A Sam Bennett el curso le pesaba, preso de su reciente pasado. Arrastraba una cruz. El irlandés, que salió del Quick-Step por la puerta de servicio y de malas maneras, enfrentado al patrón Patrick Lefevere, que le vino a decir que era un don nadie si no fuera por su manada de lobos, el Wolf pack, le consumían los nervios. Bennett, 58 victorias en su palmarés, se sabía rápido. Es un esprinter. Guepardo. Sucedía que le cojeaba la confianza, extraviada junto a los recuerdos de las victorias en la oficina de objetos perdidos. Eso le preocupaba. No había perdido la chispa, pero la tenía apagada. Los velocistas son bombas de músculos, centrales de energía y exuberancia que necesitan ser detonadas para liberarse.
La espoleta de Bennett la reactivó la Vuelta, una carrera que le sienta muy bien. Le da suerte. Tanta felicidad le ha concedido, que hasta cuando la prueba acampa en los Países Bajos, Bennett siente que regresa a los buenos tiempos, a la dicha. Con la confianza empujándole, el irlandés alcanzó el triunfo en Utrecht, donde el Jumbo cambió de líder y el maillot rojo se lo quedó Mike Teunissen tras ser cuarto en el esprint. El liderato cambió de cara pero se mantiene en el mismo guardarropa, en el del Jumbo, a la espera que se lo enfunde Roglic, que representa como ningún otro la tradición de la Vuelta.
AZPARREN, EN FUGA
Costumbrismo es Xabier Mikel Azparren, un hombre a una escapada pegado. No se entiende una fuga sin la presencia del donostiarra, que tiene imán para las aventuras. Azparren y un petate buscando la carretera es puro costumbrismo, como lo son las terrazas en verano, la cerveza, la arena, la sombrilla, la siesta, las fiestas y la mar. También los distintos tonos de moreno, el pantone del sol que ennegrece a unos, tuesta a otros y enrojece a muchos.
Un pelotón de cuerpos al sol que siempre se pregunta el porqué de la existencia de las pieles sepias, ajenas al tueste y a la tradición estival de agarrarse al sol. En los Países Bajos, que respiran y evitan ahogarse por el entramado de diques, canales y los extraordinarios logros de la ingeniería civil, palpita la Vuelta en un baño de masas al sol.
Azparren, pintado del naranja del Euskaltel-Euskadi se enroló en la fuga que abrió la carrera después de la crono por equipos. Acompañó Azparren a Miquel, de estreno en la Vuelta, Guernalec y los anfitriones Bol y Van den Berg. A la fuga le concedieron cierto carrete en la llanura neerlandesa, ojeado el trazado por los molinos, que concedían a la estampa un aire aún más calmo y típico. Una postal. Así transcurrieron un buen puñado de kilómetros hasta que las carreteras se sometieron a dieta, se hicieron más estrechas y los favoritos recordaron que todo aquello no era un paseo.
ROGLIC, ATENTO
Roglic, vestido de verde porque regaló el rojo a Gesink tras el paseo militar del Jumbo en la crono de Utrecht, oteó el horizonte. La vista del esloveno alcanza hasta Madrid. Sabe dónde hay que mirar. No quiere distracciones. Por eso, aún cuando la fuga estaba sentenciada y el gran grupo jugaba con ella, subrayó su presencia protegido por su guardia de corps. Por delante, el Alpecin, que deseaba el esprint, determinó el paso. En la fuga, que no tenía futuro más allá construir castillos en el aire durante unos kilómetros, la emoción la elevó un paso de montaña, que en realidad no lo era.
No existen en los Países Bajos. Era una distopía de cuarta categoría. En la cuestecilla, una tachuela en la planicie, Van der Berg hizo el agosto. Se subió a la joroba de un respingo. Ese impulso era el muelle necesario para acceder al podio. Rey de la montaña. El neerlandés que subió un peldaño y bajó una montaña. Un palmo después, la fuga ya no lo era y el sonido era el de la protesta de los agricultores y ganaderos. Hicieron sonar las bocinas de sus tractores desde la cuneta.
Deglutida la escapada, la calma se instaló como estilo de vida. Hamacado el pelotón. Tiempo de cháchara. Floris de Tier quiso convencer a Rohan Dennis para que este tirara al menos un rato. El australiano le observó con condescendencia. Aquello le pareció una ocurrencia. Una locura.
LA REFORESTACIÓN DE MATÉ
Ninguna como la de Maté. El marbellí, quijotesco, se apresuró para perseguir su sueño: acumular kilómetros en favor del medio ambiente. A cada kilómetro en fuga en la Vuelta, Maté donará un árbol para reforestar la Sierra Bermeja, arrasada en 2021 por los incendios. El marbellí corría para frenar el cambio climático. “El incendio de Sierra Bermeja del pasado año fue una de las mayores catástrofes ecológicas que ha tenido nuestra provincia, por lo que debemos seguir concienciando a la gente de la importancia que tiene cuidar de nuestro entorno”, dijo el andaluz cuando anunció la iniciativa solidaria.
Maté buscaba un bosque. Una gran idea. La organización de la Vuelta se sumó a la iniciativa del ciclista del Euskaltel-Euskadi. Donó 100 árboles. Maté se adentró con entusiasmo en la zona boscosa del recorrido. Todo tenía sentido. Ante la escasa ambición del pelotón, donde no sobraban velocistas, y el ímpetu de Maté, la Sierra Bermeja recibió 75 árboles por los 25 kilómetros en los que el andaluz rodó en solitario. Los 25 del corredor y otros tanto de su equipo y de la Vuelta. Finalmente, el grupo taló la exigua renta de Maté, dichoso por su donación. Se lo agradecerá el ecosistema de la Sierra Bermeja.
CAÍDA Y ESPRINT FINAL
La etapa tomó vuelo en el pequeño aeródromo, antes se fueron al suelo Poels y dos hombres del Lotto, que atravesó el recorrido. En esa pista ensayó el Jumbo su vuelo raso en la crono por equipos. El esprint intermedio aguardaba en la pista. Se envalentonaron los velocistas para desoxidarse antes de verse en el esprint definitivo. Pedersen fue el más rápido en el ensayo. El pulso se alteró.
Emergieron los nervios. Evenepoel llamó a la rebelión. El belga que quiere saber si está hecho también para las carreras de tres semanas, apretó a los suyos. De inmediato se alinearon las columnas de los equipos de los favoritos. Todos ocupando su espacio. En formación.
Marcha marcial en busca de las arterias de Utrecht entre giros y el rompeolas de gente que aprieta la Vuelta. El mecano del esprint se erizó. Se citaron Merlier, Pedersen y Bennett en una lucha cerrada después del bamboleo de las curvas que llevaban al pelotón de este a oeste en un baile en el que imperó el frenesí, siempre presente cuando las cosas se resuelven a toda velocidad. En ese pulso de pistoleros rápidos, Bennett, recobrada la confianza, redimido, al fin liberado, fue el más certero. Se impuso con autoridad el irlandés, un trébol de cuatro hojas. Bennett se dispara en la Vuelta.
CAÍDA DE VALVERDE SI CONSECUENCIAS
La segunda jornada de la Vuelta en los Países Bajos transitó durante mucho tiempo entre la calma y la contemplación hasta que se activó el nerviosismo que acompaña a los finales al esprint. Entre las calles de Utrecht se aceleró de tal modo la carrera que la tensión creció muchísimo. En ese ecosistema, Alejandro Valverde se fue al suelo, aunque afortunadamente no sufrió consecuencias por la caída. “No ha sido un día tranquilo. Había mucha tensión y una caída al final que no hemos podido evitar. Pero no ha sido nada”, expuso Valverde. Peor fortuna corrió Steff Crass, que tuvo que dejar la carrera tras una caída en la que también se vio envuelto Poels, que pudo seguir en carrera