- Fagocitado el WorldTour de 2021, convergen en Tadej Pogacar, apenas 23 años, las pieles de todos los grandes campeones que fueron. Sus logros, indiscutibles, le subliman en el pedestal más alto. Cierra el curso con la reválida del Tour de Francia, dos Monumentos, Lieja y el reciente Il Lombardia, la medalla de bronce en ruta en los Juegos Olímpicos de Tokio, la Tirreno-Adriático y el UAE Tour. Nadie a su edad sumó tanto anteriormente. Ni el grandioso Eddy Merckx, el Caníbal, el ciclista de todos los tiempos, logró semejante oropel a la edad del prodigioso esloveno. Es pronto todavía para conceder a Pogacar un horizonte semejante al de Merckx. El esloveno vive el momento con la exuberancia de la juventud, pero es indudable que corre hacia la leyenda. “Simplemente me gusta andar en bicicleta, ir a carreras y darlo todo. No pienso en si hago historia o no, simplemente disfruto. No pienso en lo que va a ser. Simplemente disfruto el momento”, dijo Pogacar tras su victoria en Il Lombardia. El deleite del esloveno, un muchacho que disfruta con la música rap o el trap, ajeno al personaje de su grandeza, es una delicatessen después de la era computerizada de Froome, del tren de las ganancias marginales del Sky y su heredero, el Ineos. Conecta Pogacar, bicampeón de la Grande Boucle, con los campeones antiguos que nunca midieron, que no dudaron, que se lanzaron a la aventura por el mero hecho de descubrir sus límites y alcanzar la gloria. Un camina o revienta.
No se le conoce al esloveno un ángulo muerto, un poro por el que pueda agrietarse. Es extraordinario bajo cualquier análisis. Competidor voraz, atrevido y valiente, es resolutivo en todos los escenarios; desde las cronos, de ahí emana su primer Tour y la exaltación del segundo, rubricado con un ataque para la posteridad camino de Le Grand-Bornard, hasta la alta montaña pasando por su potencia en el llano y su chispa al esprint. “Para ser competitivo hay que ser bueno en todo. También ayuda eso en las grandes vueltas, donde puede pasar algo todos los días. Preferiría correr las tres grandes, pero eso no es posible”, explica el esloveno, al que no se le atisban límites en el corto plazo. Pogacar echa el cierre a la campaña con 13 victorias y logros sobresaliente de punta a punta. Campeón en invierno, primavera, verano y otoño. Del prólogo del UAE Tour al epílogo de Il Lombardia tras abrazar su segundo Tour.
Similar estatus enmarca a Primoz Roglic, el único ciclista que es capaz de medirse en las distancias cortas a Pogacar, su compatriota. La campaña de Roglic merece otra alta distinción. Campeón de la Vuelta por tercera vez consecutiva, también se embolsó el oro olímpico contrarreloj, la Itzulia o la Milán-Turín. Almacenó trece victorias en su despensa. Excelso competidor, únicamente la dura caída en la tercera etapa del Tour le privó de un pleito estrecho con Pogacar. Nunca se sabrá qué pudo ser, pero la promesa de un debate magno sobrevoló el comienzo de la carrera francesa, donde hombrearon en cada pulgada. Roglic tuvo que dejar el hexágono dolorido, pero supo reconstruirse como hiciera un curso antes tras la devastadora derrota en el Tour.
Se repuso el esloveno para bañarse en oro en la contrarreloj olímpica y retener después el trono de la Vuelta, que dominó con enorme solvencia. Además, para el memorándum de la carrera dejó un triunfo apasionante en los Lagos de Covadonga tras una fuga compartida con Egan Bernal durante 60 kilómetros. Ese día Roglic gritó su alegría: exultante, liberado. A la conquista de la Vuelta se le ha de añadir la captura de la Itzulia tras una trepidante actuación en la etapa de cierre, cuando Roglic, por delante, y Pogacar, persiguiendo, mantuvieron un pulso emocionante. Ambos mostraron su carácter de campeones. Nunca se vencieron. No cejaron. Refractarios a la derrota. Siempre dispuestos para la pelea. No saben correr de otra manera. Ganar o ganar. Incluso en un día aciago en la clausura de la París-Niza, que dominaba con autoridad tras obtener tres etapas, Roglic supo digerir la derrota. Dos caídas le dejaron sin el oropel, pero él continuó pedaleando. El amor propio, el orgullo y el respeto hacia el público y el ciclismo impidieron que se retirara. En los peores escenarios, Roglic siempre emerge. Es el principal adversario de Pogacar.
Emparejados Pogacar y Roglic, inaccesibles para el resto, la campaña deja la recuperación de Egan Bernal. El colombiano que conquistó el Tour de 2019, antes de la explosión de los eslovenos, se rehabilitó en el Giro de Italia después de meses dolientes por problemas derivados de la espalda. La carrera italiana sirvió de bálsamo para Bernal, otro ciclista valiente, capaz de atacar de lejos. Eso le cose a los eslovenos magníficos. Excelente escalador, Bernal atesora un Tour y un Giro en su bodega de carga, pero da la impresión de que la que podía ser su era, más si cabe incrustado en el dominante Ineos, es la época de Pogacar y Roglic. En la campaña también sobresalió el espíritu indomable de Carapaz, tercero en el Tour y campeón olímpico en ruta. El ecuatoriano es otro ciclista que vive el ciclismo de rompe y rasga, el lenguaje que prevalece en los últimos cursos, donde se ha impuesto una nueva manera de enfocar las carreras, más ofensiva, menos especuladora.
En ese contexto no solo se libran las pujas de las grandes vueltas. El estilo se ha entrometido hasta el tuétano de cualquier competición, donde está prohibida la relajación. Se compite por cada baldosa del terreno en todas las circunstancias. Ese lenguaje de asalto también estimula a Wout Van Aert, otro de los grandes nombres del año. El belga finaliza la campaña con 13 victorias, el mismo número que Pogacar y Roglic, si bien pertenece a otro árbol genealógico. Van Aert ama competir. Con esa filosofía fue capaz de doblar la bisagra del Mont Ventoux en el Tour en una victoria vigorizante. Después venció la crono de cierre de la Grande Boucle y el esprint en los Campos Elíseos de París. Además, obtuvo la plata en los Juegos Olímpicos en la modalidad de ruta. Logró el Tour de Gran Bretaña, donde amasó cuatro etapas y fue segundo en la general de la Tirreno-Adriático, donde sumó un triunfo parcial.
Mathieu Van der Poel, adversario fiel de Van Aert desde el barro del ciclocross, donde se han medido tantas veces en un choque galáctico, es fiel apóstol del tremendismo. Ganador de dos etapas en Suiza y en los caminos de tierra blanca de la Strade Bianche, el neerlandés sumó dos etapas en la Tirreno-Adriático. Una de ellas en una jornada para enmarcar. En medio de la tormenta, el nieto de Poulidor cabalgó con furia. Le persiguieron Pogacar, que fue segundo para subrayar su liderato, y Van Aert. El choque de estrellas fue un big bang. La actuación de los tres quedará grabada en el arcano de los recuerdos como uno de los grandes días de ciclismo del año. Ahí también encaja la París-Roubaix de Sonny Colbrelli, campeón de Europa. Van der Poel fue líder del Tour tras una victoria tremebunda en el Mûr-de-Bretagne. Disfrutó el neerlandés del amarillo del Tour. Lo mismo que Julian Alaphilippe, vencedor de la etapa inaugural. El francés brindó con champán, la bebida de los campeones. El galo, al que le entusiasma el ciclismo de combate, no se bajó del arcoíris. En el Mundial de Flandes revalidó su corona. Otra vez rey del mundo. Alaphilippe también alcanzó la victoria en el Muro de Huy. Además sonrió en la Tirreno-Adriático, donde ganó una etapa. Esa carrera la dominó Tadej Pogacar, el campeón de todas las estaciones del año.
Clásica italiana. Concluido el WorldTour el pasado sábado con la disputa de Il Lombardia, testigo de la exhibición del portentoso Pogacar, aún le restan algunas competiciones menores a la campaña ciclista que pondrá pie en pared el 24 de octubre. Entre esas citas, Alexey Lutsenko logró su segunda victoria de la temporada en la Coppa Agostoni. El kazajo, de 29 años, no había vencido desde que lo hiciera en una etapa del Dauphiné. Lutsenko encontró su segunda victoria de año en Lissone. El ciclista del Astana derrotó en el esprint final a Matteo Trentin. Ambos tomaron la cabeza de carrera a falta de seis kilómetros. En la disputa se impuso el kazajo. El Movistar echó el cierre de la campaña en la clásica italiana.