l feliz encuentro entre las instituciones vascas y el Tour ha necesitado una paciente y larga elaboración para convencer a los rectores de carrera francesa, un evento que siempre tiene la capacidad de elegir pretendiente. No basta con el reclamo del dinero. El Tour demanda pasión por la carrera, capacidad organizativa y una afición que se vuelque con la Grande Bouclé, entendida en Francia como un monumento nacional vivo. De ahí que la llegada del Tour a tierras vascas se deba interpretar como una conquista sin parangón que comenzó con un primer café. Algunos sorbos dan para grandes historias. En 2016, Juan Mari Aburto, alcalde de Bilbao, y Unai Rementeria, diputado general de Bizkaia, se reunieron con Christian Prudhomme. Javier Guillén, director de la Vuelta, carrera que pertenece a ASO, organizadora del Tour, sintonizó a los interlocutores.

Desde entonces, la Diputación Foral de Bizkaia y el Ayuntamiento de la villa pedalearon en tándem en sigilo de cara al feliz acontecimiento. La etapa de la Vuelta de 2018 que unió Getxo con Oiz en una jornada apoteósica sirvió de tarjeta de presentación para el Tour. Prudhomme supo entonces de la capacidad de organización y, sobre todo, de la pasión del pueblo vasco por el ciclismo. Esas gargantas eran el altavoz perfecto para llamar al Tour a voces.

En realidad lo sintió cuando Roberto Laiseka conquistó Luz Ardiden. Esa imagen se quedó grabada en la memoria de Prudhomme. “El público vasco es espléndido. Vi la victoria en Luz Ardiden de Laiseka. Ese fervor de la afición vasca es único. Es un gran orgullo para nosotros estar aquí. El ciclismo es un vector de emociones. Vamos a estar aquí en el 120 aniversario del Tour”, aseguró Prudhomme en la presentación de la Grand Départ en Bilbao. Pasaron las estaciones. Las negociaciones avanzaban por el Tourmalet de las emociones: jornadas maratonianas que enlazaban los sueños con la realidad. A la mesa del Tour se sumó el Gobierno vasco, que deseaba seducir a un evento colosal. En octubre de 2019, un encuentro entre el lehendakari, Iñigo Urkullu, con el alcalde de Baiona, Jean-René Etchegaray, evidenció las sinergias para atraer el Tour a Euskadi. Etchegaray, sin quererlo, desveló el vínculo. “Gracias a usted, la Grand Départ del Tour de Francia se celebrará aquí”. Aquí es la capital vizcaína.

Bilbao será el punto de ignición de la carrera francesa de 2023 el 1 de julio. Gasteiz se coserá a Donostia el segundo día de competición y Amorebieta será la salida la tercera etapa, que desembocará en Baiona. Solo Donostia, en 1992, tuvo antes el privilegio de ser la Grand Départ, un evento el Tour, cuyo radio de acción alcanza a 190 países y es capaz de acumular 3.500 millones de telespectadores. Solo los Juegos Olímpicos y el Mundial de fútbol, cada cuatro años, tienen mayor poder de convocatoria. Casi 12 millones de espectadores se desplazan para ver pasar al pelotón en vivo. El Tour es colosal. Unas 5.000 personas acompañan a la carrera francesa entre equipos, organización, periodistas, caravana publicitaria y demás personal.

“Son 5.000 personas las que mueve una Grand Départ. Solo desde la organización hacemos una reserva de 1.800 camas en la ciudad en la que estemos. Desde una semana antes de que comience la carrera la gente empieza a llegar. Son entre 5 y 7 noches para 3.000 o 4.000 personas”, expuso Prudhomme en una entrevista con DNA. Se calcula que la Grand Départ tendrá un coste de 12 millones de euros para las instituciones vascas, sin embargo el retorno económico es mucho más importante y se fija en 6 euros por cada euro invertido. “Los estudios que han hecho sobre el retorno económico de las otras Grand Départs fluctúa. Bruselas ingresó 35 millones y Düsseldorf, 63 millones en 2017. (Se calcula que por cada euro invertido, el retorno es próximo a los seis). Se estima que la inyección a la economía local está entre los 30 y los 60 millones”, describió el director del Tour. Euskadi levanta los brazos tras una prodigiosa carrera. Meta. Del café de Bilbao al champán París.