- El Giro de Italia mantiene intacta su presencia abrumadora, su espíritu intimidante, ese perfil pétreo e inclemente que se refleja en una dureza que crece efervescente para alcanzar el clímax en la semana final, emparedada la carrera en los Alpes, incrustada en los Dolomitas, para aterrizar en la crono que juzgará al campeón de la carrera en Verona. Antes, tras el periplo húngaro, donde destaca la contrarreloj del sábado, primer medidor entre los favoritos, el Etna servirá como toma de contacto con la montaña. El volcán aguarda tras el traslado a Italia desde Hungría. Esa semana de competición se coronará el domingo, en la novena etapa, con la subida al imperial Blockhaus, que se hollará después de acceder al Passo Lanciano. Los Apeninos situarán la carrera con una jornada dura rematada por un puerto desgarrador: 28 km, 2.038 metros de desnivel y 7,3% de pendiente media.

Probablemente ese puerto determinará quién no está capacitado para vencer la carrera. En la segunda semana de competición, en la que los trazados rompepiernas protagonizarán el pentagrama del Giro, la carrera se enredará en la periferia de Turín con un par de jornadas duras y donde asomará la ascensión a Superga y el Colle della Maddalena en dos ocasiones en una etapa ideada a partir de un circuito. Esas dos jornadas no responden al clásico perfil del tremendismo que abunda en los colosos italianos, pero pueden descartar a más de uno.

La sublimación del Giro, su Nirvana, se concentrará una vez se desprenda la última jornada de descanso. Brotará en todo su esplendor la grande bellezza del Giro, sus monumentales montañas. Es el más hipnótico de los museos. La explosión de cumbres alumbrará una etapa gigantesca. De Saló a Aprica. Un viaje por la memoria del Giro de 1994, el de Indurain hundido en el Valico de Santa Cristina, el del desatado Pantani y el lisérgico Berzin. Como en aquella ocasión, el recorrido se topará con la subida el mítico Mortirolo para verter después las migas de fuerza en Aprica tras encarar el doloroso Valico de Santa Cristina, una cruz. Indurain la arrastró. Coletto Di Cadino, otra montaña que lanza puñetazos, 20 kilómetros de subida, será la antesala con ese encuentro con la historia. En Aprica venció Landa en 2015.

Después de la bacanal dolomítica aparece una etapa compleja, con las ascensiones vinculadas al Passo del Vetriolo y Monterovere, durísima esta última con sus 8 km al 9,9% de media. Un ecosistema idóneo para una encerrona. Kolovrat, asentado en Eslovenia, también morderá. El penúltimo día de competición no concede resuello. Una orgía de dureza extrema con el mastodóntico encadenado de San Pellegrino, 18 kilómetros con un tramo en el que las rampas apenas bajan del 11%. Le tomará el relevo el legendario Pordoi, con sus algo menos de 12 kilómetros y pendientes sostenidas para desembocar en el ciclópeo Passo Fedaia, la Marmolada. 14 kilómetros con una dificultad creciente y una rampa sin fin en sus 5 últimos kilómetros. El desnivel no baja del 11%. La tapponne.

Quien sobreviva a la tortura de las montañas, se la jugará en la contrarreloj de 17 kilómetros en Verona, que plantea una subida en el centro de la misma. Será el final de un Giro extremo y extenuante. Entonces esperan los pétalos de rosa. No conviene olvidar que el emperador Heliogábalo, en una de sus excéntricas celebraciones, ahogó a varios de los comensales de una fiesta con pétalos de rosa que hizo derramar desde los más alto. Del Giro caen montañas que provocan asfixia. l