- Los pies de Asier Martínez (Zizur, 2000) solo se despegan del suelo cada vez que suena el disparo de salida en el tartán. 110 metros en los que vuela. Siempre de menos a más. Pero fuera de la pista, la cabeza vuelve a la tierra. Pese a su juventud, el vallista navarro tiene muy claras sus ideas. Acaba de vivir un año frenético, repleto de éxitos personales, pero mantiene intacta su forma de afrontar los retos. Sin ninguna prisa ni obsesionarse demasiado por las marcas futuras. Esa es una de las claves que le ha permitido explotar esta temporada y vivir su momento álgido en los Juegos Olímpicos, cuando consiguió clasificarse para la final y acabar en sexto lugar, demostrando que es mucho más que un atleta con un futuro enorme. También hay que tenerle muy en cuenta en el presente.

Ahora que ya esta de vuelta, ¿cómo analiza su experiencia en los Juegos Olímpicos de Tokio?

—Ha sido un sueño. Queda muy tópico decirlo y es algo que suena mucho, pero no se aleja para nada de lo que realmente siento. Estar allí, disfrutar de otros deportes, vivir el ambiente y ver a grandes estrellas del deporte de otros países, que no los había visto más que en televisión, y convivir con ellos, ha sido un sueño. Como deportista, el poder vivir lo máximo a lo que se puede aspirar en el deporte, más concretamente en el atletismo, para mí es todo.

Además, las cosas le salieron muy bien en lo deportivo.

—Así es. Las experiencias deportivas cuando más se aprovechan es cuando salen bien. Se dice que hay que ir a disfrutar, pero se disfruta cuando las cosas salen bien. En mi caso así fue. Fui pasando rondas y cada vez me veía mejor. En la primera ronda me sorprendió ganar la eliminatoria teniendo a grandes figuras en las calles laterales, como Daniel Roberts al que he seguido desde siempre. Para mí eso lo fue todo e iba disfrutando poco a poco en esas doce horas que tenía entre una carrera y otra. Eso dificultaba la asimilación de lo que estaba haciendo porque fue todo en tres días, una competición muy intensa.

¿Qué le pasó por la cabeza cuando se vio en una final olímpica?

—Realmente, aunque no lo crea la gente, estaba relajado. No me lo creía, si ya de por sí estaba viviendo un sueño, estar en una final olímpica para mí lo era todo. En general cualquier atleta tiene mi respeto y si es olímpico tiene mi admiración. Pero finalistas olímpicos son pocos y para mí era lo máximo y lo sigue siendo hoy por hoy. Había pasado ese punto álgido de tensión y en la final estaba muy tranquilo.

¿Cómo vivió la carrera nipona desde dentro?

—Por lo general, fue una carrera buena desde el principio. Sí que se vio que los contrincantes salieron mejor, como Pozzi, que en la tercera valla ya me sacaba un metro y medio. Pero también hay que poner en contexto la carrera. Hay que saber que los que salen al lado tuyo son verdaderos caballos y que si de normal ya puede haber una pequeña diferencia entre sus primeras vallas y las mías, en este caso mucho más. Entonces, tenía un inconveniente psicológico de ver la carrera más a largo plazo, sobre todo mirar a esa segunda parte que suele ser mi fuerte. Tenía que tener paciencia y no agobiarme pese a ir algo por detrás en las primeras vallas.

Y ahora se ha convertido en el sexto vallista olímpico.

—Suena muy bien. Aunque muchas veces peco tener un poco lo que se llama el síndrome del impostor, de no creer lo que estoy haciendo y, hoy por hoy, lo siento mucho.

En uno de sus intentos fallidos de lograr la mínima reconoció que obsesionarse con ella le había jugado una mala pasada. ¿Esa experiencia fue clave para lograr todo lo que vino a continuación?

—Sí, al final se aprende de cada mala competición y para que haya buenas competiciones tiene que haber malas antes. Vi cómo en una competición no había podido rendir bien y había que buscar explicaciones. Una de ellas era esa. Obsesionarme o presionarme de manera negativa impedía sacar lo que realmente tenía en las piernas.

¿Siente más exigencia de cara a las futuras competiciones?

—No hay que ser excesivamente exigente con uno mismo y menos ahora. Desde pequeño y desde que comencé en el atletismo me han enseñado que hay que ser ambicioso, pero no injusto con uno mismo. Ahora toca asimilar y disfrutar lo que he conseguido, creérmelo, porque es algo que tengo que mejorar. Luego ir poco a poco definiendo los objetivos a corto plazo, que es lo que me ha funcionado.

Entre esos futuros retos aparece un ciclo olímpico más corto de lo habitual.

—Hay menos tiempo pero no soy de los atletas que hacen ciclos de dos o tres años y no me preocupa mucho eso. Aunque el año que viene será movidito. No tenemos unos Juegos, pero tenemos un Mundial, el Europeo de Múnich... será movido e intentaremos estar a un buen nivel.

Objetivos impensables hace dos años, ¿verdad?

—Hace dos años estaba rezando por participar en un Europeo de mi categoría, por lo menos tomar parte en él. Ahora me toca ser agradecido con todo el mundo, con quién me ha llevado hasta aquí y ser justo conmigo mismo.

¿Qué importancia tiene su entorno en esta evolución?

—En general, para cualquier deportista, influye mucho el entorno en el que se desarrolla, pero en mi caso ha sido determinante. El entorno es lo que me ha ayudado a desarrollarme como atleta y como persona. A mi entorno se lo debo todo. Le debo como soy y en este caso esta victoria en el atletismo. Como persona soy quién soy por mi entorno y como deportista lo mismo.

¿Sintió su apoyo desde la otra parte del mundo?

—He mantenido mucho el contacto con ellos. He estado continuamente comunicándome pese haber una diferencia de siete horas, lo que dificultaba esa comunicación. En ningún momento me he sentido solo y diría que he estado muy apoyado. También hay que saber con quién hablar en cada momento, pero a mí me aporta mucho y mas en un momento de tensión como puede ser un previo de una competición.

“Lo de Tokio ha sido un sueño. Queda muy tópico decirlo y es algo que suena mucho, pero no se aleja de lo que realmente siento”

“El entorno es lo que me ha ayudado a desarrollarme como atleta y también como persona. A mi entorno se lo debo todo”