ontra la patena de la fachada del club de sus amores -“son gente extraordinaria”, nos dicen al unísono-, retratados frente al escaparate del pádel mirandés, los hermanos Jon e Imanol Amieva Bolinaga hacen gala de su buen humor minutos antes de meterse en la cancha “y desconectar un rato”. Los muchachos de Pádel Ebro, de 40 y 34 años respectivamente, son deportistas competitivos que no buscan reconocimiento pero se esfuerzan para ser mejores “y jugar un día juntos y en primera”.

El pádel llegó a sus vidas “por casualidad”. Anteayer nadie habría imaginado pistas de pádel en Lantarón, en Argantzun, en Rivabellosa... Hoy en día construyen urbanizaciones con canchas donde antes iría un jardín. Impensable. Marta y Unai, -“los cuñaos”- les regalaron un par de palas y el besugo picó el anzuelo. “Yo pensaba que el pádel era incompatible para un tío como yo que venía del fútbol”, reconoce Imanol, el más joven de los dos; “Jon tiene habilidad para todo... ¡pero yo!”. Jon quedó enganchado enseguida y por vida: “es que este es un deporte agradecido, es sencillo”, explica, e incide, “de cero a seis vas rápido, sí, pero a partir de ahí uno se estanca casi de por vida”, asume resignado.

La pareja estrenó sus herramientas bajo la supervisión de Gonzalo Medrano y Susana Pipaón. Nadie mejor para quedar sujeto de por vida a un deporte que ayer practicaban nobles y famosos y hoy ha llegado al espectro más amplio la población. El pádel se ha democratizado y ha invadido todos los sectores de la sociedad alavesa. En las ciudades, en los pueblos, en las canchas públicas, en las del sector privado... A ver, ¡quién no ha tenido al menos una vez una pala de pádel en la mano! “Quién nos lo iba a decir a nosotros, que hemos quedado enganchados”, reconocen. El pádel es un deporte que te absorbe, “lo aprendes y ya está”. Los de Espejo representan lo que el hoy en día es el pádel: universalidad, representación abierta y democrática, fácil de aprender pero de evolución lenta en cuanto te haces a sus reglas. Un reflejo fiel de un deporte moderno, en línea ascendente socializante.

Jon nació en el 81. Regentó, junto a su familia, la panadería de Espejo. La mitad de Valles Alaveses comía un pan excelente moldeado por sus hábiles manos. La panadería cerró; “ya no soy panadero, soy padelero”, dice, dibujando una sonrisa en la boca. Imanol, del 87, comercial de cercanías, compite poco pero sabe hacerlo. Jugó al fútbol en las inferiores del Glorioso hasta que un accidente de moto dejó todo patas arriba. Dos piernas y una muñeca rotas, y un milagro: “libré la derecha y doy gracias a Dios que aún camino”. Ariño le considera “el Puyol del pádel”, no hace falta explicar por qué. “Es luchador, un superviviente. Cualquiera se hubiera rendido en su caso. Él no. Le van los retos”, opina su hermano. “Mi hermano es un sabio”, dice Imanol de su socio, “es frío y lógico, siempre busca la mejor solución. Cuando toma una decisión es inflexible. Nació para dirigir”. Modestos, realistas, se consideran jugadores “de cuarta” -Jon- y “de la parte alta de los de tercera” -Imanol-.

Sin embargo, a Imanol le tocó jugar una vez en primera, junto a Pablo Fernández, el enfermero, “porque hubo pocas parejas inscritas esa vez”. En la misma cita, supongo, Jon tuvo la oportunidad de pelear con los de segunda al lado de David Diago. Una experiencia casi compartida y especial. “Ojalá un día podamos jugar juntos, lo más arriba posible, disfrutar como unos locos y... ganar, por qué no”. Jugar y competir, “ese es nuestro reconocimiento”, coinciden. Los dos llevan dentro la llamada, el reflejo y el resplandor. El “Shine” del pádel en las entrañas.