modernidad. Franquicias de la música, poses de Bowie. Las chapas de la Babcock no compran nada en la Txitxarra. Las palmeras al sol, al lado de la mar, proyectan una postal disruptiva en una jornada que no era una balada. 

Otro triunfo de Vingegaard

El punk en Santurtzi era Jonas Vingegaard, que ganó frente a la comisaría de policía. Poesía. El danés llegó esposado a Mikel Landa. Vis a vis en la Itzulia entre Vingegaard y Landa. Les separan una docena de segundos tras repetir la escena del paredón de Villabona. Clavaron la imagen. El danés, primero. Landa, segundo. A un par de dedos asomó el resto de favoritos, que en la cima de La Asturiana parecían descartados para la Itzulia.

Se recuperaron a tiempo para no salir de la rueda que aún gira para dar con el trono en Eibar. No les resultará sencillo apresar a Vingegaard, un campeón formidable, que evidenció su fortaleza. El danés dispone de más de medio minuto de renta respecto a Gaudu, Sobrero, Izagirre o Mas. Sólo Landa, ambicioso y firme, fue capaz de ponerle los grilletes en La Asturiana, cuando el líder desplegó su potencia y a todos se les escurrió. Dos hombres y un destino: la Itzulia. La carrera, salvo sorpresa, es cosa de ellos. Un asunto íntimo.

Barrenetxea, en fuga

A Jon Barrenetxea le van los trallazos del rock&roll. No puede estar quieto el vizcaino, siempre en movimiento. Hiperactivo. Se fugó otra vez. La tercera en lo que va de carrera. Otra muesca para su cuentakilómetros y sus recuerdos. El rey de la montaña de la Itzulia es un hombre en huida constante. Tres veces lejos del pelotón. Buscando su sitio, lejos del agobio y de la muchedumbre.

Harm Vanhoucke, Jonathan Caicedo, Natnael Tesfazion y Alan Jousseaume se alistaron junto a Barrenetxea, que sabe el camino a las fugas y la libertad. Está acostumbrado. Es un clásico. Solo atado al deseo de seguir avanzando. Su misión: agarrar montañas para sacudirlas y sacarles los puntos de los bolsillos. La hucha para continuar vestido de lunares. Barrenetxea hizo suyos Malkuartu, Santa Koloma y Bezi. 

Velocidad para La Asturiana

El vizcaino y sus acompañantes disfrutaron de una buena renta mientras en el pelotón el Ineos pensaba en honrar a Omar Fraile en su pueblo y el Jumbo cobijaba a Vingegaard, líder de la Itzulia. Leemreize, uno de los cuidadores del danés, se fue al suelo junto a Grossschartner. La fuga saludó el primer paso por Santurtzi a través de la contrameta para salir al encuentro de La Asturiana, que esperaba la agitación de los favoritos, con las orejas tiesas en cada cuesta que brota. Era una despedida para los escapados.

La subida al puerto, dura en su primera mitad, con herraduras de cuellos levantados y mentón desafiante, era el neón de la etapa. La luz que atraía a los mejores. Mikel Landa encolumnó a los suyos. Vingegaard también situó a sus corceles en posición. Gaudu repitió la orden. Lo mismo que Enric Mas. Izagirre tampoco perdió detalle. Omar Fraile, diseñador de la etapa, hijo de Santurtzi, se fijó en los tacos de salida. Alta tensión en la aproximación a La Asturiana. Lucha por la colocación. Velocidad.

Lucha por las bonificaciones

El esprint para subir montañas. El ciclismo que rompe la barrera del sonido. Más cuando se rebañan la bonificaciones que suponen una comilona en carreras que dependen de cualquier miga. Mas trató de sorprender en el esprint bonificado de Larigada. Alertó a Vingegaard que se disputó los tres segundos con Izagirre. El líder recogió el botín. El de Ormaiztegi sumó dos segundos. En La Astuarina, Chaves y Carapaz abrían la comitiva. Vingegaard se prensó a ellos. Gaudu era la sombra del danés. Carapaz se inquietó. 

Landa responde al líder

El gesto del ecuatoriano puso en órbita al danés. El líder no titubeó. La mejor defensa es el ataque. “Me sentí bien y decidí atacar”, analizó. A todos los zarandeó el danés. Sólo Landa, en su mejor versión, se sostuvo ante el estacazo del líder, exuberante. El de Murgia surgió de la nada y se tachonó al danés en la zona más exigente del alto. El resto se desprendió. Gaudu, a pecho descubierto, Mas e Izagirre perdieron contacto, asfixiados por el ritmo del líder, pletórico, que se olvidó de todos. Salvo Landa.

Después de remolcar al alavés, ambos hablaron en Peñas Negras y se lanzaron en el descenso de La Arboleda, con una zona inquietante. Vingegaard y Landa contaban con un racimo de medio minuto a favor mientras se desgañitaba el grupo de Izagirre, Gaudu o Mas. En el callejero de Santurtzi, en el OK Corral, en el repecho, Vingegaard desenfundó otro triunfo por delante de Landa, que no pudo remontar al danés, más rápido. La carrera vasca es el vis a vis entre el líder y el de Murgia. Vingegaard y Landa se quedan a solas en La Itzulia.