asOlimpiadas nunca tratan solo de deportes", escribió George Packer. Detrás de cada cita olímpica se esconde un momento histórico y sus peculiares circunstancias. Los Juegos de Tokio 2020 pasarán a la historia por el impacto del covid-19. Retrasados un año por la pandemia y con una fuerte oposición por parte de los japoneses ante el posible fracaso económico por las restricciones sanitarias, Tokio 2020 reflejará los miedos y esperanzas de un mundo que sale de una pandemia global. Un nuevo eslabón de la cadena del olimpismo, cuya historia recrea los momentos más importantes de los dos últimos siglos y que en año olímpico merece ser recordada.
Los orígenes de los Juegos Olímpicos se remontan a los inicios de la cultura occidental. Fueron los griegos, en el siglo V a.c., los que iniciaron la tradición a través de unas competiciones entre atletas de diferentes ciudades en honor a Zeus. Los Juegos, que incluían carreras, saltos, lanzamientos y lucha, se celebraban cada cuatro años durante varios días, manteniéndose una tregua entre los diferentes estados griegos durante su celebración. Deporte y política unidos, como se repetiría siglos después. Los Juegos se celebraron durante mil años, hasta que el emperador Teodoro I los prohibió por considerarlos paganos.
En 1894, un aristócrata dedicado a la pedagogía, Pierre de Coubertin, conseguía en el Congreso Internacional de Educación Física de la Sorbona instituir los Juegos Olímpicos modernos. Coubertin creía en el valor del deporte como forma de progreso humano. Había sido testigo de la guerra franco-prusiana y de cómo terminó ahogada en sangre la comuna de París. El deporte debía servir para unir a todos los pueblos, al igual que lo había hecho en la antigua Grecia.
En 1896 se celebraron los primeros Juegos Olímpicos modernos. Grecia era el origen de las Olimpiadas, por lo que Grecia debía ser el primer país en celebrarlas. El país, que llevaba unas pocas décadas independizado de los otomanos, vio una oportunidad de hacerse un hueco en la escena internacional. 241 deportistas compitieron en 43 pruebas deportivas. Habían nacido los primeros Juegos Olímpicos modernos.
En 1900 Coubertin logró llevar los Juegos a su ciudad de origen, París. Las mujeres pudieron participar por primera vez, aunque fuese de manera extraoficial. La norteamericana Helene de Pourtales lograba la primera victoria olímpica de una mujer en vela. Pero todavía quedaban años para que el papel de la mujer en los Juegos fuese oficialmente reconocido. El puntista José de Amezola lograba la primera victoria vasca ganando la prueba de cesta punta.
En 1904 los Juegos cruzaron el charco hacia América. En San Luis participaron por primera vez atletas africanos. En 1908 Roma debía ser la sede, pero la erupción del Vesubio trasladó los Juegos a Londres. Tras los Juegos británicos, los de Estocolmo fueron las primeras con un alto nivel de organización. Se habían convertido ya en un evento conocido a nivel internacional.
Berlín iba a ser la siguiente sede, pero en 1914 el mundo se embarcó en la Primera Guerra Mundial. Tras el final de la contienda, Amberes fue elegida como sede por los sufrimientos padecidos por la ciudad en la gran guerra. En 1924, París albergó no solo de nuevo el evento internacional, sino también los Juegos Olímpicos Femeninos organizados por Alice Millet en protesta por el discriminatorio trato a la mujer en este evento. Ante el éxito de estos juegos alternativos, el COI accedió a que las mujeres participaran de manera ya oficial a partir de Ámsterdam 1928.
Tras los Juegos de Los Ángeles de 1932 vinieron los de Berlín, unos de los más recordados en la historia del olimpismo. Al parecer Hitler no quería llevarlos a cabo, pero su jefe de propaganda, Goebbels, le convenció de su valor propagandístico. La cita debía ser reflejo de la superioridad aria que quería instaurar el nazismo. Un joven atleta afroamericano se coló en la fiesta, Jesse Owens, ganando cuatro medallas ante los jerarcas nazis. Hitler no quiso salir en las fotos con Owens. Pero a la vuelta en Estados Unidos, Roosevelt no invitó a Owens a la recepción de los atletas vencedores en la casa blanca. El racismo no era solo cosa de la Alemania nazi.
Tres años después, Hitler hizo arder el planeta en una guerra que devastó medio mundo. Hasta 1948 no volvieron los Juegos. En Londres la gran figura fue Fanny Blankers, una ama de casa holandesa que ganó cuatro medallas de oro en atletismo. Helsinki 1956 brilló Emil Zatopek, que realizó la hazaña de ganar en unos mismos juegos las pruebas de 5.000, 10.000 y el maratón. Zatopek, apodado la locomotora humana, está considerado el mejor atleta del siglo XX.
En 1956 los Juegos pasan a Oceanía, celebrándose en Melbourne. Cuatro años después, en Roma, Abebe Bikila ganó en Roma el primer oro en maratón para un país africano. El etíope venció en la maratón en las calles del país que invadió su Etiopía natal 30 años antes. Una victoria que simbolizaba el amanecer de los países africanos que comenzaban a sacudirse el yugo de las potencias colonizadoras. Aquel año también dieron comienzo los Juegos Paraolímpicos, otro hito del olimpismo.
Tras Tokio en 1964, en 1968 México tomó el testigo. Aquel turbulento año también tuvo su reflejo en los Juegos Olímpicos. La imagen de los atletas Tom Smith y John Carlos con el puño en alto en el podio reivindicando el Black Power dio la vuelta al mundo. Pero fue la masacre de los manifestantes de una protesta estudiantil el 2 de octubre en la plaza Tlatelolco la que marcó aquella cita olímpica. La violencia empañaba unos Juegos, y no sería la última vez.
Cuatro años después, en Múnich, la violencia afectaba directamente a los propios deportistas por primera vez. Un comando de Septiembre Negro secuestró a un grupo de atletas israelíes en la misma villa olímpica. Tanto el secuestro como el intento de liberación acabaron en una catástrofe. Los Juegos Olímpicos de Múnich se convirtieron en los más trágicos del olimpismo moderno.
Las siguientes Juegos tuvieron como telón de fondo la guerra fría. En 1976, en Montreal, el bloque del Este se marcó un gran tanto. Una niña de 14 años, Nadia Comaneci, logró el primer 10 en una prueba de gimnasia. Cuatro años después, fue Moscú el organizador. Los Estados Unidos y otros 64 países boicotearon el evento por la invasión soviética de Afganistán. Cuatro años después, en Los Ángeles, les tocaría a los países comunistas devolver la moneda a los norteamericanos, boicoteándolas. Los Juegos Olímpicos reflejaban la tensión internacional de la época.
En 1988, en plena perestroika y con el final de la guerra fría a un paso, Seúl albergó los Juegos de la reconciliación. El protagonista fue un velocista canadiense, Ben Johnson, batiendo el record de 100 metros de manera sombrosa. 72 horas después fue descalificado por dopaje. Un borrón para el olimpismo que les correspondió eliminar a los Juegos de Barcelona. Fueron Michael Jordan y su Dream team los grandes protagonistas de la capital catalana, consiguiendo conjuntar el mejor equipo de baloncesto de todos los tiempos.
En 1996 regresaron a los Estados Unidos, a Atlanta, con un acto terrorista de nuevo marcando la cita olímpica. Tras Sídney en 2000, los Juegos volvían a casa en 2004, a Atenas. En 2008 China reivindicaba su nuevo papel en el panorama internacional con la organización de los Juegos de aquel año y luchando en el medallero con la primera potencia mundial, los Estados Unidos. Cuatro años después vino Londres 2012, con dos protagonistas indiscutibles, Michael Phelps, quien alcanzó las 22 medallas olímpicas, y Usain Bolt, el primero en vencer en dos Juegos consecutivos en las principales pruebas de velocidad. La última cita celebrada hasta la fecha, la de Brasil, significó el retorno a América del Sur.
Tokio 2020 se unirá a esta larga cadena histórica de Juegos modernos. Un nuevo momento histórico del deporte para enseñar su capacidad de unir a los hombres y mujeres de todos los pueblos. Coubertin escribió que los Juegos Olímpicos son la celebración cada cuatro años de la primavera de la humanidad. Esperemos, más que nunca, que Tokio 2020 sea la primavera de un mundo que quiere olvidar el invierno de una pandemia planetaria.
Coubertin, el gran impulsor de los Juegos modernos, creía en el valor del deporte como forma de progreso humano