El par de cantabrones que ilustra la página uno sólo es natural de la tierra. El otro, el más joven de los dos nació con el cambio del siglo en Miranda de al lado, cuando el padre vestía a lo guardameta en el club de Anduva. Ernesto Cabo Dinten salió de Torrelavega buscando un hueco bajo los palos de las porterías del Burgos, Andorra, Zaragoza, Rivadedeva y Mirandés, donde colgó los guantes y se hizo entrenador. En 2010, Carlos Pouso coge las riendas del equipo rojillo y exige exclusividad a su equipo técnico en el que Ernesto ejerce de segundo entrenador; “no cobraba tanto como para dedicarme a ello al cien por cien y cambio de rumbo”, confiesa. A partir de ahí, el pádel cobra principal protagonismo.

Aprendió junto a la bomba Tena, perfeccionó su juego al lado de Barrau en Zamudio y “me hice entrenador a la sombra de Richar, un tipo increíble, mi referente, un maestro”. La práctica y el día a día le exigieron una presencia continuada en las pistas del Bakh y Padeleku y, ocasionalmente, en Miranda. No obstante, en los inicios “jugué muchas veces en el Estadio y la Peña”. No había más. Descubrió el pádel 30 años atrás, cuando volvía a casa cada cierto tiempo, por Navidad y durante los veranos. “Me llevaban mis padres”, me dice. Chicho Cabo, fallecido hace tres años, profesional del fútbol en el Valladolid y Logroñés entre otros equipos y la mamá, Maite, que a sus 76 años acaba de jugar el Torneo de Primavera en el Bakh junto a su nuera Belén, le metieron bien dentro el veneno del deporte a su hijo y, por lo visto, también el placer de jugar al pádel.

El joven que aparece en la fotografía en brazos de su padre es Carlos, algo más golfo que Cabo, pero igual de buen chico “pero mucho mejor jugador” según Ernesto. El mismo torneo que la abuela, lo jugaron juntos ambos padre e hijo, para caer en la final ante Gorka Otxoa y Simal, otros dos buenas piezas del club organizador. El crío empezó pronto con la pala, en edad infantil, pero la prioridad era el fútbol; era portero en el Mirandés, como su padre. Evolucionó rápido junto a otros chavales como Iriondo, Alvarito y Arróniz, alumnos los tres del gran Richar. Siendo adolescente, por lo que fuere se apartó, lo dejó, para volver con fuerza tres años atrás y acompañar a su padre en el equipo de profesores de la Ciudad Deportiva del Baskonia. “Hoy tiene un buen nivel de pádel”, nos dice Ernesto, “está a tope y hasta ha conseguido meterse en la selección alavesa”.

El juego de uno y otro es distinto, “él se guía por sensaciones, es intuitivo y atacante mientras que yo soy más táctico”. Según el mayor “entre los dos formamos el que sería el jugador perfecto”. Por su juego, el padre, admira a Adrián Crespo, “el más completo”, el que podría parecérsele, pero se queda con la manera de entender el juego de Álvaro Rodríguez y de su propio hijo; “son velocidad y atrevimiento”.

Conociendo los gustos y la manera de entender el juego del progenitor, no es difícil de encontrar su jugador preferido de entre los profesionales. Ese no es otro que Fernando Belasteguin. Es un tipo de jugador serio, muy concentrado y “siempre a lo suyo en la cancha. Ordenado, táctico y más práctico que bello”. El maestro de Torrelavega sigue al pie de la letra las buenas enseñanzas de quien mejor se las mostró, el estratega Ricardo Martínez, y la fórmula que a diario utiliza en la cancha el maestro de maestros Belasteguin. Demasiados maestros si sumamos al que esto suscribe.

De entre todos los compañeros con quienes ha jugador en el Circuito Alavés señala a Fraile y Hernáez pero destaca a Clemente; “junto a él los partidos se hacían eternos porque los hacíamos muy duros”; también a Urbina, y cito al pie de la letra: “el maestro era la viva representación de lo que él llama puto pádel”, y me hace recordar que “una vez Monreal y otro nos eliminaron en semifinales de primera”, lo que me sorprende, dicho con sinceridad.

Los Cabo, desde el principio y por muchos años, se han ganado el sitio y todas las loas. Cabos y, al menos uno de ellos, un poco golfo…