Seis. Seis son las puertas que hay que atravesar para entrar al Centro Penitenciario de Araba. No son de ese metal oxidado y ruidoso en el arrastre que el cine y la televisión se encargaron de incrustar en el imaginario social. Pero sí son tan pesadas e imponentes como cualquiera pudiera sospechar. Ninguna se abre hasta que no se cierra la anterior. Y todas se mueven con una lentitud solemne. Como si supieran que ahí dentro el tiempo tiene otra métrica. Por eso, cada puerta atravesada es una declaración tácita de que la libertad va quedando atrás. Cada vez más lejos. Remotamente fuera. Con todo, al llegar al patio llama la atención el baño de colores. Las instalaciones pintadas de naranja, amarillo o verde le dan a la prisión un aire universitario, de campus cosmopolita. Sin embargo, el muro exterior de hormigón grisáceo -levantado unos diez metros y culminado por brillante concertina- evoca constantemente al lugar en el que estás. Devolviendo a los reclusos a la realidad.

Es miércoles, aunque en el patio de la cárcel todos los días de la semana parezcan iguales. Qué diferencia puede haber entre un martes y un domingo. Al fin y al cabo, un Centro Penitenciario está lleno de clichés y, sobre todo, de aburrimiento. Y para extinguir ambos, el Gobierno Vasco trata con muchísimo mimo el programa “Rugby como transformación social”. Una actividad que pretende que el deporte del oval sea una herramienta a través de la cual los internos puedan crecer gracias a la transmisión de sus buenos valores. Porque el rugby es un deporte de contacto, sí. Muy físico, también. Pero también es una de las disciplinas más inclusivas y solidarias que existen. Eso es lo que defienden a ultranza el Getxo Rugby y el Gaztedi. Ambos clubes atraviesan todos los miércoles a las 17.00 horas las puertas de los Centros Penitenciarios de Bizkaia y Araba, respectivamente, para transmitir religiosamente su amor por el oval.

Son casi 60 los reclusos que semanalmente se ponen a sus órdenes en lo que sería un entrenamiento de rugby adaptado a las circunstancias y la logística de la cárcel. No hay césped, sino hormigón o pavimento. Tampoco hay ni melés ni ensayos, sino pases a manos y algunos juegos. Pero es que para estos 60 internos el oval no es un balón con el que jugar, sino una bocanada de aire del exterior. Una excusa para moverse y relacionarse con una minúscula parte del mundo que sigue girando fuera. Una forma de derretir, o al menos de permeabilizar, su enorme frontera de hormigón.

Steven y Juan, dos internos amantes del rugby. Pablo Viñas

Los internos Juan y Steven

“El rugby nos enseña compañerismo y autrocontrol”

En el Centro Penitenciario de Araba hay más de 50 internos apuntados en el programa. Y ninguno se parece al de al lado. Hay gente mayor y hay chavales, hay hombres y mujeres, flacos y fuertes, hábiles y torpes… y autores de delitos muy dispares. Pero cada miércoles a las 17.00 horas tienen una cosa en común: el rugby. Por eso, Juan y Steven, dos reclusos entrenados por Gaztedi, reconocen a DEIA que el oval les ha cambiado la estancia en prisión. Ninguno de los dos había tocado antes uno, ni había visto un partido completo por televisión; pero gracias al trabajo de Alazne y sus compañeros de Gaztedi, el rugby tiene ya dos enamorados más. “Es un deporte que me encanta porque es muy activo y me gusta la adrenalina, así que cumple con mis expectativas. Además, los profesores son muy buenos y tienen mucha paciencia para enseñarnos porque algunos nunca jugamos y somos muy torpes”, explica Steven. A su lado, Juan asiente y saca también sus propias conclusiones: “En el rugby hay normas y en la vida también. En el rugby cada vez que fallas te levantas y en la vida también. Nos demuestra que aunque cometamos errores podemos seguir adelante, que es posible el autocontrol”. Y es que este último recluso reconoce que aunque existen mucha oferta deportiva en el Centro Penitenciario, escogió rugby porque hay “mucho compañerismo”.

Por eso, puede que Juan y Steven comenzaran en este programa para “ganar puntos que tienen en cuenta para los permisos”, pero ahora ya sudan este deporte más de un día a la semana. “He estado leyendo un libro sobre la creación del rugby, su historia… Porque hago rugby para salir de la rutina, para ver compañeros que no están en mi módulo, para compartir las experiencias y las vivencias de cada uno porque cada uno está aquí por una cosa diferente… Pero ya me interesa este deporte”, dice el primero. Mientras que Steven va más allá y se ve formando parte de Gaztedi cuando salga de prisión: “A como se juega aprendí aquí dentro y todo lo que sé es por estar aquí dentro, pero cuando esté fuera sí que tengo pensado pedirles la dirección para seguir practicando”.

Solo por eso, por hacer que los internos remen hacia un futuro fuera del Centro, a Alazne ya le merece la pena su trabajo: “El rugby te da valores como el esfuerzo y la constancia y nosotros lo usamos aquí como un medio para comunicarse. No queremos ser un equipo deportivo, queremos que ellos gestionen lo aprendido aquí y lo puedan amoldar a su día a día cuando lo necesiten”.

Aitor Arri, del Getxo Rugby

“Nunca imaginé que iba a jugar a rugby en un patio de prisión”

La primera vez que Aitor Arri entró al Centro Penitenciario de Bizkaia cargado con una bolsa llena de balones fue el pasado 28 de diciembre. Día de los inocentes. El técnico del equipo inclusivo del Getxo Rugby llevaba mucho tiempo trabajando para llevar el oval a la cárcel de Basauri, pero no lo consiguió hasta ese día y gracias a la ayuda de Bitartesport. Desde entonces, todos los miércoles Arri tiene una cita con unos quince de reclusos que se esfuerzan por entender un deporte que nunca antes habían probado: “Les motiva mucho porque para ellos es algo diferente. Nunca imaginé que iba a jugar a rugby en un patio de prisión”. Con todo, el técnico getxotarra reconoce las limitaciones que existen en un sitio como la prisión: “Entrenamos en las instalaciones que hay: un patio formado por un campo de futbito, dos de baloncesto y un frontón. Obviamente hacemos solo ejercicios con balón, no placamos porque hacerlo en suelo de hormigón tendría sus consecuencias. Hemos adaptado la actividad al cemento y usamos el balón. La acogida ha sido muy positiva”. Y es que, como Arri explica, el rugby ayuda a los internos “a evadirse porque están en un lugar donde tampoco hay mucho más que hacer. Al menos en la horita en la que estamos se olvidan de todo lo demás”.

El entrenador aurinegro lleva ya casi dos meses entrando al Centro Penitenciario, pero todavía recuerda la impresión que se llevó la primera vez que cruzó sus muros: “Entrar ahí es entrar a otro mundo. La primera vez que vi el patio fue chocante, entrar por esa puerta fue de otro mundo”. Sin embargo, ahora Arri solo tiene palabras positivas de su experiencia en prisión: “Sabía que se había un proyecto en marcha en Araba con Gaztedi, así que lo propuse y el Gobierno Vasco dijo que sí. Estoy muy contento por haber podido unir una vez más el rugby con la inclusión, que son mis dos mundos”.

De esta forma, al igual que ocurre en la prisión alavesa, en Basauri también ha arraigado el rugby: “A alguno que le queda poca condena quiere participar en el club, quiere seguir vinculado al rugby. Y con que solo uno de ellos lo haga, habremos ganado todos”.