Hideki Matsuyama arrancó a llorar tras embocar el putt en el hoyo 18 que le dio la victoria en el Masters y no paró hasta que el anterior ganador Dustin Johnson, como es preceptivo, le invistió con la chaqueta verde. Tampoco el estadounidense es la alegría de la huerta, pero el gesto del japonés en todo ese tiempo fue de absoluta contención, algo propio de su cultura; quizás de timidez y también de sentirse abrumado por lo que se le puede venir encima tras haber hecho historia para Japón, un país donde el golf se vive con absoluta pasión, pero hasta ayer no había dado un ganador masculino de un major.
A Matsuyama hubo que invitarle, al menos para las fotos y los vídeos, a que exteriorizara algún gesto de euforia, pero fuera del campo se muestra como es dentro de él y le cuesta expresar sus emociones. Tal es así que pese a llevar una década en el circuito americano aún necesita un traductor para sus manifestaciones públicas. “Estaba nervioso desde el principio hasta el final”, admitió el nuevo campeón cuando se le cuestionó si en los últimos hoyos sintió la presión.
Su victoria le permite pasar del puesto 25 al 14 del ranking mundial, aunque Matsuyama ya fue el segundo tras el US Open de 2017. De todas formas, el golf para él es una escapatoria ya que en marzo de 2011 le permitió librar el maremoto que sacudió a su país y arrasó su ciudad natal porque estaba jugando en Australia.
Ahora, ha dado una alegría a su país y como ganador del Masters, su próximo objetivo no puede ser otro que el oro en los Juegos de Tokio, donde incluso se le considera para tener un papel principal en la ceremonia inaugural, pese a la escasa tradición olímpica del golf.