No siempre lo urgente es lo importante, pero a veces ambos conceptos confluyen irremediablemente. Indisolubles. Pogacar no participó en la Lieja-Bastoña-Lieja porque la vida, lo esencial, es más poderosa que cualquier competición. La suegra de Pogacar falleció recientemente y el esloveno acompañó a su pareja en la tragedia y el luto de la pérdida de su madre. El campeón de la pasada edición de La Decana se centró en dar amparo, compañía y alivio a su familia.

Otras familias se preocuparon cuando el caos atrapó la clásica, que se detonó en una caída tremenda, en bajada, adrenalítico el pelotón camino del Col de Rosier, en la que fueron muchos los doloridos y dañados. Una composición de un paisaje después de la batalla. Nadie está a salvo en la centrifugadora.

Julian Alaphilippe sufrió una grave caída. Romain Bardet, compatriota, persona antes que ciclista, se lanzó a ayudarle. Lo urgente y lo importante en el mismo plano. El campeón del Mundo estaba ovillado, en posición fetal, tras un duro impacto contra un árbol al caer por la cuneta. El parte médico confirmó varias fracturas. La escápula, dos costillas y un neumotórax. Alaphilippe se encuentra estable y a la espera de más exámenes. Su carrera se quedó en la cuneta. "No se podía mover ni hablar, aunque estaba consciente", dijo Bardet. El ciclismo es una trinchera infinita.

De ella salió Remco Evenepoel, compañero de Alaphilippe, que festejó un triunfo grandioso en la Lieja-Bastoña-Lieja. Un Monumento para el tremendo belga, que en otro Monumento, en Il Lombardia de 2020, se destrozó la pelvis en una caída terrible. Abandonó a gatas aquel túnel oscuro y tuvo que quitarse el miedo a los descensos. Reseteó. En Lieja encontró la redención con una actuación soberbia. Renació. "Ha sido el mejor día de mi vida sobre la bici. El día perfecto para estar mejor que nunca. Soy el mejor Remco de nuevo", subrayó feliz.

Fabuloso el belga, que se asemejó al muchacho que logró la victoria en la Klasika de Donostia con una ataque furibundo que nadie pudo responder. En La Decana su sacudida removió los cimientos de la Lieja-Bastoña-Lieja. Enmudeció el resto ante el atronador belga, barnizado el rostro por las lágrimas de la emoción cuando alcanzó su Epifanía.

La suya fue una victoria a lo grande. Valiente, piel de campeón, no esperó a nadie porque quería reencontrarse consigo mismo. A solas. Tras su paso, como Atila, llegaron los otros. Hermans fue segundo y Van Aert, tercero. Valverde, cuatro veces campeón en La Decana, fue séptimo.

NUMEROSA Y PELIGROSA CAÍDA

El Bahrain enfilaba el grupo con el colmillo retorcido. Afilados. Por detrás estallaron ciclistas como pompas de jabón. Una amasijo de carbono, cuerpos en las cunetas y en la carretera pintaban la clásica de negro. Gritos y dolor. El puzzle, quebrado. Alaphilippe, Bardet, Pidcock, Kelderman, McNulty, Wellens, Urán y Lluis Mas, entre otros, cayeron. Bardet se desentendió de la carrera para atender a Alaphilippe, dañado al chocar contra un árbol cuando fue a dar a la cuneta.

Lo urgente y lo importante respiraban solidaridad. El campeón del Mundo perdió el color. Tuvo que abandonar. Valverde, cortado, pudo reaccionar. Mikel Landa, que respiró calma en el carruaje del Bahrain, no entendió demasiado que su equipo siguiera apretando. El alavés quería esperar a los caídos. Él se ha caído demasiado. Le abrazó la empatía.

Varios fotograma después, en la cota de Desnié, Landa se encorajinó. El de Murgia bailó su danza. Jugueteaba Landa, barriendo con esa pose tan suya de este a oeste, abriendo y cerrando el fuelle del acordeón. Miraba y pegaba. Castigaba a todos. Un Ali en bicicleta. Vuela como una mariposa, pica como una abeja. Entraba y salía Landa, una puerta giratoria. Ahogaba y soltaba.

La agitación como método antes del Giro. Brillan las piernas de Landa. Exigencia y sofocos. Valverde vivía protegido por Izagirre, Mas y Verona en La Redoute, la zona cero de la Lieja-Bastoña-Lieja, donde todo empieza 220 kilómetros después. Bruno Armirail boqueaba en el frente. El último de la fuga en pie. Entre los nobles hombreaban Van Aert, Evenepoel, Teuns, Fuglsang, Mas, Landa€

BRUTAL ATAQUE DE EVENEPOEL

Cuando parecía serenarse La Redoute, Evenepoel se disparó. Un cañonazo. Neilson Powless quiso seguirle. Tuvo que arriar la bandera. Demasiado para él. Evenepoel era un puñetazo de músculos contra el mundo. El belga era ruido y furia en la corona de La Redoute. Evenepoel se desató. Desbocado. Mordió a Armirail. No iba a aflojar el belga, dispuesto a todo. Caballo salvaje. Tiene algo de arquitectura del brutalismo Evenepoel, tan concentrado el cuerpo, un nudo repleto de fibras que esconden un motor descomunal. Se ató a Armirail como pudo al rebufo del belga, un bisonte en estampida.

Se asemejó la escena a aquella exhibición exorbitante de Indurain para encauzar su quinto Tour, cuando el navarro desplegó toda su clase y potencia y solo pudo seguirle Bruyneel. El belga no pudo dar ni un relevo, aunque se reservó la victoria. Voló Indurain aquel día y amasó su quinto Tour. Evenepoel no quería acompañantes. Mandó al olvido a Armirail. El pelotón se resquebrajaba. Superó la Côte de la Roche aux Faucons Evenepoel a pesar de la presión que trataba de ejercer Mas para impulsar a Valverde.

Evenepol sufrió en un repecho. Fue el único instante de duda. Se aplanó el terreno y el belga, una apisonadora con el caballaje de un bólido, amasó tiempo a su favor mientras los favoritos se lanzaban miradas de desconfianza. Nunca irían juntos a heredar. A ese clase asuntos, mejor ir solo. Ese fue el camino que eligió Remco Evenepoel, que tomó once años después el testigo de Gilbert, el último vencedor belga, que se despedía de la Lieja-Bastoña-Lieja. Evenepoel se anunciaba: carretera y trueno. Oda al tremendismo. Renacimiento. Monumental Evenepoel en Lieja.